La embarcación con el nombre “Selva” data aproximadamente de 1880 y tiene un peso de 30.000 kilos. Fabricado en Portugal, se utilizaba hace mucho tiempo para traer leña desde las islas hacia la ciudad. Históricamente perteneció a Prefectura, pero con el paso del tiempo, por su uso y no contar con el mantenimiento necesario se fue deteriorando, lo que provocó su hundimiento.
Finalmente, un hombre de las islas se lo compró a la Prefectura, intentó hacerle algunos arreglos, pero terminó vendiéndoselo a un grupo de tres socios (Lucas Kalwill, Adriana Koppmann y Merlin Caminos) en 2017, que desde entonces trabajan a pulmón para su restauración junto a toda una comunidad.
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La embarcación no solo es importante para la zona sino que tiene una enorme relevancia para la cultura naviera argentina. Es historia pura de construcción de barcos. Incluso, según relatos, el barco habría sido conocido por Sarmiento tras su llegada al continente y sería el prócer quién habría designado al Selva como guardacostas oficial, antes de entrar en funciones para Prefectura.
Lucas es apicultor, carpintero y vive en las islas desde que tiene 18 años. Con el paso del tiempo, se fue enamorando del estilo de vida del lugar y aprendiendo los diferentes oficios que le permitirían ser uno de los integrantes comprometidos con la restauración.
También Adriana es apicultora, pero además fue maestra rural durante 25 años en la zona. Vive en las islas del Delta desde 1982, fascinada por el paisaje, el verde y el río. Desde un primer momento se sintió cautivada por la experiencia de navegar y decidió quedarse allí. Con el tiempo, formó una familia, crio a sus hijos en las islas y ahora disfruta de sus nietos. Para ella, levantar el barco es levantar la unión, la comunidad y la identidad de toda la zona, porque los que trabajan en él viven todos ahí.
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El tercer socio vive en la isla desde solo hace 8 años. Merlín empezó a ir seguido gracias al proyecto, ganó amigos, le gustó el estilo de vida y decidió quedarse. Es marino mercante y piloto de ultramar, de ahí su afinidad con un barco chico como el Selva (a nivel mercante, por sus metros). Definió a la embarcación como ” romántica”, no solo porque que no se fabrica más, sino porque él ve al navío como los amantes de los autos ven los modelos viejos: “siempre van a ser unos fierros y las nuevas versiones solo unas chapas con mucho plástico”.
Por su peso y tamaño, el barco requiere de una gran inversión y tiempo para poder ser restaurado. Una de las dificultades más grandes que se encontraron a principio del proyecto fue levantar los casi 30.000 kilos que pesa la embarcación para poder empezar los arreglos. Por lo costoso del servicio, subirlo con un astillero no era una opción para el grupo, pero por suerte lograron aprovechar una suba en la marea que logró acomodar el barco y así comenzar los trabajos de taponamiento de las filtraciones.
A medida que le fueron dando altura, lograron empezar a trabajar el casco —tenían que buscar alivianarlo—, para poder salir cuanto antes del barro. Actualmente se encuentra en seco y estacado frente a la Casa Museo Sarmiento, sobre el río con el nombre del prócer.
La elección del tipo de madera no es accidental, sino que el modelo portugués está formado por una muy buena madera dura, lo que le permitió aguantar tantos años. Por eso buscan mantener la calidad de los materiales de la nave.
Para las reparaciones trajeron más de 20 pinos apache desde Chaco y por cada árbol que utilizaron para el proyecto, plantaron otro en las islas, esto es parte, según comentó Kalwill, de “implementar el concepto de devolver a la tierra lo que es parte del barco”. Además, desde las redes del proyecto (@barcoselva) permanentemente le preguntan a sus seguidores y vecinos de la zona por árboles caídos que se puedan utilizar.
Uno de los grandes orgullos del grupo de socios es que no es una iniciativa exclusivamente propia, sino que gran parte de la comunidad de las islas está involucrada con más de diez voluntarios que participan del proceso. El Selva se transformó en una pequeña escuela de carpintería naval, donde se invita a personas interesadas a aprender antiguos oficios, como calafatear, fomentando así la preservación de conocimientos tradicionales.
Su objetivo es revalorizar un emblema cultural de las islas, pero sin perder la esencia que define al lugar en ese proceso. Los socios buscan que el barco navegue por todo el Delta y el río Paraná, sirviendo como un espacio de aprendizaje, intercambio y conexión entre comunidades, que cumpla una función social y no solo comercial.
Además, otra de sus grandes expectativas es que después de que esté terminado, puedan poner al histórico navío en el conocido Puerto de Frutos a flotar y que sea un símbolo más de la zona.