El mes próximo va a celebrar los 112 años, y pensaba en hacer un dulce con los quinotos que cosechó en uno de esos días soleados de finales de julio pasado, cuando el termómetro superó los 20°C. Por ese entonces Rosa Micaela Puertas Quiroga aprovechó el buen clima para salir al jardín de su casa y disfrutar un poco del aire libre, porque ahora, con el frío, “es mejor quedarse adentro”, dice la mujer, que vive en Palermo con una de sus hijas, María Teresa, de 85 años. Hace unos días que está con un poco de tos, pero Rosa, que nació el 29 de septiembre de 1912, casi no sabe lo que es enfermarse ni tomar medicamentos. “De no ser por la vista, porque mamá ya no ve –indica su hija– está muy bien. Camina, se acuerda de los cumpleaños de todos sus nietos y bisnietos y no toma ninguna pastilla, para nada”.

Ama de casa, madre de tres hijos y, actualmente, con una familia grande que incluye nietos, bisnietos y una tataranieta, hace tiempo que Rosa superó con creces la expectativa de vida nacional en más de 30 años. Se siente una privilegiada por seguir acá, entre sus seres queridos, y también por poder continuar yendo a misa y agradecerle a Dios. Lo hace cada día que se levanta, respira, y toma su desayuno. ¿Cómo llegó a los 111 años con esa vitalidad? En una conversación telefónica con LA NACIÓN, que no pudo ser presencial a causa de esa tos que la tiene inquieta, Rosa confiesa que cada vez que le preguntan cuál es su secreto, responde lo mismo: el amor.

“Estoy protegida por el Señor y el amor de mi familia”, dice con voz fuerte y clara. A lo que María Teresa, agrega: “No solo el amor que recibe, sino más bien el que ella siempre dio. ‘Mamina’, así le decimos en la familia, es una persona muy positiva, una mujer alegre y luchadora. Y eso que ha pasado por momentos difíciles y golpes duros”, cuenta la mujer, como aquel incidente de tránsito en el que fallecieron uno de sus hijos, su nuera –que estaba embarazada de su sexto bebe–, y dos de sus nietos que viajaban en el auto. De sus hermanos –Rosa es la menor de cinco–, ninguno vive en la actualidad. Sin embargo, dice María Teresa, todos fueron longevos. La última vivió hasta los 99 años.

Pero Rosa no es la única argentina supercentenaria, como se los llama a los que cruzaron la barrera de las diez décadas. Según la Dirección de Población del Registro Nacional de las Personas (Renaper), de la Vicejefatura del Gabinete del Interior, el grupo de 100 años o más con residencia en el país en el DNI, en un relevamiento hasta julio pasado, hay en la Argentina 8125 personas en esa franja etaria, de los que 6130 son mujeres y 1995 hombres.

Esta semana, además, se conoció la noticia de que la persona más longeva del mundo, la española María Branyas Morera, murió a los 117 años. El fallecimiento ocurrió el lunes pasado en Olot, en la provincia de Girona. La mujer vivía en la residencia Santa María del Tura, donde ingresó con 92 años tras la muerte de su esposo. En la Argentina, de acuerdo con el informe del Renaper, hay cinco personas que tienen 115 años: cuatro mujeres y un varón que son los más longevos entre los casi 46 millones de habitantes que tiene el país, según el último censo. Con 100 años redondos, son un total de 2663, la gran mayoría también mujeres. Y con 112, la edad que cumplirá “Mamina” el 29 de septiembre próximo, son 30. Con un año más que la protagonista de la nota, es decir con 113, la cifra cae significativamente, ya que pasan de 30 a solo 16 personas.

El desafío de la longevidad

Como psicóloga y directora del Instituto Iberoamericano de Ciencias del Envejecimiento (Inicien), Graciela Zarebsky señala que el mundo está atravesando el boom de la longevidad, y que en todo el planeta hay aproximadamente medio millón de centenarios. Para 2050, dice la licenciada en gerontología, se espera que esa cifra aumente de manera considerable. Entonces, ¿cómo prepararnos para el desafío de la longevidad? Este fue el disparador de su último trabajo, en el que Zarebsky plantea, entre otras cuestiones, la necesidad de desarrollar una identidad flexible: “El desafío es seguir siendo jóvenes internamente, sentirnos jóvenes. Aclaro a gerontólogos horrorizados que ante esta propuesta dicen: ‘Tenemos que aceptar la vejez y no pretender ser jóvenes’. Pero es que ser joven no es solo un atributo de la edad. Todos conocemos jóvenes viejos. Me pregunto: ¿Por qué aceptamos decir jóvenes viejos y no aceptamos el término viejos jóvenes?”.

