“Antes de llegar a esta casa, sentía que no podía hacer cosas simples, como un trámite o comenzar un proyecto: no sabía cómo arrancar, a quién preguntar. No tenía la confianza que me dan acá. Es más, nadie me preguntaba si tenía ganas de empezar a hacer algo”. Samira Luque llegó a esa vivienda proveniente del hogar Mujercitas, parte del sistema estatal de cuidados para menores sin cuidados parentales del Gobierno de Entre Ríos. Y vivió ahí durante seis meses, hasta que en mayo de este año cumplió la mayoría de edad. “La motivación que me dieron me ayudó mucho en todo, me sirvió para poder vivir sola, alquilar, animarme a administrar mi dinero, cocinar, ser independiente”, agrega.

Justamente esto no es lo habitual entre los alrededor de 9.100 niños, niñas y adolescentes de menos de 18 años sin cuidados parentales que viven en dispositivos residenciales o familiares, según los últimos datos disponibles de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF). Cuando cumplen 18 y en caso de que no hayan sido adoptados y fuera inseguro volver con sus familias de origen, la mayoría de ellos debe arreglárselas solo para buscar dónde y cómo vivir.

Las niñas, niños, adolescentes y jóvenes sin cuidados parentales (separados de sus familias porque las autoridades tomaron medidas de protección de sus derechos) son una población muy vulnerabilizada. Por caso, un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos advierte que “la institucionalización expone a los niños a mayores riesgos de sufrir diversas formas de violencia, abuso, negligencia, e incluso explotación, en comparación con los niños que se encuentran en otras modalidades de cuidado alternativo”.

En esa línea, un estudio de la asociación civil Doncel realizado en el 2017 en la Ciudad de Buenos Aires entre jóvenes de entre 18 y 30 años que habían estado institucionalizados hasta cumplir la mayoría de edad, señala que al momento del egreso el 62% había dejado de estudiar por falta de tiempo, dinero y acompañamiento para hacerlo, mientras que cerca del 50% contó que no sabía dónde viviría una vez cumplida la mayoría de edad. Algunos regresaron a las familias de las cuales habían sido separados por casos de violencia o abuso. Otros, quedaron en situación de calle.

“Me ayudaron a ser independiente”: una casa “normal” entrena a adolescentes sin cuidados parentales para enfrentar la vida adulta

Un espacio para prepararse

El lugar al que se refiere Samira, donde cultivó aprendizajes prácticos y habilidades de autocuidado necesarios para vivir de forma autónoma, es la Casa de Pre Egreso gestionada por el Consejo Provincial del Niño, el Adolescente y la Familia de Entre Ríos (COPNAF) en Paraná. Se trata de un tipo de vivienda de transición autónoma, espacios residenciales temporales para adolescentes y jóvenes que egresan o están por egresar de los cuidados alternativos.

Según el primer Censo Nacional de Dispositivos de Cuidado Residencial de Niñas, Niños y Adolescentes (SENAF), del total de 605 dispositivos residenciales que existen en todo el país, solo 16 funcionan como casas de autonomía, casas de preegreso o de egreso. En este marco, un informe de 2022 de Doncel contabilizó que en ocho provincias existen programas o iniciativas para garantizar el acceso a la vivienda de adolescentes y jóvenes que egresan de cuidados alternativos. En cuanto a viviendas de transición, se registraron 12 de gestión privada mediante organizaciones de la sociedad civil y 9 de gestión estatal.

Entre las iniciativas de gestión pública, desde Doncel destacan el trabajo realizado en Paraná, donde han hecho un acompañamiento situado. “Es fundamental y sumamente valioso el trabajo que hace Entre Ríos para que las chicas adolescentes a partir de los 16 cuenten con un espacio que les garantice acceso a la vivienda. No solo para garantizar la continuidad del desarrollo de su autonomía progresiva, sino para contribuir a resolver el tema de acceso a la vivienda en casos de quienes no lo tienen resuelto de manera inmediata y están por egresar del sistema de cuidados”, señala Samuel Villena, coordinador de incidencia de Doncel.

