En 2025 nos encontramos inmersos en un modelo económico de corte “neoliberal”, que se presenta como una revolución cultural nunca antes vivida. Sin embargo, si consultamos a la inteligencia artificial sobre el Ingeniero Álvaro Alsogaray, nos responde: “Álvaro Alsogaray fue un economista y político argentino que ocupó el cargo de Ministro de Economía durante el gobierno de José María Guido en 1962. Su política económica se caracterizó por un enfoque liberal ortodoxo, basado en la reducción del gasto público, la estabilización monetaria y la apertura al mercado internacional. Sus principales medidas de su gestión incluyeron la reducción del gasto público, el control de la inflación, la apertura económica y las privatizaciones. Algunos de los gobiernos que aplicaron medidas similares incluyen la dictadura de 1966-1973, la dictadura de 1976-1983 y el gobierno de Carlos Menem de 1989-1999.”
No hace falta recordar que ninguno de estos modelos económicos termino bien, ni que, a pesar de un período inicial de fuerte apoyo popular, ninguno logró sostener dicho apoyo en el largo plazo.
Tampoco terminaron bien ninguno de los modelos de economía cerrada que sucedieron a cada uno estos modelos aperturistas. Basados en el fomento del consumo interno y una industrialización protegida, los modelos cerrados se contentaron con generar un bienestar de corto plazo a través del estímulo del consumo interno y la protección de una ineficiente industria nacional con nula capacidad exportadora, resultando en procesos de alta inflación, devaluaciones y controles cambiarios.
Así, los argentinos nos alternamos entre dos modelos económicos, aparentemente antagónicos pero que comparten el mismo vicio: Generar bienestar en el corto plazo a costa de nuestro bienestar de largo plazo. Cuando caemos en la recesión, el default o la hiperinflación, reemplazamos a nuestros gobernantes para que nos solucionen la emergencia con otras viejas recetas, y nos hagan sentir bien a través de un bienestar artificial de corto plazo, sin importar las consecuencias futuras. Y una vez que aparecen las inevitables consecuencias de ese bienestar artificial, nos comportamos otra vez como un drogadicto llamando a nuestro anterior proveedor, pero nunca aceptando la cura.
Algo cambió en la última década en esta historia pendular. Pese a varias crisis y la alternancia de gobiernos aperturistas y gobiernos proteccionistas, tuvimos una política energética que permitió un crecimiento sostenido del sector hidrocarburífero desde los finales del gobierno de Cristina Kirchner, pasando por Mauricio Macri, Alberto Fernández, y llegando hoy a Javier Milei. Más de diez años de crecimiento sostenido han generado un enorme capital, no solo asociado a la disponibilidad del recurso, sino principalmente en nuestra capacidad para desarrollarlo. Por ejemplo, mientras los pozos no convencionales de gas natural conectados entre los años 2016 y 2018 producían en forma acumulada unos 25 MMm3, hoy los nuevos pozos conectados alcanzan unos 53 MMm3. Este incremento no es producto de la geología ni del azar, sino de la continuidad de las inversiones y la capacitación técnica resultante que permitió una sensible disminución de los costos de desarrollo. Desde 2013 se invirtieron solo en perforación de gas natural no convencionales más de doce mil millones de dólares, esto sin contar la infraestructura requerida para su evacuación.
Esta inercia de crecimiento ininterrumpido se verá potenciada a partir de la inauguración del oleoducto Vaca Muerta Sur que permitirá a la Argentina, adicionalmente a las ampliaciones en Oldelval y las terminales de OTE y Puerto Galván, exportar por valor de más de 20.000 millones de dólares anuales, lo que representa un cuarto de nuestras exportaciones actuales y el 100% de las exportaciones anuales de nuestro agro.
No es el actual modelo neoliberal ni nuestra alineación estratégica con el presidente Trump lo que evitará una próxima crisis en Argentina. Son estas exportaciones adicionales de crudo producto de diez años de políticas de estado, más por supuesto ciertos elementos virtuosos del actual gobierno como el control del déficit fiscal, las principales causas que nos permitirían sobrellevar, aun en escenarios de baja del precio de la soja o crisis financieras internacionales, nuestra enorme fragilidad fiscal. Y si logramos sostenernos en el mediano plazo, podremos desarrollar los importantes proyectos de inversión en exportación de GNL, minería, informática y demás recursos que sobran en este país.
Si el actual modelo económico -con este gobierno o con otro- logra sobrellevar una próxima crisis, será precisamente porque tres gobiernos anteriores de distinto signo político lograron sostener políticas de estado que permitieron el crecimiento sostenido de un sector importante del país, hasta alcanzar su madurez y proyección internacional, permitiendo complementar nuestras exportaciones agrícolas con otras exportaciones relevantes.
Los argentinos debemos aprender que nuestro principal problema no es el neoliberalismo ni el peronismo, no es la economía abierta ni el proteccionismo, sino la alternancia entre ambos modelos, donde cada vez que reiniciamos uno, destruimos todo lo que se hizo en el anterior. La verdadera revolución no está en cambiar de modelo cada vez que las cosas se complican, sino en sostener y potenciar aquello que funciona de cada uno. Tenemos el ejemplo del sector hidrocarburífero. Abracémoslo y repliquémoslo en el resto de la economía.