“Estar en Selquet era como estar dentro de una película de Olmedo y Porcel de los 70″, recuerda Pablo Montes González, que desde hace un par de décadas se encuentra al frente de este icónico bar de la esquina de avenida Figueroa Alcorta y La Pampa. Con su rupturista diseño en acero y vidrio, junto con su propuesta de tragos, whisky y copetín, Selquet marcó toda una época asociada al glamour porteño. Sin dudas, se trata de un clásico del Bajo Belgrano que el año próximo celebrará medio siglo de vida y que supo reinventarse en el nuevo milenio como restaurante, un punto de encuentro obligado de empresarios, políticos, deportistas y artistas.
“Por Selquet pasaron todos”, asegura Pablo, de 44 años, cuarta generación de una familia de gastronómicos, al frente del bar/restaurante desde 2005. Alcanza con echar una mirada al enorme y luminoso salón un día cualquiera, a media mañana o a la tarde, para reconocer rostros de personalidades de distintos ámbitos, muchos de ellos verdaderos habitués del lugar, que incluso llaman por sus nombres a los mozos.
Pero quizás el aspecto menos conocido de Selquet sea su nacimiento, asociado al Mundial 78, que fue incluso el punto de inicio del cambio de la fisonomía del barrio, hoy devenido en un polo gastronómico de solo una manzana.
–Pablo, ¿cómo nace Selquet?
–Selquet nace en agosto de 1975, a raíz de una emprendimiento de un grupo de empresarios gastronómicos españoles. Los españoles suelen dedicarse a la gastronomía y en esa época había varios conocidos que decidieron juntarse para llevar adelante este negocio. La idea era armar una confitería clásica para estar preparados para el Mundial 78. Contrataron a un arquitecto muy famoso de aquel entonces, que se apellidaba Corona, que diseñó el bar con unas características muy marcadas: columnas revestidas en acero inoxidable, mucho vidrio, mesas bajitas de mármol. Desde su carta apuntaba mayoritariamente a todo lo que eran tragos, coctelería, whisky, copetín. Estaban los “ingredientes”, todo muy clásico. Cuando vos le decís a algún cliente de aquella época “definime Selquet”, muchos simplemente responden: “Olmedo y Porcel”. Porque la ambientación era como estar dentro de una película de Olmedo y Porcel de los años 70.
–Abrieron pensando en el Mundial, ¿se cumplieron esas expectativas?
–Totalmente, desde entonces estamos muy vinculados con todo lo que pasa en River, tanto a nivel fútbol como a nivel espectáculos. Hoy Selquet es un lugar muy identificado con el deporte y con el barrio de River. Cada vez que hay un show o un partido cambia completamente la fisonomía y el laburo en función de lo que nos toque. Porque no es lo mismo un recital de Roger Waters que de Tini: cambia el público. Como cambia también si lo que se juega es un River-Boca o River con un equipo del interior. Pero sea quien sea que juegue o toque en River, el paso por acá es obligatorio.
–¿Qué clientes famosos fueron o son sus habitués?
–Un montón, pensá que el año que viene cumplimos medio siglo… Yo personalmente he visto a Marcelo Tinelli, que incluso nos nombró en su programa diciendo que en Selquet tomaba los mejores Séptimo Regimiento. Después hay nombres como Adrián Suar, Moria Casán o Guillermo Francella, que le gusta mucho nuestro pan dulce; o Damián Szifron, que escribió acá parte de Los simuladores. ¿Del deporte? Todos los jugadores, dirigentes y técnicos de River, pero también de otros equipos. Periodistas, todos; políticos, también. Se juntaba mucho Sergio Massa con De la Sota en la terraza, por ejemplo; Horacio Larreta o Santilli vienen seguido. La lista es larga.
–¿Cuál creés que es su principal atractivo?
–El valor agregado de Selquet siempre fue su ubicación privilegiada y su estacionamiento. Su ubicación geográfica que te permite acceder en cinco minutos al Microcentro o a Zona Norte hace que sea un punto de reunión, y el hecho de que además tenga estacionamiento lo vuelve muy atractivo para este perfil de clientes. Sin embargo, lo que más nos destaca es la amplitud de las mesas y la distancia entre ellas, que permite tener una charla más privada, más amena, ideal para reuniones.
–Vos ingresaste a Selquet en 2005, ¿tenías experiencia en gastronomía?
