Imaginemos un futuro donde el Alzheimer, esa devastadora enfermedad que roba los recuerdos y destruye identidades, no sea una sentencia inevitable. Hoy, la ciencia nos ofrece una oportunidad: conductas focalizadas en el estilo de vida y los cuidados médicos que reducen significativamente el riesgo de desarrollar esta enfermedad. ¿Es esta la puerta de un nuevo paradigma que nos abre el camino a la prevención del Alzheimer? Los últimos estudios sugieren que la respuesta es sí.
La demencia es una enfermedad neurológica en que progresivamente se alteran las funciones cognitivas hasta que la persona pierde la independencia para las actividades de la vida diaria. La más frecuente es la enfermedad de Alzheimer que representa la sexta causa de muerte en el mundo y una de las principales causas de discapacidad. No hace falta enfatizar el efecto demoledor de esta enfermedad cuando sabemos que la segunda cosa más cercana a pasar un buen momento, es poder recordarlo…
Aún cuando la expectativa de vida se ha extendido, esto no ha sido acompañado por un aumento en la calidad de vida. El paso de los años se asocia con una disminución de la agilidad y otras capacidades de la juventud, pero la pérdida más limitante es la de las capacidades cognitivas que nos permiten llevar una vida con consciencia sobre nuestra persona y el mundo que nos rodea.
Se puede decir que aun aquellas personas que tienen las dos copias de la mutación genética ApoE4, un hallazgo que da la certeza de que el portador desarrollará Alzheimer, también pueden disminuir la probabilidad de contraer esta enfermedad. Estas personas desarrollan la enfermedad entre los 60 y 70 años -un promedio de 10 años antes que el comienzo de la enfermedad sin un componente genético-.
Una publicación del mes de julio en la reconocida revista The Lancet, mostró que casi el 50% de los factores de riesgo relacionados con la demencia de Alzheimer son prevenibles.
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Prevención en los primeros años de vida
La prevención de esta enfermedad debe comenzar en la infancia y adolescencia. Aunque el aprendizaje durante la escolaridad reduce en un 5% el riesgo de desarrollar demencia, esta protección puede incrementarse significativamente si mantenemos viva nuestra curiosidad y compromiso con el conocimiento a lo largo de toda la vida. Imaginemos que llevamos una mochila invisible, siempre lista para ser cargada con nuevas experiencias, saberes y desafíos intelectuales. Esta mochila, enriquecida continuamente, acumulará nuestra reserva cognitiva y se convertirá en nuestro mejor escudo para postergar o evitar la aparición de una demencia.
Prevención a una edad avanzada
En el otro extremo de la vida, se puede disminuir un 10% el riesgo de demencia limitando la exposición a la contaminación ambiental, corrigiendo alteraciones de la agudeza visual y evitando el aislamiento social.
Pequeñas partículas de 2,5 micrones de diámetro flotan en el aire y cuando alcanzan una cierta concentración, entran a los pulmones con el aire inspirado y llegan a los vasos sanguíneos donde causan oclusiones que llevan a la muerte por infarto cardíaco y cerebral a cinco millones de personas por año en el mundo. Otros sufren lesiones cerebrales que favorecen el desarrollo de Alzheimer. La contaminación excesiva del aire, que llega a su máximo en Asia, afecta a todos los países del mundo. La crisis climática tiene una relación directa con el aumento de la contaminación del aire que respiramos.
La identificación de la pérdida de agudeza visual como un factor de riesgo para desarrollar Alzheimer es un hallazgo reciente y comparable al previamente detectado riesgo de demencia asociado a la hipoacusia -sordera-. El riesgo de demencia aumentó casi 50% en adultos con trastornos visuales. La explicación es que si limitamos los estímulos sensitivos que recibe nuestro cuerpo, las áreas del cerebro encargadas de procesarlos pierden su función en el llamado “usarlo o perderlo”. Si los ojos transmiten imágenes alteradas a la parte posterior del cerebro que es donde se procesa lo que percibimos en el ojo, la falta de estímulo causa atrofia de esa región cerebral. Por otro lado, la disminución en la capacidad visual estimula al aislamiento social que a su vez es un factor de riesgo de demencia y la pérdida de visión en personas que tienen una alteración cognitiva acelera su declive intelectual. Mientras mayor sea la pérdida visual, más significativo es el riesgo de declinación cognitiva ya que el cerebro debe aumentar el esfuerzo para corregir la distorsión de imágenes y por lo tanto accede a menos recursos para otras funciones cognitivas como la memoria. Las patologías más frecuentes asociadas con la edad y pérdida de visión son las cataratas, la degeneración macular y la enfermedad de la retina causada por la diabetes. En el caso de cataratas, la cirugía disminuye 30% el riesgo de demencia en comparación con quienes no son operados. Incluso corregir miopía -visión de lejos- y presbicia -visión cercana- disminuye marcadamente el riesgo de demencia.