Por fuera, el inmueble de dos pisos, ubicado en la zona céntrica de la capital entrerriana, no cuenta con nada que lo distinga de cualquier domicilio particular. Acaso ese hecho refleja el enfoque que se quiere dar a este dispositivo: que la vida del lugar transcurra como el de cualquier casa de familia. Que las adolescentes (en este caso son todas mujeres) se preparen para el día en el cual deberán vivir en forma independiente en un espacio más similar al de cualquier casa, en lugar de un hogar residencial con una gran cantidad de menores bajo cuidado y donde las rutinas son estandarizadas.

Samira destaca la tranquilidad de una vivienda pequeña en contraste con un hogar con 15 adolescentes.

En cuanto al staff, la vivienda cuenta con una directora y 8 promotores de derecho que cubren las 168 horas de la semana. Este personal está encargado de promover la autonomía y el autocuidado a las menores, que se reparten entre tres habitaciones. La capacidad máxima de la vivienda es de cinco personas y actualmente viven cuatro.

El factor numérico resulta clave para promover la autonomía y forjar la identidad de adolescentes que vienen de años de institucionalización. “Acá puedo ir a abrir la heladera y servirme un vaso de yogur. O puedo comer lo que me dé ganas. A mí, por ejemplo, me gusta cocinar. Y si bien en Mujercitas también lo hacía, por la gran cantidad de gente había menú ya establecidos. Acá, en cambio, elijo mis verduras o la carne para hacer un guiso. En la cocina me siento independiente”, grafica Sami.

“Lo que se propone para las chicas en esta experiencia de entrenamiento para la vida adulta es que ellas empiecen a hacer tareas que en otros dispositivos los hacen los adultos: desde lo más básico, como cocinarse hasta lavarse la ropa, ordenar su pieza o cuidar la casa. La idea es que hagan lo mismo que hace cualquier adolescente en cualquier ámbito familiar”, sintetiza Jimena Serrano, directora de la casa. En esa lógica, por ejemplo, se dan situaciones que no ocurrirían en hogares con decenas de adolescentes menores, como cambiar un menú porque viene un novio de visita o porque, como cuenta Serrano, “algunas chicas son refitness y otras, no”.

Otro de los ejemplos en los que se ve la autonomía es a la hora de hacer trámites, como sacar un turno médico. “Al principio no sabía sacar un turno médico o ese tipo de cosas. Pero me acompañaron, me explicaron cómo hacerlo para que pudiera aprender”, cuenta una joven de 17 años que vive en la casa. “A lo que apuntamos es que un día vengan y nos cuenten: ‘Tengo turno con el odontólogo porque venía con dolor de muela y llamé’”, cuenta Serrano.

Samira cumplió los 18 años en mayo y egresó de la casa. Vivió un tiempo en una pensión y actualmente lo hace con su novio. Pero, regularmente, se acerca a la casa en busca de asesoramiento y para compartir su crecimiento

En la casa de preegreso también incentivan a las jóvenes a proyectar su vida una vez que sean mayores de edad desde el punto de vista económico. “Acá sacan el tema recurrentemente, te invitan a participar de cursos o formaciones, te preguntan qué vas a hacer”, dice Sami. Ella, por ejemplo, realizó un curso de electricista gracias al asesoramiento que recibió en la casa. Desde que abandonó el lugar vivió en una pensión y actualmente lo hace con su novio. Además, tuvo distintos trabajos, como cuidar a una señora mayor o en una panadería.

En este marco, se busca promover hacer un uso responsable del dinero. En general las jóvenes reciben el cobro de la asignación universal por hijo hasta cumplir los 18 y aquellas más cercanas a dejar la casa, un dinero adicional contemplado en la ley N° 27.364, de 2017, que creó el Programa de Acompañamiento para el Egreso de Adolescentes y Jóvenes sin Cuidados Parentales (PAE), el cual tiene por objeto “garantizar su plena inclusión social y su máximo desarrollo personal y social” y está destinado a adolescentes y jóvenes de 13 a 21 años. Este monto, según la ley, corresponde al 80 % del salario mínimo, vital y móvil (es decir que hoy el cobro del beneficio asciende a 217.257 pesos).

Cuidar y enseñar a cuidar(se)

El acompañamiento en la casa de preegreso apunta a que las adolescentes aprendan ellas mismas a cuidarse: se les da la libertad para que ejerzan autocuidado, al mismo tiempo que se las cuida.