Para Zarebsky, una longevidad saludable implica aceptar y sostener la discordancia entre sentirse joven y saberse viejo. “Sobrellevar esta discordancia implica que sostengo mis deseos en equilibrio con el reconocimiento de las limitaciones que ponen en evidencia el paso de los años. El logro de ese equilibrio entre los deseos y las limitaciones es una tarea de toda la vida, y quienes lo logran son los que dan cuenta de esa identidad flexible, esencial para adaptarnos a los cambios que el envejecimiento implica”.

En este sentido, los expertos coinciden en que las personas que pasan el umbral de los 85 años tienen mayor nivel de bienestar psicológico que los adultos mayores más jóvenes. En otras palabras, deja de importar el proyecto de vida a futuro y el día a día tiene un peso enorme en la felicidad cotidiana. Algo de eso transmite Rosa en el placer de tener su árbol de quinotos en el jardín de su casa, o esperar con ansiedad que llegue su próximo cumpleaños para recibir uno de los regalos que más disfruta: una misa en su honor, que desde hace varios años se celebra en la Iglesia Nuestra Señora del Rosario, en Palermo, a la que nunca falta ni la familia ni los vecinos del barrio.

Cuando una persona cumple 100 años, desaparece del padrón electoral. Pero Rosa, como otros cuantos de los supercentenarios que viven en el país, quieren seguir yendo a votar. Para sortear el obstáculo, hay que hacer un trámite de reinscripción en la Cámara Nacional Electoral, y así vuelven a aparecer en las listas. Desde que la Argentina permitió a las mujeres votar, ella no faltó a ninguna elección. Para Rosa, el sufragio es un deber de todos los argentinos y advierte que la democracia no es algo que esté garantizado de por vida. “Nunca dejé de votar, no falté ni a una sola elección”, cuenta, y su hija indica que la última vez, en agosto del año pasado, la habilitaron en el padrón de la escuela, que está justo enfrente de su casa, para que el traslado fuese más sencillo. Fue caminando, como lo hizo siempre, pero no sin antes haber ido a misa. Por supuesto, todos la aplaudieron.

Supercentenarios: cuántas personas de 100 o más años hay en el país y cuáles son las claves de una tendencia que se asienta en el mundo

¿Cómo pasó la pandemia? Es la pregunta obligada, pero ella contesta: “¿Cuál?”. Memoriosa y lúcida, responde que en su haber hay más de una. “La de Covid la pasé tranquila. No me enfermé. Estoy protegida por el Señor”, dice. María Teresa suma: “‘Mamina’ se fue a vivir a España de muy chica con mis abuelos, y en la pandemia de los años 20 murió su papá, o sea mi abuelo, apenas tenía 33 años”.

Genética, resiliencia y memoria

En junio pasado, el neurólogo Alejandro Andersson, director del Instituto de Neurología de Buenos Aires (INBA) se inspiró en “Rosita” para dar una charla sobre los supercentenarios y las claves de la longevidad, que luego compartió en las redes sociales. “Después de verla me puse a pensar en cuáles son las características de los supercentenarios. ¿Qué tienen en común? Hay una parte genética importante, un estilo de vida saludable, con una dieta equilibrada, evitar el tabaco y el alcohol en exceso, relaciones sociales activas, mucha capacidad de aprendizaje, gran capacidad de resiliencia, no solo frente a las adversidades de la vida sino también ante las enfermedades, porque tienen sistemas inmunológicos muy fuertes y una notable capacidad para recuperarse”, sostiene el especialista.

De aquella visita que le hizo el neurólogo a la casa de su madre, María Teresa recuerda que estuvieron charlando más de una hora, y que Andersson no salía de su asombro. “Tiene una capacidad de conversación increíble y una memoria excepcional”, repetía el médico, y como para reforzar la evidencia, María Teresa cuenta una anécdota, de tantas, que sucedió hace ya más de una década, cuando su madre cumplió los 100. “Por esos días mi hijo me regaló un celular. Yo me negaba, que no lo iba a saber usar, que no me iba a acordar el número de teléfono y qué se yo”, repasa. El día que puso el chip, Mamina repitió el número y dijo: el 15, la niña bonita; el 32, la plata; el 9, el Día de la Independencia; el doble 00, mis años; el 8, el cumpleaños de uno de sus sobrinos y el 24, el del Niño Jesús.

“Listo María Teresa, ya no te lo olvidás más”, cerró la supercentenaria.

Por Prensa Pura Digital

DIARIO DE VILLA LA ANGOSTURA Y REGIÓN DE LOS LAGOS. NEUQUÉN.