El aislamiento social -vivir solo o ver amigos y familiares menos de una vez por mes- y la soledad -definida como el sentimiento de que los contactos personales son inadecuados- son más frecuentes con el paso de los años. La ausencia de contactos o una cantidad de interacciones sociales insuficientes, aumenta el riesgo de demencia. Se ha mostrado atrofia cerebral y un aumento de la muerte cardiovascular de hasta el 30% asociadas con el aislamiento social. El mecanismo de protección relacionado con la actividad social puede ser debido a un aumento de la reserva cognitiva y por disminución del estrés. Un famoso estudio de Harvard iniciado en 1938 y aún activo, evaluó 700 jóvenes entre los que la mitad pertenecían a un segmento socio económico alto -estudiantes de la universidad de Harvard- y la otra mitad vivían en barrios pobres de la ciudad de Boston. En forma periódica se les hizo exámenes médicos y de todo tipo en relación con su forma de vida -amistades, familia, estado civil-. Actualmente viven aproximadamente 60 de los participantes originales -ya con 90 años- pero se han agregado casi 2000 más incluyendo hijos y cónyuges. Aunque muchos de ellos enfrentaron giros inesperados en sus vidas, el análisis de los resultados mostró un hallazgo concluyente: los participantes que tuvieron las relaciones sociales más fuertes tanto con otras personas como con la comunidad, fueron los más sanos, vivieron más tiempo y tuvieron los mayores puntajes en escalas de felicidad. El nivel de ingreso económico no tuvo ninguna correlación con esos hallazgos. Y esto explica que el curso más popular en los más de 300 años de historia de la Universidad de Yale se llame “La ciencia del bienestar” dictado por la profesora Laurie Santos. El mensaje central del curso es que se puede lograr la felicidad por medio de un diario de gratitud donde se debe escribir algo cada día y la realización de actos de bondad hacia otros entre varias actividades que tienen un impacto marcado en nuestro bienestar. Hasta este momento “La ciencia del bienestar” ha tenido más de cuatro millones de participantes lo que lo convierte en uno de los cursos más populares a nivel global.
Prevención en la mediana edad
Entre los extremos de la vida transcurren varias décadas en las que la persona puede ser afectada por diversas enfermedades y puede o no adherir a hábitos que en su conjunto son responsables por el 30% del riesgo de desarrollar demencia.
La hipertensión arterial y la diabetes son típicamente diagnosticadas con retraso y su control es inadecuado en una alta proporción de las personas afectadas. Ambas contribuyen a la rigidez de la pared de las arterias y esta pérdida de elasticidad causa lesiones en los pequeños vasos sanguíneos que llevan la sangre que nutre con oxígeno al cerebro. La diabetes en particular acelera la oclusión del sistema circulatorio alterando así la distribución de sangre y oxígeno en todos los órganos del cuerpo. Por esto no sorprende que tratamientos para la diabetes como la metformina y los estimulantes del péptido similar al glucagón -GLP1- no solo controlan la enfermedad, sino que han mostrado propiedades asociadas al rejuvenecimiento del organismo y a la posible prevención de la enfermedad de Alzheimer.
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El aumento del llamado colesterol malo -LDL- fue recientemente identificado como un factor de riesgo para la enfermedad de Alzheimer. Este hallazgo no sorprende ya que el colesterol LDL se adhiere a la pared arterial y contribuye a su oclusión progresiva con lo que limita la irrigación cerebral y favorece la ocurrencia de enfermedad cerebrovascular -ACV- que está fuertemente ligada a la demencia de Alzheimer. También se ha mostrado que el LDL favorece los depósitos de la proteína amiloide y tau en el cerebro contribuyendo a los hallazgos clásicos en cerebros de personas con Alzheimer. Las estatinas son medicamentos que tienen gran efectividad para reducir el colesterol LDL y su uso disminuye además el riesgo de demencia. Esta relación de colesterol con demencia comienza en la juventud y mediana edad -entre los 18 y 65 años- y se previene cuando el tratamiento del colesterol se inicia en forma temprana.
