
Hay lugares que están hechos para ser descubiertos. Así de simple. Entre el ruido de la avenida, un portón verde se abre hacia un mundo distinto. Primero aparecen las hileras de rosales, los bonsáis alineados, el murmullo entre macetas. Todo parece parte de un vivero más, hasta que, unos pasos después, el paisaje cambia. Un puente de granito, un estanque con nenúfares, la sombra de un cerezo. Es un jardín japonés. Pero no está en Kioto ni en Palermo: está oculto en un lugar impensado, detrás del Vivero Hisaki, el más antiguo de la zona.
“Es un lugar que queremos que nuestros clientes lo descubran. Y al hacerlo, todos vienen fascinados con la paz y la armonía que tiene. Algunos venían hace años y recién lo encuentran. Es nuestra joyita escondida”, cuenta Margarita Hisaki, que junto a su hermana Iris continúa una historia que empezó hace casi un siglo en Belén de Escobar.
El vivero fue fundado en 1927 por su abuelo, Suejiro Hisaki, quien llegó desde Japón en busca de nuevos horizontes. Aprendió el oficio del cultivo de flores en el hotel de inmigrantes y, con los años, compró un terreno en Escobar. Allí levantó su casa, su familia y un pequeño negocio dedicado a crisantemos, peonías y claveles. “Mi abuelo era un enamorado de la Argentina. Recorrió el país de punta a punta y nos enseñó a entender sus paisajes, sus climas, sus suelos. Nos dejó eso: la capacidad de observar la naturaleza”, recuerda Iris.
En uno de sus viajes, Suejiro conoció a Yasuo Inomata, un ingeniero paisajista que por entonces pensaba emigrar. Lo invitó a vivir con su familia. “Vivió un tiempo en la casa de mi abuelo y, como agradecimiento, construyó el jardín japonés. Después se hizo muy amigo de mi padre, que lo ayudó cuando trabajó en el Jardín Japonés de Palermo: buscaban piedras, plantas, peces. Fue un trabajo familiar, hecho con mucho compromiso”, dice Margarita.
Inaugurado en 1970, el jardín conserva su estructura original: un estanque con plantas acuáticas, un puente de piedra, árboles orientales y rocas traídas de las sierras de Córdoba. En la entrada, una frase resume su espíritu: “Cuando uno pasa el portal del jardín deja todos sus problemas detrás y disfruta de la naturaleza.” Iris agrega: “La armonía se busca todos los días. Además de cuidar las plantas, hay que atender a la gente, resolver problemas, mantener la calma. Es un ejercicio diario.”
El padre de ambas, Telmo Hisaki, amplió el vivero y fue uno de los fundadores de la Fiesta Nacional de la Flor, que convirtió a Escobar en la capital argentina de las flores. “Mi papá dedicó muchísimo tiempo y amor a la Fiesta. Convocaba paisajistas, traía novedades, buscaba nuevas variedades. Recuerdo una edición en la que cada embajada armó su propio jardín. Aunque llovió casi todos los días, fue hermoso ayudarlo”, dice Margarita.
En el predio aún sobreviven los cerezos donde la familia celebraba la llegada de la primavera con un picnic bajo las flores. “Tenemos recuerdos muy lindos de cuando el jardín era solo parte de la casa y no estaba abierto al público. Eran tardes simples, inolvidables”, agrega Iris.
Hoy, las hermanas siguen al frente del vivero, fieles a la rutina que aprendieron desde chicas. No hay carteles ni reservas: quien llega, si presta atención, puede encontrar el jardín. “Cuidar las flores y las plantas es cuidarnos. Si uno las observa todos los días, entiende enseguida si están bien o mal. Es la única forma de que crezcan”, dice Margarita.
A los abuelos y al padre, aseguran, los sienten presentes. “Ellos están con nosotras todo el tiempo. Venían todos los días al vivero. Están en cada rincón.” Y cuando se les pregunta qué les dirían si pudieran verlos hoy, la respuesta es simple y definitiva: “Gracias por todo lo que nos enseñaron. Nos dejaron una fortuna en valores: honestidad, trabajo y amor por la tierra.”
Detrás del portón verde, el jardín sigue ahí: silencioso, intacto, esperando ser descubierto.
Datos Útiles
Avenida San Martin 1305, Belén de Escobar 1625
T: 1126794886
IG: @viverohisaki