La naturaleza es sabia y todo lo que brinda, suele aportar grandes beneficios para la salud. Por ello, la apiterapia se popularizó como un método alternativo para aquellos que buscan encaminarse hacia técnicas de sanación natural.
Pero, ¿de qué se trata? Carlos Litwin, productor agrónomo, explica que tiene que ver con una técnica basada en el uso de la apitoxina, un componente natural que fue descubierto hace 4000 años en la antigua China.
Esta sustancia la secretan las abejas obreras desde el aguijón como mecanismo de defensa: “Está compuesto por un 70% de agua y el resto es líquido analgésico”, dice el profesional.
Desde la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos revelan que este compuesto ayuda a combatir todo tipo de dolencias, enfermedades, incluso rejuvenece la piel.
Se lo suele utilizar para levantar el sistema inmunológico, estimular la hipófisis y ayudar a bajar la presión arterial y a disminuir el azúcar en sangre. También estimula el rejuvenecimiento celular, al obligar al cuerpo a eliminar células viejas.
No obstante, es un producto venenoso, por ello, “se lo debe incorporar en dosis controladas y luego de un exhaustivo mecanismo de depuración previa”, cuenta Litwin, que está radicado en Lincoln, provincia de Buenos Aires y es la cuarta generación de apicultores.
Litwin explica que la producción del veneno de abejas es una actividad que se conoce poco y que requiere “de empatía con la naturaleza y todo lo que la habita”. Adquirir esta sustancia requiere un trabajo exhaustivo y mucha dedicación. Y a la inversa de lo que se cree, “la técnica que se aplica para hacerlo es sustentable: está basada en el cuidado del insecto”, explica el productor.
Ahora bien, la extracción se hace a través de unas planchas de vidrio donde la abeja aguijonea y larga pequeñas gotas de veneno, luego sigue su vida. Entonces, “no se lastima porque no pierde el aguijón, a diferencia de cuando pica a las personas, por ejemplo, que se lo clava en alguna extremidad y en el afán por salir de su piel, hace fuerza y, por ende, se lesiona y muere”, relata Litwin.
Una vez que el veneno está en el vidrio, “se lo deja secar hasta que se transforma en un polvo de color blanco, muy liviano”, cuenta el especialista. El siguiente paso es llevarlo a un laboratorio donde se realiza la purificación para fabricar distintos tipos de productos homeopáticos.
La apitoxina se encuentra en distintos formatos y se puede consumir de manera oral, a través de gotas sublinguales, de forma tópica, es decir, en cremas y geles o inyectable. Sin embargo y aunque según Litwin, su uso no tiene contraindicaciones ya que se trata de un producto natural, “debe ser recetado por un profesional médico”.
El objetivo en aliviar situaciones de dolor corporal, sobre todo musculares y óseas; también patologías crónicas.
Un informe de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos sostiene que posee una serie de virtudes esenciales para el organismo. Entre ellas mencionan que sus componentes inciden de forma directa en diversas funciones biológicas y que tienen características anticancerígenas, antimicrobiales, antiprotozoo, antiinflamatorias y antiartritis.
Por su parte Litwin, agrega que también tiene propiedades analgésicas, antivirales y remarca que actúa como protector radioactivo. “Hoy en día vivimos expuestos a redes y aparatos que emiten radiaciones que a la larga nos afectan. Entonces, este producto es una buena opción para prevenir su impacto en el organismo”, comenta el experto.
Además, destaca que el veneno de las abejas estimula la producción de colágeno, “lo que ayudará a tener una piel más tersa y suave”. En paralelo, dadas sus características reafirmantes, “ayudará a hidratar el rostro y a retrasar la aparición de arrugas y líneas de expresión en la cara”, continúa el agrónomo.
¿Cuál es el origen de la apiterapia? Si bien no hay datos exactos de su origen, se estima que es antecesora de la acupuntura. Las sociedades ancestrales solían utilizar el aguijón para realizar pinchazos en las zonas del cuerpo que presentaban dolor. Pero fue recién en el 1800 cuando el médico francés Phillip Terc, comenzó a aplicarle pequeñas dosis del veneno de abejas a sus pacientes con la esperanza de sanar sus enfermedades reumáticas.
Hoy en día, la producción de apitoxina es de nicho, es decir, muy chica. En la Argentina se registran alrededor de dos millones de colmenas, a diferencia de la década del 80 que había un promedio de cinco millones.
Según Litwin, se trata de una terapia alternativa y natural, que colabora en mejorar la salud, que es totalmente sustentable y no daña el organismo. No obstante, tal como en toda práctica, es necesario asesorarse por un profesional para realizarlo de manera correcta.