Simón de la montaña (Argentina/2024). Dirección: Federico Luis. Guion: Federico Luis, Tomas Murphy, Agustín Toscano. Fotografía: Marcos Hastrup. Edición: Tomas Murphy, Andrés Medina. Elenco: Toto Ferro, Pehuén Pedre, Kiara Supini, Laura Nevole, Agustín Toscano, Camila Hirane. Duración: 98 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años con reservas. Nuestra opinión: muy buena.
Se habla de coming-of-age cuando una película explora el paso de la infancia o la adolescencia hacia la adultez, poniendo el foco en el desarrollo emocional y psicológico del protagonista. Los ejemplos virtuosos de este tipo de historias en el cine son unos cuantos. Por citar algunos relevantes: El club de los cinco (1985), Cuenta conmigo (1986) -con un inolvidable River Phoenix-, Lady Bird (2017) y ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993), con un precoz capo lavoro de Leonardo Di Caprio y quizás la mayor cantidad de conexiones visibles con Simón de la montaña.
Premiada en la última edición de Cannes y muy bien recibida en San Sebastián, la ópera prima de Federico Luis está teniendo un importante recorrido por el circuito de festivales internacionales gracias a su indiscutible singularidad. Se le pueden encontrar filiaciones, sí, pero la potencia y la imaginación de este largometraje filmado íntegramente en Mendoza queda patente en su magnífica primera secuencia, marcada por la inclemencia del zonda.
Como ese viento poderoso, seco y de elevada temperatura, los personajes protagónicos de Simón de la montaña son indomables fuerzas de la naturaleza. Particularmente el atribulado Simón que Toto Ferro compone con mucho talento -ratificando todo lo que había insinuado en su explosivo debut en cine con El ángel (2018), de Luis Ortega- y la encantadora Colo de Kiara Supini, toda una revelación.
Simón es uno más de los tantos jóvenes a los que su familia no escucha y, por lo tanto, tampoco comprende. Su madre (otro gran trabajo de Laura Nevole, actriz admirable) lo ve casi exclusivamente como un problema que no sabe cómo resolver. Ella vive con un hombre que no es el padre biológico del protagonista y que en situaciones límites no aporta precisamente templanza, aplomo o serenidad.
Para escaparse de una realidad que evidentemente lo abruma, Simón buscará denodadamente diferenciarse, llamar la atención. Un clásico en casos como el de él. Pero lo hará de una forma muy particular, asociándose a un grupo de amigos al que ingresa valiéndose de la simulación, del engaño, pero con el que siente una conexión verdadera, real y una fuerte identificación.
Allí donde no dominan los parámetros rígidos y muchas veces absurdos de la “normalidad”, este rebelde con causa encontrará un lugar de pertenencia, una calidez y una complicidad que necesita imperiosamente. No solo en la Colo, con la que teje una relación amorosa iniciática que es todo dulzura, sino también con Pehuén, un compinche con el que experimenta una entrañable amistad basada mayormente en esa facultad extraordinaria que tenemos los humanos, la intuición.
Simón en la montaña es entonces una película sobre crecer, amar, sufrir y disfrutar. Sobre la empatía, la candidez bien entendida y la libertad de entregarse al juego con desparpajo, sin ataduras ni temor a la anarquía. Sobre el control y la manipulación. Sobre el difícil compromiso de ser madre y la incomodidad que a veces conlleva ser hijo. Y también sobre la ternura, un valor que sobrevive siempre, incluso en estos tiempos de consagración social del hater.
Todo eso está en el espíritu de este notable primer largo de Federico Luis, sólido, complejo, emocionante. Por la coyuntura tan especial que vive hoy el cine argentino, la aparición de una película como esta significa mucho. Es una señal de vitalidad y un gesto de entereza, perspicacia y esperanza.