Llegar a la perfección es un problema. Lo perfecto es, por definición, un final de camino: nada se puede sumar a lo perfecto sin arruinarlo. El mínimo corrimiento de lugar lo volvería al ciclo de la imperfección, como eso que pasa con esas casas de diseño armadas a todo lujo para revistas de decoración, que requieren, vaya paradoja, que nadie viva en ellas para seguir así, inmaculadas, pero sin vida.

Quizás por eso tantas personas que alcanzan el ideal de perfección, según los parámetros que la sociedad dicta, se empiezan a complicar la vida, desconcertados por el hecho de “tenerlo todo” y sin embargo seguir allí, sintiendo y trajinando la existencia como cualquiera, con dolores, soledades y miedos que lejos están de ser validados porque, se supone, si se quejan, lo hacen de llenos.

Es que muchos creen que los que lo “tienen todo” no deberían sufrir, no deberían amargarse, preocuparse y, menos que nada, morir.

Ya han pasado varias semanas tras la triste muerte de Liam Payne, el muchacho ex One Direction que murió “teniendo todo”. La lista es larga a la hora de recordar situaciones similares, en las que los habitantes del supuesto Olimpo demostraron su humanidad a través de enfermedades y muertes que convivieron y conviven con su condición de ídolos y modelos.

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Es notable que aquellos “sacerdotes” de la religión de la fama y el éxito, símbolos de ese Cielo en la Tierra que sería el “tenerlo todo”, caigan tantas veces ante dolores y soledades que son difíciles de nombrar, justamente, porque se supone que son “perfectos”, y por eso la tristeza, la soledad, la agonía y el miedo no debieran existir en su cotidianidad.

Podemos generalizar y decir que tenerlo “todo” se trata de dinero, fama, reconocimiento, porvenir económico y profesional asegurado, acceso a una sexualidad sin restricciones y demás.

Cuando tenerlo se transforma en pesadilla

El tema no es nuevo, pero sin dudas se renueva. De hecho, muchos padres están tan ocupados por que sus hijos tengan “todo” lo necesario para alcanzar el éxito futuro y la supervivencia que se olvidan de que ese “todo” al que apuntan es solo funcional, como un auto maravilloso, pero sin nafta que le de energía y sin un lugar significativo hacia donde viajar.

Hay una extrema crueldad que se ejerce contra aquellos que han alcanzado un lugar de éxito. Esa crueldad se percibe, por ejemplo, en el afán de meterse en sus vidas para hurgar en sus aspectos “imperfectos” (en realidad, aspectos humanos) mientras que a la vez se los mira con admiración o, también, envidia. A nadie le importa demasiado la vida emocional real de alguien que lo “tiene todo”. ¿Para qué? Ya debiera ser feliz y, si no lo es, como decíamos antes, es que no sabe valorar “todo lo que tiene”.

Muchos de los que “tienen todo”, así como muchos de los que viven carencias, idolatran los mismos “dioses”, y eso genera un gran malentendido que tiene fuerte efecto negativo en la salud mental de todos. El hecho de que algunos vivan sin privaciones materiales o sociales, y otros sufran la pobreza o la precariedad no impide que, más allá de la obvia diferencia en lo material, sintamos tristeza ante la realidad que hace que toda una sociedad crea que “tenerlo todo” es la tierra prometida a ser alcanzada.

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“Tenerlo todo” no hace la felicidad por aquello de que el “todo” no existe como posibilidad humana, pero también porque esa pretensión es muy estresante y genera una constante insatisfacción.

Condenados al éxito

En la vida del común de los mortales es habitual que aquellos que alcanzaron ciertas metas profesionales, amorosas, artísticas, entre otras, se vean desconcertados al percibir que, en ese territorio tan anhelado, supuestamente perfecto y feliz, sigue habiendo problemas, al punto que aquello que antes dolía sigue doliendo y lo que antes entristecía, lo sigue haciendo, a veces más que antes. “Cuando tenga todo eso que anhelo seré feliz” se dirá. Y cuando se logra tener lo que se quería y esa felicidad no llega, la angustia se duplica porque ya no hay horizonte al cual proyectar expectativas.

Quizás por eso los sabios suelen decir que ponerle un poco de amor a ese “algo” que somos y tenemos suele ser más fecundo que apostar a que el día que “tengamos todo” seremos felices.

Estar “condenados al éxito” o “condenados por el éxito” no deja de ser una condena. Si queremos que el “tenerlo todo” no sea una cárcel, será cuestión de evitar que los sueños de perfección se transformen en pesadas pesadillas. Cuando llega ese momento de estar solos en la propia habitación, lo que acompaña no es el aplauso por ser perfectos, sino sentir que hay lugar para lo que alegra y también para lo que duele, y que la imperfección no se sana con perfección, sino con algo de amor del bueno, ese que abraza a las personas por lo que son, y no por lo que tienen.

Por Prensa Pura Digital

DIARIO DE VILLA LA ANGOSTURA Y REGIÓN DE LOS LAGOS. NEUQUÉN.