“La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos, por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”: con estas líneas comienza Susan Sontag La enfermedad y sus metáforas, un texto de 1978 convertido hoy en clásico donde aborda el modo en el que el cáncer, enfermedad que ella padeció, y la tuberculosis eran abordados por la sociedad, o, mejor dicho, silenciados por ella, eran tabú. Un par de años después expandiría Sontag este análisis al SIDA.
En los tiempos que corren, al menos en Occidente, la enfermedad y el cuerpo han dejado de ser un tabú. Este presente signado por las literaturas del yo, y entre ellas la autoficción, las memorias y la biografía, es un espacio propicio para explorar un universo tan personal, como doloroso. Este es el caso de Martín Caparrós que acaba de publicar Antes que nada (Random House) y de Hanif Kureishi, con Shattered. A memoir (Penguin Books), dos libros que combinan el recuerdo con el presente. La enfermedad no es la excusa para recordar, no es el prólogo, sino el hilo conductor. Ambos fluyen entre el recuerdo atravesado por un lúcido presente que reflexiona sobre la salud, la (in)dependencia, el trabajo intelectual y el sentido de la vida.
Antes que nada –como tantos libros de Caparrós– es un texto voluminoso. Es una autobiografía y, como tal, autorizada por su autor y protagonista, pero no por ello menos polémica. Caparrós (Buenos Aires, 1957) recorre su vida como bestia de la escritura que es, un domador del teclado que nunca padeció el síndrome de la hoja vacía, con detalle, valentía, ternura, cinismo. Antes que nada tiene la estructura de una vida, un orden cronológico que rechaza las fechas exactas, la causalidad inexorable y requiere muchas veces regresar a un pasado remoto para explicar episodios que aparecen y desaparecen según el foco de un relato: “La militancia”, “El exilio”, “Los libros”, “Más libros”, “La vida”, entre otros, intercalados por “La enfermedad”, este último un capítulo intermitente, desde el cual lee su pasado sin rencor, pero valorando aquel vértigo de décadas.
Caparrós tiene esclerosis lateral amiotrófica (ELA), un diagnóstico que demoró en ser precisado, tras una peregrinación por varios médicos, a partir de una insólita dolencia en un dedo gordo del pie tras una caída de la bicicleta en París en agosto de 2021. “Esto es un chiste malo. Esto es lo único radicalmente verdadero que me pasó en la vida -y parece mentira. Radicalmente verdadero significa: que no acepta ninguna solución, ninguna intervención, que sucede más allá de cualquier intento o intención, que me lleva sin duda a lo más cierto”, escribe. Honesto, Caparrós afirma tener miedo, miedo a lo más elemental, como caminar, pero también se anima a otra actitud: la esperanza. Antes que nada es también el libro de quien espera un análisis genético con un resultado que le podría proveer una terapia y mejorar su calidad de vida.
Aquello que se llama vulgarmente “vida” ha quedado, desde que padece la enfermedad, en el pasado: la independencia, la libertad, los proyectos a largo plazo. “Me gustaba mi vida. A veces pensaba incluso que me gustaba demasiado: que no era capaz de tomar la distancia necesaria, de criticarla -y mejorarla- como habría podido. Pero más allá de mis momentos de neurosis, me gustaba mi vida.” Caparrós confiesa que ha vivido y que ha leído mucho. Escribir su historia es un modo de regresar a esa celebración de viajes, amigos, parejas, a su familia, a su placer por la comida y la cocina.
“Placer perverso, la pequeña ventaja: en cualquier discusión boba -con funcionarios, policías, esas cosas- alcanza con deslizar en algún pliegue de la conversación que tengo ELA y dejan de contradecirme y se abatatan y conceden. El empoderamiento de la víctima, tan reforzado por el espanto de la enfermedad: tengo un poder, sí, el de hacer evidente que no tengo ninguno, que estoy hecho mierda, que voy a morirme pronto y mal. A veces lo disfruto, o, por lo menos, lo utilizo”, escribe Caparrós, quien no solo se mira a sí mismo, sino, como el gran cronista que es, a los demás.
Escribir sobre su propia enfermedad y sobre su vida ha supuesto un viaje, otro más para Caparrós, quien recorrió los sitios más recónditos del globo antes de que existieran teléfonos inteligentes. “Me pasé la vida tratando de entender y/o explicar diferencias entre ficción y no ficción y ahora se me ocurre que quizás hacer ficción es escribir sobre cada persona y no ficción es escribir sobre muchas personas. Esto, entonces, sería claramente una ficción”, dice irreverente Caparrós en este relato de su vida y de su enfermedad, una libro escrito en prosa y en poesía con y sin rima, en renglones de todo tipo, como la vida, con sus sobresaltos y su azar y su belleza.
Entre la destrucción física y la mutación de sus relaciones personales
Hanif Kureishi (Londres, 1954), el autor de Intimidad y El buda de los suburbios, entre otras tantas novelas adoradas por los lectores, el teatro y el cine es un narrador audiovisual, un artesano de las relaciones humanas que plasma en sus ficciones. El 26 de diciembre de 2022 se encontraba viendo un partido de Arsenal en Roma. Había viajado allí para pasar las Fiestas junto a la familia de su mujer, Isabella, a quien le dedica el libro. Tomaba una cerveza cuando comenzó un mareo, se descompensó y cayó para despertar en un charco de sangre. Kureishi tuvo una lesión en la médula espinal y desde aquel día permanece en estado tetrapléjico. “Me he divorciado de mí mismo”, comienza Shattered. A memoir [su traducción será posiblemente Destrozado].
