Un viejo refrán popular reza que quien no sabe cómo llegó, es probable que tampoco sepa cómo seguir. El significado de fondo de la prosa nos recuerda que hay una naturaleza del devenir, que el origen de las cosas determina bastante ese devenir, y que siempre es recomendable volver al origen de las cosas para tener presente su naturaleza.

Volver al origen es muy recomendable para comprender la verdadera naturaleza del actual proceso político. ¿Cómo se origina este proceso? ¿Fue Milei artífice de aquel devenir o fue simplemente la consecuencia del mismo? En las respuestas de estos interrogantes, uno observará la naturaleza de la actual coyuntura.

Hay un momento en la historia reciente al que siempre es recomendable volver y ese momento es el 12 de noviembre de 2023. Aquel día, la gran mayoría que nos sentamos a ver el debate presidencial previo al balotaje, fuimos testigos de un hecho extraordinario, y que con el tiempo se volvió una pequeña reducción a escala de lo que sobrevendría.

Ese día, vimos en la escena a un candidato inexperto, ignorante de muchos aspectos relevantes de la función para la cual se estaba ofreciendo, impreciso para transmitir muchas de las ideas que proponía y por momentos inestable para enfrentar esa situación. Mientras que del otro lado, había otro candidato que ofrecía con perfección cualidades opuestas a las de su rival: mostrando mucha experiencia en ese tipo de situaciones, mucho más conocimiento de los temas abordados, que se expresaba con mayor claridad y prestancia, y que se mostraba estable y asentado.

Javier Milei

Cualquier experto en comunicación política hubiera llegado a la conclusión de que la batalla electoral estaba terminada, que era imposible que el candidato opositor en aquel entonces pudiera haber dejado convencidos a una mayoría de votantes para triunfar al domingo siguiente. Sin embargo, todos sabemos lo que ocurrió: el candidato apabullado en el debate venció a su rival por más de 11 puntos porcentuales una semana después.

La explicación es sabida. El candidato que mejor se desempeñó en el debate era el candidato desprestigiado, de un oficialismo desprestigiado, frente a una sociedad enojada por lo que el gobierno de ese candidato le estaba haciendo padecer, y que estaba decidida a elegir avanzar hacia un cambio. Y lo único que tenían a disposición en esa instancia (el balotaje) para ir en ese sentido, era ese candidato que se había mostrado tan imperfecto en el debate.

El recuerdo de esa secuencia intenta destacar que, en la naturaleza de este cambio, lo extraordinario del triunfo de Milei no fue el candidato, sino la gente. Milei no fue el artífice de su triunfo, fue un protagonista del devenir. Fue más el deseo de cambiar de la gente que la llevó a optar por lo que Milei ofrecía, que el convencimiento que el propio Milei produjo en la gente de la conveniencia del cambio que él ofrecía. No ganó el candidato, ganó la demanda de cambio.

La situación planteada en aquel debate se ha repetido de manera sistemática a lo largo de los primeros 14 meses de gestión de Javier Milei, mostrándonos como en aquel entonces resultados contraintuitivos. Hemos visto a este presidente hacer cosas insólitas, tener discursos insólitos, cometer errores insólitos y, sin embargo, pareciera eso no afectar demasiado la expectativa que la gente tiene en que Milei produzca los cambios deseados. Lo hemos visto ser imperfecto en muchísimos aspectos, pero ello pareciera no horadar significativamente sus niveles de apoyo.

Producto de ello, todo el tiempo uno pareciera estar viendo que, en la mayoría de la gente que se inclinó por este cambio en noviembre de 2023, son mayores las ganas que tienen de que esto salga bien que el convencimiento que esa gente puede tener de que estas son las formas y los modos para que esto salga bien.

Es cierto que en toda esta argumentación hay cierta exageración. No han sido solo extravagancias las de Milei. También ha habido resultados que hacen que la gente siga creyendo. Estabilidad económica, desinflación o un dólar calmo, son indicadores que han contribuido a alimentar la percepción y la expectativa de que el rumbo del programa económico es el correcto. Y ello es un factor también estructural para comprender la estabilidad en los niveles de apoyos de Milei.

Tal es así que he llegado a sostener que si Milei no hablase o no tuitease, posiblemente tendría 10 puntos más de imagen positiva de la que tiene. Y ello se explicaría precisamente por esos resultados, que colaboran con que la gente siga creyendo que esto está funcionando, por lo menos en la demanda estructural de arreglar la economía.

Pero toda esta caracterización de la naturaleza del proceso que he hecho ha tenido el objetivo de ayudar a interpretar por qué un evento tan inconveniente como el que protagonizó Milei con la “difusión” de la estafa LIBRA podría no afectar tanto a Milei en los niveles de apoyo, precisamente por estas singularidades de la naturaleza del proceso.

Es volver a aquel debate de 2023 y ver a alguien haciendo las cosas mal, pero en un contexto extraordinario, con la gente extremadamente necesitada de que se produzca un cambio, de que la economía se arregle y así dejar de sufrir. ¿Se le puede perdonar a un presidente haber cometido semejante imprudencia o semejante engaño? Seguramente concluyamos que no, que lo razonable sería que la sociedad no tenga tolerancia frente a este tipo de hechos.

Pero si lo extraordinario del momento no es Javier Milei sino la gente y su deseo de que su realidad cambie, pueda que esa sociedad prefiera evitar la condena debida a un acto tan impropio, en orden de evitar tener que asumir una nueva frustración de un intento de cambio.

Como sucedió después de la mala performance en el debate, puede que la gente siga eligiendo a Milei y no haya impacto en la opinión pública del escándalo LIBRA. Pero esa elección seguirá dependiente, y cada vez más, de los resultados. Porque sin resultados, nadie toleraría inmoralidades, extravagancias ni locuras.