Desde su llegada al poder, Javier Milei ha hecho de la batalla cultural uno de los ejes centrales de su discurso. Esta característica se ha acentuado desde el triunfo de Donald Trump, y especialmente desde su asunción como presidente de los Estados Unidos.

El presidente argentino, casi en paralelo con el norteamericano, se ha ido expresando públicamente en relación a estas temáticas y tomando una serie de decisiones vinculadas a cuestiones que van desde los procesos de hormonización en menores de edad hasta las regulaciones para participar en eventos deportivos de personas transgénero.

El punto de máxima exposición pública sobre estas cuestiones ha sido probablemente el discurso brindado en el foro de Davos inmediatamente posterior a la asunción de Trump. Allí Milei, en enero pasado, criticó especialmente al “wokismo” y a la “ideología” de género, y la calificó como una epidemia que distorsiona los valores de nuestra civilización. Criticó al mismo Foro y otros organismos a los que acusó de promover esta agenda y mencionó a sus aliados en la lucha por las ideas de la libertad, entre los que están Elon Musk, Giorgia Meloni, Nayib Bukele, Viktor Orbán y, por supuesto, el propio Trump.

Ahora, cabe preguntarse si este nuevo énfasis en los ataques al feminismo, su postura frente a la comunidad LGBTQ+ y su crítica a la “cultura woke” son simples exabruptos o una estrategia política calculada. ¿Es seguidismo a las políticas de Trump esperando una retribución por el alineamiento automático al estilo de cuando Menem enviaba un par de unidades de la armada a acompañar la Guerra del Golfo? ¿La Argentina se ha corrido a la derecha y una mayoría social sostiene la misma mirada del presidente sobre estos temas?

Javier Milei

Los datos revelan que esta jugada, aunque le asegure el respaldo de su núcleo duro, podría convertirse en un arma de doble filo. Veamos.

Más allá de la frase en la que asoció la homosexualidad con la pedofilia, que genera un rechazo mayoritario, un reciente estudio de Opina Argentina muestra que el 69% de quienes tienen una imagen positiva de Milei (el 54% de los argentinos) aprueban su postura respecto a la comunidad homosexual. Del mismo modo, el 77% valora su visión crítica sobre el feminismo y el 69% respalda la propuesta de eliminar la figura del femicidio del Código Penal.

Sin embargo, el dato más contundente aparece en relación a la reacción de la comunidad LGBT+ frente al discurso de Davos: un 84% de los votantes afines a Milei rechaza la “marcha antifascista y antirracista” organizada en su contra.

Estos números exponen una paradoja: aunque su discurso beligerante le asegura la lealtad de su base más ideológica, lo coloca en una posición vulnerable frente a sectores moderados que resultan indispensables para la construcción de mayorías electorales. Se trata de un segmento que aprueba la reforma económica del Gobierno pero no la batalla cultural que emprendió la Casa Rosada.

Milei necesita sostener el apoyo de quienes, más allá de su simpatía por las ideas libertarias, no necesariamente comparten su visión radical en temas de género y diversidad. En otras palabras, una cosa es el 30% que Milei obtuvo en primera vuelta y otra el 56% que alcanzó en el balotaje.

La experiencia muestra que cuando la agenda de temas económicos funciona de acuerdo a las expectativas de los votantes, los temas más ásperos empujados por los gobiernos suelen ser subestimados por los votantes blandos. Estos son justamente aquellos que no adhieren a las temáticas más duras pero están satisfechos con la marcha de la economía.

El kirchnerismo ha vivido reiteradamente estos vaivenes entre las dificultades de construcción de una mayoría y la realidad de ser una minoría intensa. También conocido como el paso del 54% del 2011 al 30% del 2013, dos años en los que el slogan fue “vamos por todo” y que terminó siendo el preludio de la llegada de Cambiemos a la presidencia en 2015.

¿Será que privilegiar la agenda de temas más duros puede oficiar también como disparador para la conformación de coaliciones opositoras más amplias de lo esperable?

La pregunta que surge es si el Presidente será capaz de equilibrar su identidad combativa con la necesidad de ampliar su base electoral. Si persiste en este tono confrontativo, corre el riesgo de encapsularse en un electorado fiel pero insuficiente para garantizarle victorias futuras. Si, en cambio, busca moderar su discurso, podría enfrentar la reacción de su núcleo duro, que lo sigue precisamente por su intransigencia en la batalla cultural.

La historia reciente muestra que los presidentes que se encierran en su base ideológica terminan debilitados. La clave del éxito electoral no radica solo en consolidar a los convencidos, sino en atraer a los indecisos. En ese delicado equilibrio, Milei juega su futuro político.