Kill, masacre en el tren (Kill, India/2023). Dirección: Nikhil Nagesh Bhat. Guion: Nikhil Nages Bhat y Ayesha Syed. Fotografía: Rafey Mehmood. Música: Vikam Montrose, Shashwat Sachdev y Haroon-Gavin. Edición: Shivkumar Panicker. Elenco: Lakshya, Tanya Maiktala, Raghav Juyal, Abhishek Chauhan, Ashish Vidyrthi. Distribuidora: BF Paris. Duración: 105 minutos. Calificación: apta para mayores de 18 años. Nuestra opinión: buena.
Kill, masacre en el tren es la muestra extrema de un modelo de cine adulto concebido y ejecutado para entretener con las dosis máximas de violencia que puedan entrar en la imaginación. Tan fuerte resulta este ejercicio que el body count, término que se aplica al registro completo de cadáveres registrado a lo largo de una película, supera aquí cualquier cifra previsible. Son tantas las víctimas acumuladas que en un momento nos olvidamos de contarlas.
Este thriller de artes marciales que se viene anunciando como la película más violenta de toda la historia del cine de la India tendrá su remake en Hollywood de la mano (nada menos) de Chad Stahelski, el gran artífice de John Wick. No hay que esforzarse demasiado para encontrar todos los puntos en común que facilitan la confluencia entre ambos mundos. Los ejes de la historia y los móviles de los personajes son sencillos de hallar y también de entender: la ambición, el romance, el espíritu de justicia y la venganza son estados de ánimo de alcance y comprensión universal.
Lo que distinguirá a Kill de cualquiera de sus previsibles versiones futuras es una cuestión de estilo. Responde a la genuina idiosincrasia del cine de Bollywood, con sus típicos personajes guiados por emociones e impulsos básicos. En ellos se configura de inmediato, a partir de esos comportamientos, una representación casi modélica de ciertos arquetipos: el héroe, el villano, la heroína romántica y unas cuantas víctimas colaterales, sobre todo familiares y amigos estrechos de los protagonistas, todos ellos atados a un destino asumido con una energía ilimitada. Como si sacaran fuerzas de alguna fuente espiritual ajena a este mundo.
Kill es un cuento de hadas con derivaciones trágicas que se inspira en un caso real. Tres décadas atrás, el director Nihkhil Nagesh Bath vivió en carne propia el ataque de una banda de entre 25 y 30 forajidos que saqueó el vagón contiguo al que ocupaba en un tren nocturno. No tardó en enterarse de que ese era el modus operandi de ese tipo de bandas dedicadas al robo a gran escala en recorridos ferroviarios de larga distancia, muy usados en la India.
En este caso, las víctimas son dos amantes, el comando de elite Amrit (Lakshya) y Tulika (Tanya Maniktala), decididos a permanecer juntos a pesar de que la chica y su familia viajan hacia Nueva Delhi para concretar una boda ya concertada con otro hombre. En medio del trayecto, una nutrida banda armada con todo tipo de armas blancas ingresa al tren y Amrit, junto a su amigo y colega Viresh (Ahbishek Chauhan), se dispone a enfrentarla.
De allí en adelante todo responde sin una sola pausa a un único estímulo: mostrar en el espacio más claustrofóbico y estrecho que pueda imaginarse un combate infinito cuerpo a cuerpo entre nuestros héroes y una sucesión interminable de adversarios. Coreografiada por el experto surcoreano Oh Se-yeong (el mismo de la magistral Snowpiercer), cada pelea está llena de giros sorpresivos, movimientos inesperados y un cruento desenlace. En ellas se usan las manos, el cuerpo, todo tipo de objetos filosos y elementos cada vez más contundentes.
El uso de los matafuegos, por ejemplo, sorprenderá a más de uno en un crescendo de violencia (a cierta altura convertida en un fin en sí mismo) que irá desplazándose, cuando las muertes alcanzan peligrosos límites, hacia una feroz historia de venganza que adopta ribetes melodramáticos. En el fondo, Kill se configura como la más sangrienta de las telenovelas, con héroes y villanos unidos en una pulsión de muerte casi incontrolable. Suficiente para entretener y también para preguntarnos que hay detrás de la violencia extrema como único motor de la historia. Llega un momento en que el despliegue de sangre y cuerpos destrozados obnubila y enceguece, a tal punto que perdemos noción de todo lo demás.