La 29ª Cumbre del Clima volvió a poner en evidencia las tensiones entre los intereses económicos de los grandes productores de combustibles fósiles y la necesidad urgente de acción climática. “El petróleo y el gas son regalos de Dios y no debe culparse a los países que los poseen”. Así abrió Ilham Aliev, presidente de Azerbaiyán, su discurso en la inauguración cumbre, celebrada en Bakú la semana pasada. Sus palabras, pronunciadas en el Estadio Olímpico de la ciudad, resuenan irónicas en un año marcado por inundaciones devastadoras, tormentas extremas y una sucesión de récords inquietantes: emisiones históricas, temperaturas sin precedente y muertos, cientos de muertos causados por fenómenos meteorológicos. Es innecesaria la aclaración: la industria petrolera es uno de los sectores clave de la economía en Azerbaiyán.

La paradoja recuerda a la anterior Conferencia de las Partes celebrada el año pasado en Dubai, séptima potencia petrolera mundial: el presidente de la COP28, el sultán Ahmed Al Jaber, era el director de la principal petrolera emiratí. Resultaba irónico que los Emiratos Árabes Unidos, miembro prominente de la OPEP que se propone aumentar su producción a 5 millones de barriles diarios para 2027, fuera, al mismo tiempo, sede del más importante evento climático, destinado a encabezar la transición energética.

La alucinación de la autopercepción llegó también al mundo de la sostenibilidad. Situaciones que unos años atrás hubieran sido consideradas insultantes hoy se hacen costumbre. Todo, en fin, es una enorme contradicción. Occidente parece distraído en su liderazgo para combatir el calentamiento global. ¿Otra ironía de nuestra época? ¿De verdad creen que de este modo van a erradicar las emisiones de carbono?

Emisiones en alza

En la COP28 todos los países se comprometieron a alejarse de los combustibles fósiles. Sin embargo, ocurrió lo contrario: se están aprobando nuevos proyectos de petróleo y gas en todo el mundo, desafiando la ciencia del clima. Los nuevos datos publicados en Azerbaiyán indican que las emisiones de gases de efecto invernadero provenientes del carbón, el petróleo y el gas marcaron un nuevo récord en 2024, al crecer un 0,8 %, y que las posibilidades de contener el aumento de las temperaturas por debajo de los 1,5 grados para mitad de siglo son prácticamente nulas. En suma, a pesar de la necesidad de frenar el cambio climático, todavía no hay señal de que el mundo haya alcanzado un pico en las emisiones de CO2 fósil.

La COP 29. Una cumbre del clima llena de paradojas y sin respuestas claras

Este año va camino de convertirse en el más caluroso jamás registrado, con una temperatura mundial anual que llegaría, por primera vez, a 1,5 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales, según medición del programa Copernicus, de la Unión Europea.

También las emisiones globales de gases de efecto invernadero alcanzaron un nuevo récord en 2024: superaron los 40.000 millones de toneladas anuales, según el Global Carbon Budget. Esto subraya la dificultad de cumplir con la meta del Acuerdo de París: reducir las emisiones en un 43 % para 2030 y limitar el calentamiento global a 1,5 °C.

Uno de los temas centrales de la cumbre de Bakú fue la financiación climática, es decir, los recursos económicos que deben recibir los países con menores recursos para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero y adaptarse a los impactos del calentamiento global. El acuerdo alcanzado establece que las naciones más ricas deberán aportar, como mínimo, 300.000 millones de dólares anuales para 2035, triplicando la meta actual de 100.000 millones de dólares por año.

Este objetivo ha generado decepción entre muchos países en desarrollo. Es parte de la dinámica de una negociación: por un lado, los escépticos climáticos destacan las cifras “elevadas” como argumento para frenar las acciones, señalando costos insostenibles. Por el otro, los activistas climáticos sostienen que aun este aumento es insuficiente y exigen mayor ambición para financiar medidas efectivas de mitigación y adaptación al cambio climático.

El monto acordado de 300.000 millones de dólares debe servir de base para movilizar recursos públicos y privados por un total de 1,3 billones en la próxima década (no se especificó cuáles serán las fuentes de financiación). Tras años de negociación, en Bakú se llegó a un acuerdo sobre los mercados mundiales de carbono, que deberían impulsar inversiones verdes y reducir las emisiones de gases contaminantes.

Attendees walk past a sign for the COP29 U.N. Climate Summit outside the venue, Saturday, Nov. 23, 2024, in Baku, Azerbaijan. (AP Photo/Sergei Grits)

En la anterior cumbre de Dubái se había logrado –por primera vez en más de tres décadas de negociaciones– una mención que podría interpretarse como obvia: la necesidad de dejar atrás los combustibles fósiles para lograr que el calentamiento no alcance los niveles más peligrosos. En esta COP29, las presiones, encabezadas por Arabia Saudita –a las que se sumó la calificada “deplorable” actuación del anfitrión–, lograron que no hubiera menciones a la necesidad de dejar atrás los combustibles fósiles. Las palabras, a menudo, sirven para encubrir.

No resultan indiferentes los resultados de la Cumbre frente a un contexto mundial tan convulsionado: la elección de Donald Trump, con la posibilidad de que Estados Unidos salga del Acuerdo de París, como ocurrió en su primer mandato, y los conflictos geopolíticos actuales, que pueden llevar a los países a postergar su transición hacia un sistema energético sin emisiones.

