ROMA.- Mantos rojos de texturas diversas, tejidos o bordados con agujas de todo tipo e hilo color rojo cuelgan desde lo alto: del derecho transmiten un mensaje y del revés, otro; doscientas hojas de papel blanco con manuscritos con plumín y tinta china, negra y roja, que tapizan una pared: son mantras, plegarias silenciosas que representan la angustia de la vida, un trayecto que cada uno transita como puede, marcado por el sufrimiento.
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Todo esto puede verse en Grito crudo, muestra de la artista argentina Inés Díaz Saubidet que se inauguró ayer en la Casa Argentina de esta capital, el espacio cultural de la embajada de nuestro país en el segundo piso de un antiguo Palazzo de la legendaria Vía Véneto. La muestra fue auspiciada también por la embajada argentina ante la Santa Sede en el marco del Jubileo de los Artistas, que se celebra en estos días en el Vaticano.
“La Casa Argentina abrió una convocatoria para artistas en agosto pasado, presenté un portfolio y casi me muero cuando me llegó la carta en la que me anunciaban que mi propuesta les había parecido acorde al peregrinar y a la esperanza, mensajes del Jubileo”, contó a LA NACION Díaz Saubidet, que no ocultó estar “fascinada” y más que entusiasmada por su primera exhibición en Roma.
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De 67 años, madre de cuatro hijos ya grandes que la obligaron a convertirse en una “artista migrante” –”suelo ir a visitarlos y por eso trabajo donde sea, ya no necesito el taller”-, y con once nietos, Díaz Saubidet tiene una larga trayectoria. En 1978 se graduó como maestra nacional de pintura y dibujo de la Escuela Superior de Bellas Artes Regina Pacis, trabajó luego como docente de artes visuales y diseñadora textil en Barclay SA durante veinte años. Entre 1990 y 1996 estudió dibujo y pintura con el maestro Kenneth Kemble y desde 1996 hasta 2018, grabado con Lucrecia Orloff y Gabriela Aberastury. También estudió pensamiento artístico con Remo Bianchedi; formó parte del grupo AXA Litografía Argentina y realizó clínica de obra con Diana Aisenberg. Además -y como se refleja en su muestra-, estudió filosofía, religiones comparadas, psicología Junguiana y simbología. Galardonada con diversos premios y con obras en colecciones públicas y privadas, forma hoy parte del Laboratorio de Leila Tschopp, asiste al taller de Julia Masvernat y se capacita en Artes del Movimiento.
“Más allá del arte siempre me interesó el hombre”, explicó Díaz Saubidet, que contó que a lo largo de su vida muchas veces acompañó a morir a personas cercanas conocidas, un sufrimiento que después plasma en sus obras. “Acompañaba a una amiga enferma de cáncer a hacer quimioterapia y después me ponía a trabajar en los mantos… Hace poco murió mi hermana, de la que era muy cercana y ese momento muy doloroso quedó en uno de los mantos tejidos… Por eso es un grito crudo, porque no está cocido, no terminó de salir”, precisó, al recorrer la instalación de la serie en la sala Lola Mora de la Casa Argentina. El espacio, exagonal, quiso que estuviera en la penumbra, poco iluminado, para transmitir justamente esa sensación de “grito crudo”.
Dos de los cinco mantos, color rojo, los tejió sobre una tela aida, esa con los agujeritos típicos para bordar, con hilo de seda y lanas naturales rojas de distintos grosores. “Bordaba de un lado, pero cuando me di cuenta de que en la parte del revés, donde aparecían los nudos, era ‘wow’, entendí que los mantos debían estar colgados y no sobre una pared porque los ves de distintas formas. De un lado, también si los tocás, podés ver que hay suavidad, pero si te alejás, podés también asustarte porque parece la imagen de un frigorífico”, destacó. “Después me di cuenta de que ya no quería la tela aida y empecé a trabajar con la trama, la red… Son mantos para recorrerlos: siempre hablo de trayectos de la vida y no quiero llegar a una meta, sino que soy consciente de que se trata de un trayecto”, agregó.
“Para mí el hombre en este trayecto tiene el anhelo de ir integrando su persona e ir sacándose las máscaras que te van poniendo de chica. Cuando lo mirás de un lado lo ves de una manera y cuando lo mirás de otro, de otra. Como si fueran las dos caras de la vida y de la muerte y del dolor”, precisó.
En la muestra, además de la instalación con las doscientas hojas manuscritas y de la de los mantos rojos –”un color simbólicamente muy fuerte, que usan reyes, emperadores, vírgenes”, resaltó-, pueden verse diversos de sus cuadernos de papel blanco de Fabriano con sus manuscritos apócrifos detrás de unas vitrinas y un video que la muestra trabajando sobre un rollo de papel, siempre Fabriano, de un metro 50 por diez metros, con guantes blancos, mientras va realizando sus inscripciones con plumín con las dos manos.
“De acuerdo a cómo estoy tejo, bordo o dibujo. Para mí el arte es toda la vida, desde los seis años estoy metida en esto, hago mucha meditación, danza, improvisación. Y trabajo mucho en serie: es como un río que termina yendo a un mismo cauce”, explicó. “Todos nacemos para morir y tener conciencia de esto te cambia un montón, te hace enfrentar al sufrimiento, te hace conectar con el dolor del otro, con el dolor de uno… Por eso hablo del manto silencioso que en su interior arde de angustia y del manto rojo que oculta un secreto vital: el sacrificio, la muerte y el dolor”, cerró.