Trump y Milei: la consigna invertida del “Braden o Perón”
Trump y Milei: la consigna invertida del “Braden o Perón”

“Si Milei pierde, no seremos generosos con Argentina.”

La frase la dijo Donald Trump este martes en la Casa Blanca, con Javier Milei, en silencio durante casi toda su alocución, pero a su lado, en plena recta final hacia las elecciones legislativas del 26 de octubre.

La escena se dio en el marco de una visita oficial que incluyó almuerzo bilateral, firma de acuerdos y una foto que el Gobierno busca instalar como símbolo de estabilidad.

Pero el trasfondo económico le dio otra densidad al encuentro. Estados Unidos viene de comprometer un swap por 20.000 millones de dólares y, además, intervino directamente en el mercado cambiario con la compra de pesos para sostener la cotización del dólar.

La operación tuvo efectos inmediatos: el peso se apreció, los bonos subieron, y el Gobierno logró contener la presión cambiaria en medio de días y semanas marcados por escándalos internos. La renuncia de José Luis Espert por presuntos vínculos con un empresario al que se lo asocia con el narcotráfico, el caso Libra, las denuncias en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), más la derrota electoral en Provincia y los reveses legislativos en el Congreso y judiciales en los tribunales electorales determinaron un periodo altamente negativo para la administración libertaria.

La visita a Washington funcionó como un intento de reposicionamiento, pero también como una escena de dependencia.

La vieja consigna que se asocia con el nacimiento del peronismo se invirtió: ya no es “Braden o Perón”, sino “Milei y… Trump”, o será “¿Milei vs Kicillof?”? o ¿CFK”?

Braden o Perón

En 1945, el embajador estadounidense Spruille Braden llegó a Buenos Aires con una misión que pronto dejó de ser diplomática. Su rol como representante formal del gobierno de Estados Unidos se transformó en una campaña activa contra el régimen militar argentino y, en particular, contra Juan Domingo Perón. Braden no se limitó a expresar preocupaciones institucionales: organizó reuniones con la oposición, participó en actos públicos, y articuló una estrategia de presión que culminó en la publicación del famoso “Libro Azul”.

Ese documento, titulado oficialmente Consulta entre las repúblicas americanas sobre la situación argentina, reunió más de 130 páginas con denuncias sobre vínculos del gobierno argentino con el nazismo, acusaciones de colaboracionismo, represión política y amenazas a la democracia. El Departamento de Estado lo difundió pocos días antes de las elecciones de febrero de 1946, y la prensa opositora lo reprodujo con entusiasmo. El objetivo era claro: frenar la candidatura de Perón.

Pero la respuesta del peronismo fue rápida y eficaz. En lugar de esquivar el ataque, lo convirtió en símbolo. La consigna “Braden o Perón” apareció en afiches, discursos, radios y actos. Era una disyuntiva moral: o se aceptaba la injerencia de un diplomático extranjero, o se defendía la soberanía nacional. La frase sintetizó el clima de época y canalizó el malestar de un electorado que se sintió interpelado por la presión externa.

Perón ganó las elecciones con mayoría clara. Y en sus discursos posteriores, dejó en claro cómo interpretaba el episodio. “Braden fue principalmente responsable de la fricción que tanto tiempo existió entre Argentina y los Estados Unidos. Su actitud aquí fue más como un miembro del partido de la oposición que como embajador de un país amigo”, dijo. En otro momento, reconoció: “Le debo a Braden un cierto agradecimiento, porque sus ataques contra mi candidatura sirvieron para unir tras de mí al electorado.”

El embajador, por su parte, no disimuló su postura. En un cable enviado al Departamento de Estado, escribió: “Perón está registrado como alguien que pretende recuperar el patrimonio argentino de los malhechores extranjeros.” La frase, lejos de ser elogiosa, funcionó como una cita irónica: Braden la usó para describir lo que consideraba un discurso demagógico y peligroso. En ese mismo documento, advirtió que “la interrupción del suministro de carne aumentará en proporción a la duración del régimen de Perón.”

El episodio quedó inscrito en la historia como un caso emblemático de intervención diplomática convertida en campaña. Y la consigna “Braden o Perón” se volvió parte del repertorio político argentino, símbolo de una elección entre autonomía e injerencia.

¿Trump es Braden?

Comparar a Braden con Trump no es un ejercicio de nostalgia política. Es una forma de entender cómo se transforma la injerencia extranjera cuando cambia el contexto, el poder y el lenguaje. En 1946, Braden operaba como embajador. Tenía rango diplomático, acceso institucional, y una misión formal. Pero usó ese rol para articular una campaña contra Perón, con documentos, declaraciones y alianzas locales.

En 2025, Trump no es embajador: es presidente. Y su frase no se esconde detrás de informes ni cables confidenciales. Se pronuncia en público, frente a cámaras, con el peso de la jefatura de Estado.

La diferencia de escala es evidente. Braden presionaba con el Libro Azul, un documento que denunciaba vínculos con el nazismo, irregularidades políticas y amenazas a la democracia. Trump presiona con una frase que condensa una advertencia: “Si Milei pierde, no seremos generosos con Argentina.” 

También cambia el canal. Braden operaba en la prensa escrita, en los círculos diplomáticos, en los pasillos del poder. Trump lo hace en tiempo real, con cobertura global, redes sociales, y viralización inmediata.

Y cambia el tipo de dependencia. En 1945, Argentina tenía márgenes de autonomía. Discutía acuerdos comerciales, negociaba con Europa, y mantenía cierta distancia del poder financiero global. En 2025, la situación es distinta. El país depende de swaps, créditos, organismos multilaterales, y acuerdos bilaterales que definen su estabilidad. Que Estados Unidos condicione su “generosidad” tiene un peso concreto: afecta reservas, mercados, expectativas.