Innumerables estudios publicados en revistas científicas han confirmado el efecto preventivo del ejercicio en la aparición de demencia. La Universidad de Queensland evaluó adultos sanos de entre 65 y 85 años para medir durante 6 meses el efecto de ejercicio con tres intensidades -alta, media y baja- y detectaron que solo el grupo de alta intensidad mostró una mejoría cognitiva. Llamativamente los cambios persistieron durante los 5 años posteriores a la intervención e imágenes cerebrales mostraron aumento en el volumen y conexiones en las áreas de la memoria. Los mecanismos protectores del ejercicio están mediados por un aumento del flujo sanguíneo cerebral, mejor control de la hipertensión arterial, aumento del óxido nítrico que es un dilatador de vasos sanguíneos y el aumento del factor neurotrófico cerebral estimulado por la presencia de irisina, una proteína que se libera de músculos activados por el ejercicio y que causa un aumento del volumen cerebral. El ejercicio no es opcional…
La obesidad a lo largo de toda la vida tiene relación con la aparición de demencia. Si bien este efecto podría deberse a la relación de la obesidad con hipertensión, diabetes y falta de ejercicio se han diseñado estudios que muestran que a pesar de eliminar estadísticamente el efecto de esos factores la relación de obesidad con demencia se mantiene. Esto podría deberse al estrés crónico que sufren las personas obesas por la estigmatización de su imagen física. Pero no se ha detectado un mecanismo específico por el que la obesidad se relacione directamente con la aparición de demencia.
Fumar mata. Los fumadores viven en promedio 15 años menos que una persona que no fuma. Y mueren 7 millones de personas por año en el mundo como consecuencia del cigarrillo -un millón son fumadores pasivos-. Durante el siglo XX murieron 100 millones de personas por efecto del cigarrillo y en este siglo se calcula que morirán 1000 millones. Estos números muestran claramente que en la adicción al cigarrillo participan gran cantidad de variables que tienen que ver con las emociones e impulsos cerebrales irracionales de difícil control. El tabaco es responsable por el 10% de las muertes cardiovasculares, por el 75% de los cánceres de pulmón, por el 20% de todos los cánceres y por el 40% de los casos de enfisema pulmonar. Con el aumento de la expectativa de vida, se ha demostrado que fumar desde la juventud hasta los 70 años incrementa el riesgo de Alzheimer, un riesgo que antes no se manifestaba porque los fumadores solían morir antes de alcanzar la edad en la que es más probable desarrollar demencia. Un estudio de Dinamarca, otro del BioBanco del Reino Unido y datos del estudio de Framingham en los EE.UU., confirman la relación entre fumar y el diagnóstico de demencia. Otros estudios mostraron que dejar de fumar se asocia con una disminución en el riesgo de demencia.
El alcohol debe limitarse a una ingesta moderada que puede ser diaria y no mayor a 15 gramos. Esto implica que para vino -con un promedio de 12% de graduación alcohólica-, la medida es de una copa pequeña de 150 mililitros y para cerveza -5%- la cantidad es equivalente a una lata. Datos de varios estudios realizados en años recientes muestran que dosis mayores a las descriptas causan daño cerebral y a otros órganos. Otro estudio mostró que la aparición de Alzheimer era más temprana en las personas que bebían mayores cantidades de alcohol.
La depresión es un trastorno emocional que frecuentemente no es identificado como una enfermedad tratable y se considera la respuesta normal a las complejidades y frecuentes disgustos asociados con la vida moderna, especialmente en un país como la Argentina. El diagnóstico temprano y tratamiento de la depresión disminuyen el riesgo de demencia.
La pérdida de audición se correlaciona con la aparición de demencia. Una consecuencia de la hipoacusia es la dificultad para relacionarse en reuniones de amigos o celebraciones con mucha gente -que tiende a hablar en forma simultánea- y con música o ruidos de fondo. Lo anterior lleva a que la persona evite este tipo de eventos sociales con lo que se hace víctima de un aislamiento progresivo. El 60% de las personas mayores de 70 años tienen una declinación de la audición que es clínicamente detectable. Y mientras mayor la pérdida, mayor el riesgo de demencia. Es importante un diagnóstico temprano para corregir este déficit ya que el uso de audífonos correlaciona con una disminución de 20% en el riesgo de demencia. Esto se confirmó en un estudio reciente, donde las personas que usaron audífonos durante tres años tuvieron una menor declinación cognitiva comparado con quienes no los usaron. Actualmente en los EE. UU. es posible comprar audífonos de venta libre. Seguramente no es casualidad que el área de la audición en el cerebro está junto a una de las zonas más afectadas por la enfermedad de Alzheimer y en estos pacientes se ha confirmado atrofia del lóbulo temporal.
