
La Argentina sorprende con rincones que esconden paisajes y vivencias insospechadas. Como Iguazú, un destino donde los arcoíris bailan eternos sobre las cataratas más grandiosas del mundo y donde la conexión con la selva se convierte en una experiencia personalizada, casi mística.
Las Cataratas del Iguazú, una de las siete maravillas de este mundo, se pueden conocer de una forma distinta: con la naturaleza viva a flor de piel. La provincia de Misiones y su intrincada red de ríos –el Paraná, el Uruguay, el Iguazú–, que delinean la triple frontera y el icónico manto verde de la selva Atlántica, ofrece mucho más que vistas panorámicas lejanas.
Una de las opciones para vivir una experiencia de turismo inmersivo es Awasi Iguazú. El hotel de lujo ubicado en medio de la robusta selva, ofrece una vivencia de desconexión total. Cuando uno se sumerge en este tipo de experiencias inmersivas, el destino se vive con todos los sentidos. Awasi Iguazú es una de las cinco propiedades de la cadena que hay en el mundo. A solo 20 minutos de las majestuosas Cataratas del Iguazú, este refugio miembro de Relais & Châteaux solo puede albergar 30 huéspedes.
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Awasi Iguazú funciona desde 2018, el tercero en abrir: el primero se construyó en el desierto de Atacama (Chile) en 2007, luego el de Torres del Paine en la Patagonia chilena. También hay uno en Mendoza y otro en las playas de Santa Catarina, en el sur de Brasil. Los diferentes entornos en los que se emplaza demuestran que la clave radica en no repetir paisajes: desde el trekking cordillerano a la playa, pasando por desiertos y selvas.
Está en una reserva privada de 300 hectáreas que preserva la biodiversidad del bosque atlántico entre lianas, helechos y ceibas monumentales.
Tiene solo 14 villas, 13 de unos 100 m² y una máster, de 120 m² pensada para alojar a una familia. La sensación de diálogo íntimo con la selva es única. Además de la privacidad, la vegetación viva se impone. En tiempos donde el turismo enfrenta el desafío de la sustentabilidad, en este lugar la arquitectura sobre pilotes evita la alteración del suelo; los residuos se gestionan con criterios ecológicos; todo está pensado para el cuidado medioambiental.
Lujo sustentable
Las villas fueron certificados como “neutral en carbono” y, como su par en Patagonia, protege 340 hectáreas de bosque nativo. Esta es una fiel prueba de que el lujo puede coexistir con la sustentabilidad y la conexión profunda con el destino. En la construcción se destaca la piedra, la madera local y las fibras naturales.
El diseño interior se inspira en la cultura guaraní y en la estética del nordeste argentino. Alfombras tejidas, cerámicas artesanales y tonos tierra evocan la identidad local.
¿Ahora cómo se define una experiencia de turismo inmersivo?
El objetivo es que el huésped se sienta único, contenido. Por caso, al llegar al aeropuerto, un guía privado espera en una 4×4 de uso exclusivo durante toda la estadía, lo que permite planificar excursiones casi a medida, desde caminatas por senderos poco transitados hasta recorridos por el río en lancha.
Es otra la experiencia de conocer las Cataratas sin multitudes ni recorridos masivos, el lujo radica en la libertad. Hay silencio y la sensación de ser parte de la naturaleza, aunque sea por unos días.
A la hora de ver las opciones de excursiones, las “aventuras” van de la adrenalina a la contemplación sin escalas.
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Este tipo de experiencia se pueden disfrutar en apenas unos pocos días o en estadas más largas. De hecho, en este caso algunos días del mes se puede visitar el Parque Nacional Iguazú una hora antes de que abra y acceder al tren que lleva a los visitantes a la Garganta del Diablo casi en solitario. Una experiencia que no tiene nada que ver con los tours grupales.
Para quienes quieren conocer más que las Cataratas, hay desde paseos de día completo (6-10 horas), con pícnics hasta de medio día (2-5 horas) con regreso para almorzar.
Una de las excursiones clásicas recomendadas es la Gran Aventura: un safari por la selva y una navegación por rápidos hasta posicionarse bajo los imponentes saltos San Martín y Tres Mosqueteros, en una dosis de adrenalina pura.
Para los amantes de la naturaleza profunda, hay caminatas por diferentes senderos del Parque Provincial Yacuy, –cortos, medianos o largos– para interpretar la flora y fauna local. Se puede hacer una pausa al mediodía con la posibilidad de disfrutar de un asado en la selva, una siesta en las hamacas paraguayas o pasear en kayak por arroyos sinuosos para quienes buscan mayor actividad.
También está la posibilidad de disfrutar de un avistaje de aves en el Parque Provincial Urugua-í, mientras se camina entre lapachos y guatambúes en busca de pájaros cantores y hasta visitar las ruinas jesuíticas de San Ignacio, a 240 kilómetros de Puerto Iguazú, para conocer la arquitectura y el arte barroco-americano plasmado en los muros del templo, su gran fachada y la residencia de los Padres Jesuitas.
Tampoco faltan las experiencias culturales: visitas a comunidades guaraníes con guías locales en español, explorando su historia en senderos de una a cinco horas. O un atardecer en kayak por el Alto Paraná, a 45 minutos del hotel, llegando a Puerto Bemberg y navegando hasta la cascada Yasy –famosa por la película de Coca Sarli– con una picada en un deck flotante.
Y para noches mágicas, la experiencia de una caminata para ver la luna llena sobre las Cataratas, con el murmullo de la selva, que se despierta cuando el sol se oculta.
Laboratorio de sabores
La gastronomía no es un detalle menor en las experiencias de turismo inmersivo. Siempre la cocina de autor es un must y en este caso el chef local Mauricio Alvez, un exponente de la cocina misionera, resalta los productos regionales, frescos y orgánicos. El estándar culinario es altísimo: es una especie de laboratorio de sabores regionales.
La propuesta gastronómica se basa en productos locales y de estación: mandioca, palmitos, hierbas nativas, pescados de río y frutas tropicales. Cada plato es una reinterpretación contemporánea de la cocina misionera, con técnicas refinadas y un respeto absoluto por la materia prima: refleja la identidad del entorno con platos como el dorado moqueca o la sopa de surubí.
El chef, junto a productores de la zona, desarrolla una carta que varía constantemente.
La bodega merece una mención especial, con una marcada preferencia por el maridaje de vinos argentinos, especialmente aquellos naturales, orgánicos y biodinámicos de pequeñas producciones y perfiles frescos, buscando siempre divulgar bodegas no tan conocidas. No hay etiquetas ostentosas.
En definitiva, esta experiencia resalta la personalización. Este enfoque redefine la idea de lujo contemporáneo. El verdadero privilegio ya no está en el exceso, sino en el acceso: a la calma, al espacio, al tiempo propio, a la posibilidad de reconectarse con lo esencial.
En el silencio, solo interrumpido por grillos y ranas, se percibe algo que en otros contextos parece haberse perdido: la capacidad de estar presente.
Esa es, tal vez, la verdadera enseñanza de esta vivencia que: invita a mirar sin prisa, a escuchar sin ruido, a habitar el entorno con respeto. Es, sin duda, la última frontera del turismo de alta gama en Sudamérica.