Ecos remotos de la intromisión – de las invasiones a los pactos

La historia argentina no nació libre de presiones externas. En 1806 y 1807, el Imperio británico intentó ocupar el Virreinato del Río de la Plata con dos expediciones militares que fracasaron, pero que dejaron huella. Las invasiones inglesas no fueron solo un intento de conquista territorial: buscaron abrir el puerto de Buenos Aires al comercio británico, en un contexto de bloqueo continental impuesto por Napoleón. La resistencia criolla, liderada por Santiago de Liniers y Juan Martín de Pueyrredón, marcó el inicio de una conciencia política que luego desembocaría en el proceso independentista.

Décadas más tarde, en 1845, el país enfrentó el bloqueo anglo-francés del Río de la Plata. Las potencias europeas cerraron los puertos argentinos y uruguayos, con excepción de Montevideo, para forzar la libre navegación de los ríos interiores. Juan Manuel de Rosas resistió con firmeza, y la Batalla de la Vuelta de Obligado se convirtió en símbolo de soberanía. Aunque la superioridad militar extranjera era evidente, la defensa argentina logró sostener la posición durante cinco años, hasta la firma de los tratados Arana-Southern y Arana-Lepredour, que reconocieron la soberanía nacional sobre los ríos. Los argentinos de generaciones anteriores se criaron con el relato, aprendido en revistas como Billiken, sobre como los criollos repelieron en Buenos Aires, con agua hirviendo, a las tropas foráneas.

 Juan Manuel de Rosas.

El pacto Roca-Runciman y la década infame

En 1933, en plena década infame, Argentina firmó el pacto Roca-Runciman con el Reino Unido. El acuerdo garantizaba la exportación de carne argentina a cambio de concesiones económicas que favorecían a los intereses británicos. El senador Lisandro de la Torre denunció el pacto como un acto de servilismo, y sus críticas derivaron en un escándalo político que culminó con el asesinato de su compañero Enzo Bordabehere en el Senado.

El pacto fue interpretado por amplios sectores como una entrega de soberanía. Argentina se comprometía a no imponer aranceles a productos británicos, a usar barcos ingleses para exportar carne, y a permitir que el 85% de la cuota fuera manejada por frigoríficos británicos. La frase del príncipe de Gales en un banquete con la delegación argentina quedó como testimonio de la asimetría: “El porvenir de la carne argentina depende quizás enteramente de los mercados del Reino Unido.”

Embajadores, afiches y doctrinas – la injerencia como estilo

En los años noventa, durante el gobierno de Carlos Menem, el embajador estadounidense Terence Todman tuvo un rol decisivo en la política de defensa argentina. Fue uno de los impulsores de la desactivación del proyecto misilístico Cóndor II, que había sido desarrollado por el Ejército argentino con tecnología nacional y cooperación internacional. Todman presionó para que el plan fuera abandonado, en línea con los intereses estratégicos de Estados Unidos en la región. La decisión se tomó en 1993, y marcó el fin de una ambición tecnológica que incomodaba a Washington.

Otro caso, más anecdótico, pero igualmente revelador, fue el del embajador James Cheek, fanático de San Lorenzo y figura carismática en la política local. Cheek se volvió célebre por un episodio insólito: su hijo perdió una tortuga en un evento oficial, y el aparato de inteligencia argentino se movilizó para encontrarla. El hecho inspiró, según versiones, la famosa frase de Diego Maradona: “Se le escapó la tortuga.” Más allá del color, Cheek tuvo influencia real en la política argentina, y su estilo informal lo convirtió en un actor gravitante en los años de la convertibilidad.

Afiches, doctrinas y América para los americanos

En 1983, durante la campaña presidencial que llevó a Raúl Alfonsín al poder, sectores del peronismo intentaron vincular al líder radical con la injerencia estadounidense. En afiches callejeros, se lo mostraba con su clásico saludo de manos tomadas sobre el hombro izquierdo, pero con una botella de Coca-Cola sobreimpresa en la imagen. La metáfora era clara: Alfonsín como “candidato de Estados Unidos”. La estrategia buscaba activar el imaginario de dependencia, en un país que salía de siete años de dictadura y buscaba reconstruir su democracia.

A nivel regional, la historia latinoamericana está marcada por la Doctrina Monroe, formulada en 1823 bajo el lema “América para los americanos”. Aunque en su origen buscaba evitar la recolonización europea, con el tiempo se convirtió en justificación para la intervención de Estados Unidos en los asuntos internos de América Latina. La presión sobre Cuba, la invasión a Granada en 1983, la ocupación de Panamá en 1989, y el financiamiento de los Contras en Nicaragua durante los años ochenta son ejemplos concretos de esa política.

El libro “Dependencia y desarrollo en América Latina”, escrito por Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, analiza justamente esa tensión entre autonomía y subordinación. Publicado en 1969, el texto se volvió un clásico de la sociología latinoamericana, y plantea que el desarrollo en la región está condicionado por estructuras de dependencia que reproducen el poder de los países centrales.

Entre la historia y el presente

La historia argentina ofrece múltiples ejemplos de presiones externas que buscaron influir en sus decisiones políticas. Desde las invasiones británicas hasta los pactos comerciales, desde los embajadores activos hasta las doctrinas hemisféricas, el país enfrentó distintos modos de injerencia.

El caso Braden en 1946 se convirtió en símbolo porque condensó una tensión entre soberanía y subordinación. La frase de Trump en 2025 reactiva ese dilema, aunque con una lógica invertida: ya no se trata de rechazar al extranjero, sino de sostenerlo como garante. La política argentina vuelve a estar atravesada por gestos que exceden lo local, y que reconfiguran el vínculo entre autonomía y dependencia.