Los costos de no actuar

Un reciente trabajo publicado por The Economist analiza las estimaciones del costo global de una transición energética hacia un mundo de emisiones netas cero, basándose en investigaciones de economistas, consultoras y otros investigadores. Según el estudio, los escenarios evaluados tienden: a) a prever reducciones de emisiones más rápidas y por lo tanto más costosas; b) a considerar que la población y la economía mundial, especialmente en países en desarrollo, crecerán a ritmos poco realistas, incrementando desmesuradamente el consumo energético; c) a subestimar la rapidez con la que descenderán los costos de tecnologías clave de bajas emisiones, como la energía solar; y d) a no considerar que, independientemente de las medidas adoptadas, el mundo necesitará invertir en ampliar la producción de energía, sea esta limpia o contaminante.

Por tanto, el gasto necesario para cumplir el objetivo principal del acuerdo de París –mantener el calentamiento global “muy por debajo” de los 2 °C– no debe considerarse de forma aislada, sino contemplando escenarios alternativos donde la creciente demanda energética sea satisfecha con combustibles más contaminantes. Según el estudio, el costo incremental de reducir emisiones sería probablemente inferior a 1000 millones de dólares anuales, es decir, menos del 1 % del PIB global. Aunque no es insignificante, tampoco resulta inalcanzable, situándose en línea con estimaciones de expertos como Nicholas Stern y el premio Nobel de Economía William Nordhaus para limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 °C.

Un aspecto crucial es exponer los costos netos de la inacción para fortalecer los argumentos en favor de respuestas urgentes. Para los Estados, organizaciones y ciudadanos, el miedo a las pérdidas y a los cambios climáticos puede ser un motivador poderoso. Los recientes desastres climáticos –como las inundaciones en Valencia, donde en menos de ocho horas cayó el equivalente a un año de lluvias; las precipitaciones torrenciales que devastaron Rio Grande do Sul en Brasil en mayo pasado; o el aumento en la intensidad y frecuencia de huracanes en el Atlántico– son claros indicadores de que los efectos del cambio climático ya son una realidad. Científicos habían advertido durante décadas que las tormentas serían más intensas y frecuentes debido a la quema masiva de combustibles fósiles y a la deforestación. Estos fenómenos han destruido infraestructuras, arrasado cultivos y generado daños valorados en decenas de miles de millones de dólares. En este contexto, vale la pena comparar el costo de la transición energética con los daños catastróficos que un cambio climático descontrolado podría ocasionar. Diversos informes sobre la economía del cambio climático aseguran que, de no actuar con rapidez, las pérdidas podrían alcanzar hasta el 20 % del PIB mundial anual de manera indefinida.

Ceguera

Hay algo de irracional y de ceguera en seguir confiando en una metodología que, después de 30 Cumbres internacionales donde participan decenas de miles de personas, no ha logrado disminuir, sino aumentar, las emisiones de gases de efecto invernadero. Con los años, las Cumbres han devenido en un mero mecanismo sin épica alguna. Pero ocurre que el mundo cambió. Ha rebrotado un negacionismo que parecía diluido, tal vez por el hastío de esa cíclica escena donde una burocracia autopercibida como esencial repite, año tras año, que “El tiempo se está acabando” y luego de noches frenéticas posterga las decisiones ineludibles para la siguiente cumbre.

El proceso parece secuestrado por intereses corporativos de países que en nada reflejan una acción climática, sino todo lo contrario. ¿Se puede ganar la lucha contra el cambio climático con la ayuda de líderes petroleros? ¿Se puede confiar en que estas reuniones provoquen cambios sensatos y eficaces para construir un mundo mejor?

Más allá de relevantes avances parciales, como los acuerdos globales de Kioto (1997) y París (2015), las COP han funcionado como plataformas de un diálogo global y como punto de presión para que los gobiernos actúen. Aun así, es hora de repensarlas: reunir a los líderes y delegados cada dos o tres años, en lugar de anualmente. En los períodos intermedios, se podrían realizar conferencias virtuales específicas entre grupos más pequeños de países con intereses comunes. Es cierto que no se puede reemplazar el impacto político de una cumbre presencial, pero resulta innecesario movilizar a decenas de miles de personas cada año, con sus costos y emisiones. Hay una cierta hipocresía en declamar acerca de la vulnerabilidad del planeta y promover acciones en sentido contrario.

Eso sí, las futuras cumbres climáticas de la ONU deberían celebrarse solo en países que demuestren un compromiso sólido con la acción climática, para evitar lo ocurrido en las últimas dos conferencias. De lo contrario, estas reuniones seguirán siendo escenarios de inercia y contradicción: se decidirá hacer lo que no se hará, perpetuando el aumento de emisiones mientras el tiempo para evitar consecuencias devastadoras en diferentes partes del planeta se agota.

Abogado especialista en derecho ambiental, miembro fundador de la Fundación Naturaleza para el Futuro

Por Prensa Pura Digital

DIARIO DE VILLA LA ANGOSTURA Y REGIÓN DE LOS LAGOS. NEUQUÉN.