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Los traumatismos craneales contribuyen a la demencia durante todo el curso de la vida. De acuerdo al centro de control de enfermedades -CDC- en los EE.UU. un millón de personas son evaluadas por año de las que 200.000 son hospitalizados, 70.000 mueren -190 personas por día- y 80.000 quedan con algún tipo de secuela. En ese país, las caídas son responsables por la mitad de estos traumatismos, las heridas por armas de fuego son la causa más frecuente de muerte por lesión craneal y los accidentes en vehículos y asaltos son la tercera causa más frecuente de traumatismo craneal. En los más jóvenes los traumatismos ocurren mientras practican deportes arriesgados, por no usar la protección adecuada que exigen ciertas actividades y por accidentes en vehículos. Deportes como el rugby, boxeo, y fútbol norteamericano pueden tener consecuencias neurológicas y psiquiátricas en el mediano y largo plazo por las contusiones cerebrales que ocurren durante su práctica.
Las motos merecen un comentario especial por su extenso uso recreativo. En los EE.UU. si bien representan el 3% de los vehículos, son responsables por un 17% de las muertes de tráfico. El 80% de quienes tienen un accidente de moto sufrirán lesiones o muerte. La mortalidad en motos ha aumentado los últimos años a pesar de que los números indican que el 94% de las fatalidades ocurren en accidentes con buen clima, que el 72% los conductores no están afectados por alcohol y que 70% de las muertes ocurren en personas que tienen casco -lo que sugiere que la protección que ofrecen es limitada-. Un motociclista tiene 29 veces más probabilidad de morir en un accidente que un conductor de auto. Los motociclistas mayores de 40 años representan el 54% de las muertes lo que confirma la relación entre una mayor edad que se asocia con disminución de visión y velocidad de reacción y la muerte. Para quienes respetan las estadísticas, el uso de moto debería reservarse para aquellos que no tienen la opción de comprar otro vehículo y para quienes lo usan como medio de trabajo.
El estudio de The Lancet no incluyó un análisis publicado en 2024 en la revista Nature, que reveló una relación entre infecciones, atrofia cerebral marcada y demencia mediante el estudio de patrones proteicos y genéticos. Más evidencia que sostiene la relación entre infección y Alzheimer se vio en dos estudios que incluyeron a 800.000 personas y mostró que aquellos que recibieron la nueva vacuna contra el herpes tuvieron una reducción significativa en el riesgo de desarrollar Alzheimer. Por último, otro factor que el estudio de The Lancet no tuvo en cuenta fue el sueño. Respetar un total de 7 a 8 horas de sueño durante la vida adulta permite el filtrado de proteínas cuya acumulación, en personas que duermen menos horas, se asocia con la ocurrencia de Alzheimer.
Todos los hallazgos descriptos muestran las diferentes medidas que se pueden tomar desde la primera infancia y a lo largo de toda la vida para que en su conjunto logren disminuir 50% el riesgo de desarrollar enfermedad de Alzheimer. La evidencia científica nos muestra que nunca es demasiado temprano ni demasiado tarde para iniciar acciones que controlen o eviten los factores de riesgo que causan demencia. Cada persona tiene el poder de influir en su salud cerebral con cada pequeño paso hacia un estilo de vida más saludable. Este cambio profundo depende, en última instancia, del compromiso y esfuerzo individual.
Diversas encuestas revelan que, al preguntar a personas mayores de 50 años cuál es la enfermedad que más temen, la respuesta más común es la demencia. La tragedia del Alzheimer no reside solo en que le roba a la persona sus memorias y función cognitiva, sino también el dolor que causa a las familias, arrebatándoles a la persona que conocían. Hoy más que nunca debemos desafiar la célebre afirmación de Sir Winston Churchill de que “… la salud es un estado transitorio que no presagia nada bueno…”. En lugar de aceptar este destino, debemos abrazar el objetivo de prolongar una vida plena de salud y vitalidad.
*Por Dr. Conrado Estol, neurólogo y presidente Asociación de Salud, Calidad de Vida y Longevidad.