La estructura de Shattered tiene cinco partes y responde a los cinco hospitales que lo albergaron durante 2023, dos en Roma, tres en Inglaterra. Kureishi pierde en el accidente la movilidad de sus dedos y el libro, dividido en pequeños capítulos, a modo de diario, con la entrada de la fecha en la que se produce aquel texto, son los recuerdos y las reflexiones del autor que dicta a su hijo Carlo. La esperanza atraviesa el libro desde el comienzo, la proyección de futuro, las ganas de progresar en su rehabilitación: “La gente dice que cuando estás a punto de morir tu vida pasa ante tus ojos, pero para mí no era el pasado sino el futuro en el que pensaba, todo lo que me habían robado, todas las cosas que quería hacer”.
El lector acompaña a Kureishi, insomne, en sus largas noches en vela donde piensa, y recuerda su vida anterior al accidente en una operación cognitiva muy interesante: Kureishi no puede mover sus manos y por lo tanto recuerda oraciones, párrafos, y los corrige en su intangible memoria que al día siguiente buscará trasladar al papel. “Me pregunto -no puedo evitarlo- cómo me ven los demás, ahora estoy lisiado. ¿Me miran y me encuentran aborrecible? ¿Me tienen lástima? ¿Aman más, menos o en la misma cantidad? ¿Me he convertido en una especie de prueba de amor para ellos? ¿Querrán venir a verme de nuevo? ¿O sentirán que han cumplido con su deber? ¿Qué emociones suscito en los demás?”, escribe Kureishi. La enfermedad aparece aquí no como una cárcel, sino como un nuevo territorio desde el cual se vincula a los demás, con sus limitaciones, sus códigos e incluso sus posibilidades. Esta última es la de trabajar junto a su hijo Carlo en este libro.
La culpa (“¿y si todo esto es mi culpa?”), la ansiedad y la claustrofobia recorren el texto de Kureishi, un libro que propone un viaje incesante al pasado de uno de los escritores más prestigiosos de Inglaterra y a su presente. La idea de algo que ha quedado destrozado, como su título indica, no se refiere solo a su cuerpo. Shattered es también una reflexión sobre el modo en el que mutan las relaciones de su entorno íntimo cuando alguien enferma: “Mi pareja, mis hijos, mis amigos. Todas mis relaciones están siendo renegociadas. Hace que todo el mundo esté un poco loco y lo cambia todo. (…) Mi accidente es una tragedia física, pero los resultados emocionales para todos nosotros han sido significativos. Hoy me siento orgulloso de depender de aquellos que me aman”.
Narrativas íntimas
Shattered es también un libro sobre la amistad y con una larga lista de agradecimientos, enumerado no con coma, sino como un listado donde estos nombres resaltan. En ellos aparece el de Salman Rushdie, quien acompaña con esmero a Kureishi durante su rehabilitación. Precisamente el último libro del autor de Versos satánicos es Cuchillo, donde reconstruye el ataque terrorista que padeció el 12 de agosto de 2022, donde perdió la vista de un ojo. Rushdie crea un alegato contra el fanatismo y también una reflexión sobre la muerte: “Pienso que no hay nada más allá de esta vida. Esto no es un vestíbulo. Es todo lo que hay. Y por consiguiente valoro mucho la vida. Lo que me ocurrió demuestra que tengo razón. No vi ángeles ni demonios, nada sobrenatural, ni puertas del cielo ni del infierno”, decía en la presentación del libro en Madrid en mayo pasado.
Marta Sanz, una de las grandes autoras españolas, escribió Clavícula, un relato en primera persona sobre el cuerpo y el dolor físico que padeció hace algunos años: “El dolor muta con el paso de los días. Es un ratoncito que cambia de tamaño y de forma dentro de su jaula. Mis costillas son una jaula de hueso y el dolor es un huevo de jilguero, un despeluchado jilguerito, un jilguero verde, una jilguero que se va quedando sin colorines pero no se acaba de morir”.
En el ámbito teatral y dramatúrgico la artista argentina Marina Otero, hoy radicada en Madrid, estrenó Fuck Me en 2020. Actriz, bailarina y dramaturga, una de las máximas exponentes del biodrama internacional, en esta producción narró su sufrimiento físico tras una compleja operación: “Siempre me imaginé ocupando el centro de la escena, como una heroína vengándome de todos y todo. Pero el cuerpo no me dio para tanta batalla. Hoy dejo mi lugar a los intérpretes. Voy a mirar como ellos le prestan su cuerpo a mi causa narcisista”. Hace algunos meses acaba de estrenar en los Teatros del Canal de Madrid Kill Me, donde aborda de modo valiente y descarnado sus vaivenes con la salud mental.
A través de diversos textos y aproximaciones de lo humano y de lo físico, los lectores enfermos, los que cuidan a un enfermo o a quienes la enfermedad rodea hallan en estos relatos un espejo y también una terapia. Estos libros, aunque no se lo propongan, brindan a quienes lo leen una compañía, un forma de mirar y de entender, un modo de ahuyentar el fantasma de la soledad de quien sufre y no puede verbalizarlo. Viscerales, escatológicos, descarnados, furiosos, estos relatos no pretenden ser antídotos, pero sí, incluso aunque no sea este su propósito, proveen un bálsamo.