Trump o Taiana
Trump o Taiana

Si Spruille Braden no hubiera existido, dijo alguna vez Perón, habría que haberlo inventado. Ingeniero en minas de la Universidad de Yale, mofletudo, corpulento, extrovertido, Braden tuvo una carrera como diplomático de apenas 14 años y sin embargo terminó en todos los libros de historia, aunque sin gloria. Primero fue embajador en Colombia, después en Cuba. La fama lo desbordó en su siguiente misión, Buenos Aires, debido a que el coronel Perón, materia gris de la dictadura militar que gobernaba el país, decidió convertirlo -con su involuntaria ayuda- en mascarón de proa del capitalismo vernáculo, ícono de la antipatria.

“Braden o Perón” resultó uno de los slogans de campaña más eficaces que se hayan inventado. Eso sí, terminó siendo el embrión de la inagotable antinomia peronismo-antiperonismo. Viene al caso recordar por estas horas que el sentimiento nacionalista avivado por Perón a partir de la intromisión tosca del embajador estadounidense en los asuntos internos de la Argentina sobrevive en la genética del peronismo, movimiento que será octogenario a partir de este viernes. Las pulsiones antiimperialistas parecen querer rejuvenecerlo.

Braden era, según Joseph Page, el “prototipo de un búfalo en un bazar de porcelana”. Sin tacto alguno se inmoló como animador de una Unión Democrática cuya oferta electoral estaba concentrada en una causa superior: frenar a Perón. Más o menos como hace hoy respecto de Milei este peronismo de Axel Kiciloff y la presa Cristina Kirchner, desprovisto como se encuentra de un modelo de desarrollo, de líderes nuevos, de éxitos frescos y de autocríticas verificables. La historia sorprende a veces con extraños espejos.

Tal como en febrero de 1946 (Perón introdujo el ingenioso dilema apenas doce días antes de las elecciones), se le diga ahora como se le diga -Donald Trump, Scott Bessent, imperialismo yanki, capitalismo dominante, apropiador de riquezas o ultrajador de la soberanía-, Estados Unidos vuelve a ser actor protagónico de una campaña electoral importante. Claro que de otro modo.

¿Qué tienen en común estos dos escenarios separados por ocho décadas? Que en ambos se despliegan “diplomacias” extremas, mojones algo estrafalarios de las largas, escarpadas relaciones argentino-norteamericanas, las cuales ya tuvieron las aventuras carnales de los noventa y también memorables cortocircuitos, como -antes de Braden- el empecinamiento de los camaradas del coronel Perón en preservar la neutralidad frente a Hitler, que sólo sería doblegado por Washington en el último minuto. O lo que ahora sería tal vez un inocente contrapunto de Ronald Reagan y Raúl Alfonsín en los jardines de la Casa Blanca por el conflicto de los contras, la deuda externa y Malvinas.

Jorge Taiana, canciller del matrimonio Kirchner devenido principal candidato opositor para las elecciones del otro domingo, prefirió comparar en las últimas horas el entendimiento Milei-Trump con la “Década Infame”, más precisamente con el Tratado Roca-Runciman firmado en 1933, es decir cuando Perón era un ignoto capitán y el peronismo no existía. Comparación recurrente: en otras ocasiones, por ejemplo las tratativas Mercosur-Mercado Común Europeo, desde esa corriente se trajo a colación el controvertido pacto suscripto por el hijo del general Roca con el declinante imperio británico, pacto de reputación dudosa. Pero Trump, que está en su mejor semana y que reta a la revista Time porque no le gusta cómo salió peinado en la tapa, no luce ahora mismo como el líder de una superpotencia declinante.

En 1945 Washington ayudaba financieramente a la oposición argentina, buscaba influenciar al electorado con informaciones incriminatorias de supuesto origen confidencial. Después de que el Departamento de Estado publicó el “Libro Azul”, un compendio de acusaciones al régimen militar y señalamiento de simpatizantes nazis, The New York Times consideró necesario advertir a los lectores que la oportunidad de la publicación no había sido casual, faltaban pocas horas para las elecciones en la Argentina. El mundo en aquel amanecer de la bipolaridad era algo más ingenuo que este.

Hoy está de turno la transparencia -palabra a la que en este caso habría que rebanarle la carga ponderativa-, los alineamientos internacionales vienen personalizados de fábrica y las instituciones parecen un accesorio, tal vez sólo sean el decorado. “Si perdés no sos más mi amigo” faltó que ayer le dijera Trump a Milei. No estuvo lejos: “Si pierde con un candidato de extrema izquierda no seremos generosos”, fueron sus palabras reales. Nada tan desafiante habrá escuchado antes un presidente argentino en ese lugar, por lo menos en público. Andá y ganá o no vuelvas más.

Para Trump, Taiana, un peronista que consiguió la candidatura por su perfil moderado y que en su juventud pasó siete años preso (detalle: lo encarceló un gobierno peronista, primero lo tuvo como desaparecido) ya es de extrema izquierda. Trump no se está refiriendo a un Jones Huala ni a un trotskista vehemente.

Ahora bien, que en la provincia de Buenos Aires gane Taiana es bastante probable. No está descartado, incluso, que su lista arrase. ¿Pero qué significaría “perder” para el gobierno cuando técnicamente habrá 24 elecciones, una por distrito? ¿Considerará Estados Unidos el total nacional? ¿La cantidad de bancas obtenidas? ¿La frontera de controlar un tercio de la Cámara de Diputados, cuanto menos, para que la oposición no le siga volteando vetos con los proverbiales dos tercios?

El contexto tal vez ayude a hallar una respuesta. “Si un comunista o socialista gana, te sentís diferente sobre hacer una inversión (o no hacerla)”, fundamentó Trump. Bueno, si Perón escuchara que el presidente de los Estados Unidos asimila a sus descamisados con los comunistas y los socialistas, es decir con quienes justamente él desplazó en 1945 de los sindicatos para armar el peronismo, probablemente pediría volver enseguida al cielo, a la Eternidad o adonde estuviere. Pero, por contexto, la verificación del triunfo exigido en la sentencia implacable (si no ganás te quedás sin los dólares) parecería que no quedará en manos de Milei ni de Adorni, del Gordo Dan, del Ministerio del Interior ni de los medios sino en las sacras, sabias, infalibles manos de los mercados. Infalibles e inapelables: si los mercados entienden el lunes 27 que Milei ganó, ganó. Y si interpretan que perdió, perdió. Ahí no sirve ir el martes con argumentos, ni siquiera tienen un mostrador para apelar.

Dos reflexiones finales. Primera, esta será la campaña (real) más corta en muchos años porque todo el mundo necesitaba la cumbre Milei-Trump para terminar de posicionarse, empezando por Milei. Demora que le vino bien al oficialismo para encoger aunque sea un poquito el escándalo Espert, imposible de soslayar por completo: el día de los comicios 14 millones de boletas estarán recordando al candidato caído, con foto, como si se le rindiera homenaje.

Segunda, la peculiar ayuda del tesoro estadounidense y el condicionamiento al resultado del domingo 26 (una derrota oficial terminaría por demostrar que Trump no se estaba refiriendo ayer a 2027, como sí lo hizo la vez anterior) seguramente reforzará la polarización. ¿Salvataje o entreguismo? Por cierto, a los mercados les quedan todavía ocho rondas para palpitar la definición.