Crianza: por qué decir “no” ayuda a organizar la psiquis de los bebés
Crianza: por qué decir “no” ayuda a organizar la psiquis de los bebés

Los bebés aprenden el “no” antes que el “sí”. Al año lo expresan girando la cabeza de un lado al otro y antes de eso dan claras señales de lo que no quieren o no les gusta. En la etapa entre el año y los dos años también escuchan infinidad de “no” por parte de sus padres y cuidadores, quienes velan por su protección y seguridad.

René Spitz, discípulo de Sigmund Freud, habló de tres organizadores del psiquismo del niño durante el primer año de vida y el tercero de ellos es justamente el “no”.

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Esos organizadores, en realidad hitos del desarrollo, son consecutivos y llevan a la aparición del siguiente, señalando la cada vez mayor integración de sus personitas.

Alrededor de los dos meses aparece el primero, la sonrisa social, la respuesta de sonrisa al rostro humano de frente. El bebé no lo reconoce todavía –sonríe también ante una máscara–, es un precursor del reconocimiento y se extiende hasta los seis u ocho meses de vida. Luego surge el segundo organizador, la “angustia del octavo mes”, ya distingue a la madre de los demás rostros humanos, lo que lo lleva a rechazar el acercamiento de los extraños, llorar ante ellos, mirar hacia otro lado o cubrirse la cara.

Esta angustia es la prueba de que el niño ha encontrado y reconoce a “su” persona, figura de apego, con quien tiene un vínculo afectivo que dejará sus huellas en las futuras relaciones a lo largo de su vida.

A partir de ese momento el bebé va descubriendo distintos aspectos de él mismo, también empieza a percibir la diferencia entre él y el mundo externo a él; entre lo que él es y lo que no es, gradualmente se reconoce como persona individual y separada.

Alrededor del año de vida, coincidiendo con el aprender a caminar, surge el tercer organizador, el gesto “no”. Spitz lo identifica como un logro exclusivamente humano –a diferencia de los primates y otros mamíferos– que lleva al lenguaje verbal que a su vez, con el tiempo y la maduración, reemplaza la acción por la comunicación.

Ese “no” no es simplemente una palabra, sigue consolidando la individuación: ahora puede no estar de acuerdo.

El niño ya empieza a reconocerse como una persona separada de su cuidador, con pensamiento e ideas propios; comienzan la capacidad de juicio, el pensamiento abstracto y la identificación con los límites impuestos por los cuidadores. Pasa de la acción física a la comunicación simbólica para expresar su rechazo y a su vez sienta las bases para un pensamiento más complejo basado en el lenguaje.

Con la adquisición del gesto de negación, la acción es reemplazada por mensajes y se inicia la comunicación a distancia, de gran importancia en la evolución tanto del individuo como de la especie humana.

Comienzan los límites

El “no” de los adultos, que el bebé/niño ahora comprende, marca a su vez el comienzo de los límites y las prohibiciones, lo ayuda a diferenciar entre los “sí” y los “no” de su entorno y a desarrollar un sentido de sí mismo como individuo separado. Al comienzo por imitación y más adelante por identificación con sus figuras de apego, el niño empieza a internalizar las normas y reglas de la comunidad humana, a comprender que no todo está permitido y también que él mismo puede decir que no.

Al caminar se esfuerza por alcanzar la autonomía y logra salirse del alcance materno. Mientras durante los primeros meses de vida la comunicación estaba signada por ternura y cariño, ahora la palabra que las mamás usan con mayor frecuencia es el “No, no. ¡Nooo!”, acompañándola con un movimiento lateral de cabeza. Hay un cambio importante en el tono de la comunicación.

Esta prohibición interrumpe una iniciativa, una acción del niño, quien se encuentra atrapado por el conflicto entre el amor a su cuidador/a y el enojo provocado por la frustración impuesta por él/ella. Entre el propio deseo y la prohibición; entre el desagrado de oponerse a su cuidador corriendo así el riesgo de perderlo o de perder su amor, y la aceptación de sus pautas.

Al decir “no”, el niño empieza a separarse simbólicamente del otro: puede disentir, puede elegir

Ese “no” es entonces mucho más que un mero organizador: protege y a la vez habilita muchos otros sí, ofrece un rumbo, y le da fuerza a ese rumbo, del mismo modo en que las piedras de una catarata encauzan el agua para que pase por un determinado lugar, seguramente angosto, con toda la energía que le dan esos “por acá no”. Nos guste o no, nuestros hijos se hacen fuertes “contra” nosotros.

Cuando falta el “no” ya sea el propio del niño como el necesario y protector de sus cuidadores, se pierde el rumbo y la fuerza hacia el desarrollo y la individuación.