“Claro que esto implica un equilibrio. Nosotros vinculamos la autonomía con la toma de decisiones informadas. ¿Querés salir el fin de semana? Ok. ¿Dónde queda la fiesta? ¿En qué vas a ir? ¿Cómo vas a volver? ¿Cuánto sale la entrada? A medida que averiguan son conscientes de las implicancias”, explica Serrano. “Es una cuestión de que ellas puedan ir procesando la responsabilidad, y que tomen consciencia de ciertos riesgos.

Por otra parte, la autonomía también se refleja en forjar un camino propio. Preguntarse qué quiere una, algo que, en hogares con tantas rutinas estandarizadas, muchas veces no ocurre. El diálogo, acá, resulta clave. “En primer lugar, hay que construir un vínculo de confianza con la joven. En ese marco ellas pueden contarnos qué quieren, cuáles son sus intereses”, destaca Rocío Larrosa, una de las promotoras de la casa.

Estos deseos se ven reflejados en decisiones que antes no podían tomar. Por ejemplo, cada una selecciona la escuela a la que quiere ir, a diferencia de lo que ocurre en hogares residenciales.

Jimena Serrano, directora de la casa

Cuenta regresiva

“La etapa previa al egreso es una instancia fundamental para trabajar en el fortalecimiento de las habilidades sociales de adolescentes y jóvenes, y que la construcción de redes subjetivas de vinculación debe facilitar su integración para la vida independiente”, resume un informe de Doncel.

El desafío en una casa de preegreso es, justamente, que el tiempo corre. “En el tiempo en el que están acá, su aprendizaje es acelerado, es más exigido que para otras adolescentes porque hay una fecha límite de egreso que son los 18″, dice Serrano. “En este tiempo acotado debemos promover que ellas construyan sus propios vínculos y sus recursos materiales y simbólicos”, agrega.

En ese sentido, Villena recuerda que en sus inicios la casa admitía a mujeres de 17 años, pero luego entendieron que menos de un año era un tiempo muy corto para generar un vínculo y potenciar la autonomía, por lo que ahora pueden ingresar desde los 16.

En otros lugares existen casas de egreso, viviendas que trabajan esta transición entre la vida en una institución y la vida independiente para quienes tienen más de 18 años.

De todos modos, en el caso de Entre Ríos, el rol del Estado no concluye con la mayoría de edad. “En la provincia contamos con un programa llamado Andando, en el cual se enmarca la casa de preegreso y en el cualse trabaja todo lo que tiene que ver con la ley de creación del PAE”, explica Betiana Fornara, subdirectora de Promoción y Fortalecimiento de Autonomía Adolescente del COPNAF. Pero aclara que, además, la actual gestión que asumió en diciembre creó este año un programa complementario, llamado Su+ Autonomía. “Tiene como eje fundamental trabajar la formación laboral no solamente y el entrenamiento y todo lo que tiene que ver con las habilidades sociales y laborales de las de las chicas y chicos no solamente cuando están dentro de los dispositivos residenciales o de la casa de progreso, sino también apuntando a estos mayores de 18 a 21 que salen sin cuidados parentales”, detalla.

La casa tiene una sala en la entrada en la que pueden estar las visitas. El resto del lugar es solo para quienes viven ahí y el staff

“Los y las adolescentes mantienen la vinculación con equipos técnicos al cumplir la mayoría de edad y muchas veces las residencias y la casa de preegreso continúan siendo un faro de referencia, un lugar al cual volver para consultar, pedir ayuda, o asesorarse”, destaca Clarisa Sack, presidenta de la COPNAF. Y aclara: “Se sigue acompañando sus trayectorias. Aunque es verdad que lo que buscamos es darle un marco más institucional a iniciativas que por el momento son más informales”.

Mientras lo dice, alguien pregunta por “la gata”. El animal vive transitoriamente en la casa: pertenece a una adolescente que pasó por el lugar y que requería que alguien cuidara por un tiempo a su mascota. Del mismo modo, consultas sobre trabajo, lugares de alquiler, trámites son recurrentes de parte de antiguas habitantes del lugar. Las 12 egresadas que tiene la casa, además, se juntan los viernes a la mañana para pintar un mural en el patio.

Sack resume: “Esto es como una familia. Una familia más grande y diferente, pero una familia”.

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Por Prensa Pura Digital

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