–Soy de familia gastronómica desde mi bisabuelo. Mi abuelo tuvo su bar El Campeón en la estación Avellaneda, y mi papá la pizzería Las Palmas y la confitería Las Violetas. Yo mamé todo eso desde chico. Después estudié, soy contador público, hice administración de empresas, y mi primer contacto con la gastronomía fue en Las Violetas.
–¿Qué cambios plantearon cuando ingresaste al bar?
–Cuando ingresamos al grupo con mi socio, Manuel Mosquera, buscamos darle una nueva impronta. Desde inicios de los 2000 el negocio ya no era lo que fue en los 70 y en los 80, en sus épocas de máximo esplendor; necesitaba un cambio de orientación y de propuesta gastronómica. Empezamos haciendo una remodelación muy grande del lugar, que es la que le da la impronta actual. Se eliminó el acero inoxidable, se agregó mucha madera, decoración, diseño, muchos cambios para aggiornar el salón a los tiempos que corrían. Junto con eso se reformuló la carta, que hasta ese entonces era eminentemente de tragos, whisky y copetín, para pasar a una carta de restaurante más mediterránea, de impronta española. Entonces se incorporaron pastas, carnes, ensaladas, pescados y arroces.
–¿Pensaron en algún momento en cambiarle el nombre?
–Sí, pero al final decidimos mantener Selquet, porque el nombre era un rasgo muy distintivo de esta esquina. La gente lo identificaba. Selquet es el nombre de una diosa egipcia, que es la diosa de la abundancia. Nos pareció que teníamos que respetar la historia y ese rasgo de los fundadores. Y la verdad es que no nos podemos quejar de cómo funcionó el negocio. Hoy tenemos una clientela fiel, muy marcada por un perfil de empresarios que vienen a tener aquí sus reuniones de negocios, por empresas que organizan aquí sus encuentros, gente del ambiente deportivo, artístico y también clientes de la zona. Al mediodía, sobre todo, es un ambiente más bien corporativo y de empresas. Eso incluso nos llevó más recientemente a hacer la remodelación de lo que originariamente era el salón fumador del local, que se terminó transformando en un salón de eventos corporativos. A su vez, ese cambio nos pedía que reformulemos un poco más la gastronomía. Ahí le dimos otra vuelta de rosca y se incorporaron platos nuevos pensados para eventos, propuestas de fingerfood; incluso incorporamos la pizza, que antes no estaba.
–¿Cómo atravesaron la pandemia?
–La verdad es que fue muy duro, porque había que buscar recursos y ayuda para sostener a la gente. Acá le damos muchísima importancia al recurso humano: somos 50 personas trabajando. Estuvimos cerrados seis o siete meses, pero se pudo sostener a todo el personal. Lo lindo de este local es que tenemos muchos empleados que tienen mucha antigüedad; hay por lo menos tres que tienen más de 30 años en Selquet. Los clientes conocen a los mozos. No es que te sentás y tenés siempre uno distinto. Y el mozo, a su vez, conoce qué es lo que quiere el cliente, a veces con una mirada basta. Eso no pasa en todos lados. De hecho, creo que es uno de los factores que hacen que nos elijan. Hay clientes que cuando llegan dicen “quiero la mesa de tal mozo” o “dónde está atendiendo hoy fulano”. El cliente busca dónde atiende el mozo que conoce desde hace años.
–El barrio vive desde hace un tiempo un auge de desarrollos inmobiliarios, ¿los tentaron para comprarles el local?
–Sí, ha pasado varias veces. Pero el grupo empresario gastronómico nunca cedió a que esta esquina no fuese otra cosa que Selquet. Porque además de ser una empresa, forma parte del sentimiento de sus fundadores y de sus continuadores. Es más que un negocio, es parte de la vida de los que transcurrimos por acá. Selquet no es una cuestión económica, sino de pertenencia.
–Hoy además se ha generado un pequeño polo gastronómico en torno a Selquet.
–Cuando arrancamos estaba La Tranquera y no mucho más. Luego vinieron Sucre, Bruni y el resto. Se formó un polo gastronómico donde solo estaban Selquet y La Tranquera, que ya no está. Eso genera en la zona mucha actividad y movimiento, que hace que sea interesante para los proyectos inmobiliarios.
–¿Creés que este polo tiene potencial para seguir creciendo?
–No sé, tenés plazas rodeándote y la otra cuadra es de edificios. Es una manzana que es un polo gastronómico, pero es solo una manzana.