Al caminar por la Plaza de Armas de Lima y contemplar la quietud del paisaje, resulta difícil imaginar que, en esta misma locación, alguna vez los vendedores ambulantes se instalaron sobre el empedrado con una sola consigna: generar los ingresos que les permitieran subsistir. Este panorama impensado no ocurrió en el siglo pasado, sino en un periodo mucho más remoto, cuando la moneda apenas había surgido como herramienta para facilitar el intercambio de bienes.
Antes de la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, el comercio entre los indígenas se realizaba mediante el trueque, un sistema que solía ser estacional; es decir, se practicaba principalmente durante las festividades. El maíz era considerado un valioso medio de intercambio, altamente apreciado en diversas regiones del Perú.
Durante los intercambios, las palabras eran escasas, ya que la diversidad de lenguas dificultaba la comunicación directa entre quienes ofrecían productos de diferentes regiones y pisos ecológicos.
Este panorama se transformó con el surgimiento del virreinato del Perú, una etapa en la que en Lima convergieron personas de diversas culturas, las cuales encontraron un espacio en la Plaza de Armas para vender productos y alimentos. A diferencia de la actividad comercial de las culturas prehispánicas, que se llevaba a cabo principalmente durante festividades, en la colonia el comercio se realizaba de manera más frecuente.
Habiendo mencionado lo anterior, es importante resaltar lo que sucedía en la Plaza Mayor de Lima, un espacio donde se estableció el principal mercado de la capital durante el virreinato. Los vendedores ambulantes ofrecieron sus productos en este lugar durante más de 300 años, un periodo que contrasta con la situación actual en algunas calles y avenidas del Perú, donde abundan los comerciantes.
La Plaza de Armas de Lima, el principal mercado de la capital
Con la conquista, los españoles introdujeron la moneda, lo que dio inicio a un nuevo sistema económico que incluía mercados como centros de comercialización cotidianos. Estos espacios se establecieron en las principales plazas públicas de la ‘Ciudad de los Reyes’, donde comenzaron a aparecer pregoneros (vendedores ambulantes).
Al principio, los primeros comerciantes eran principalmente españoles empobrecidos; con el tiempo, se unieron las castas de las clases morenas. Casi en el siglo XVII, los indígenas también participaron en esta actividad, aunque generalmente no residían en el centro de la ciudad, sino en las áreas extramuros.
Los pormenores del comercio ambulatorio en la Plaza Mayor de Lima fueron plasmados en el libro “La comida popular ambulante. De antaño y hogaño en Lima” de Pablo Macera Dall’Orso y María Belén Soria Casaverde.
“A mediados del siglo XVI, el cabildo limeño daba cuenta que la ciudad poseía pocos terrenos propios para destinarlos al establecimiento de mercados, en los cuales se arrendaran puestos a los comerciantes y mercachifles. Por ello, se eligió como lugar de venta El Tambo de las Perdices ubicado en la calle del camino hacia Trujillo (en el actual distrito del Rímac). Dos décadas después, el 11 de agosto de 1572, el virrey Francisco de Toledo mandó construir portales en la plaza pública de la ciudad”, escribieron los investigadores.
Luego de que se terminaran las obras, se colocaron numerosas mesas de vendedores, lo que generaba tanto estorbo que obstaculizaba el paso de quienes entraban a los portales a lomos de mula o caballo. Esta situación complicaba el tránsito en esa área de la plaza.
Mientras tanto, en la Plaza de Armas de Lima, el comercio ambulatorio siguió su curso y no se detuvo hasta varios años después de declarada la independencia del Perú. “Desde el inicio de la colonia hasta la declaración de la independencia, el mercado principal limeño se asentaba en la Plaza Mayor. A dicho espacio, acudían todos los ambulantes que vendían a pie y otros que instalaban y desmontaban diariamente sus puestos”, indicaron Macera y Soria.
Pero, ¿qué productos se vendían en esta plaza? La historiadora María Belén Soira dio una entrevista al programa ‘Sucedió en el Perú’, en el que se detalla los alimentos que se comerciaban.
“Lo que más se vendía en las noches, cuando no era época festiva, eran las mazamorras (…). Las misas se realizaban desde el portal de La Catedral para que los comerciantes no tuvieran que desatender sus ventas (…). Los indígenas solían especializarse en la venta de pescado, dado que eran excelentes pescadores; otros ofrecían leche, queso. En cuanto a la casta afrodescendiente, ellos comercializaban principalmente mazamorras, turrones, zango, picarones y anticuchos”, señaló.
Durante los días festivos, la afluencia de gente en la plaza aumentaba considerablemente. Las personas acudían en masa a las misas de La Catedral y, al concluir, se dirigían a disfrutar de la comida ofrecida en los puestos de las cocineras.
Es preciso señalar que en la tercera década del siglo XVII, el Cabildo de Lima decidió que las vendedoras afrodescendientes, mulatas, indígenas y de otras etnias debían ofrecer sus productos en la Plaza Mayor de la ciudad, ya que se había observado su presencia en los portales.
El espectáculo gastronómico que se desplegaba en la locación en cuestión, fue contado por Pablo Macera Dall’Orso y María Belén Soria Casaverde, quienes consultaron el libro “Lima y la Sociedad Peruana” de Max Radiguet. “Antorchas y braseros, lanzaban a las fachadas de alrededor, grandes claridades fugitivas y siniestras. Los vendedores de comestibles, negros y cholos, circulaban a través de torbellimos de humo atizando las llamas, atormentando las sartenes, las ollas, los escalfadores, donde se oía chillar la manteca y crepitar las frituras y las tostadas”, reza la página.
“A través del vapor espeso y nutritivo que llenaba la atmósfera, se veía guirnaldas de salchichas y de embutidos, unidiendo las extremidades de largas pértigas fijas en el suelo; cordones tendidos, soportaban jamones, aves crudas, desplumadas y despedazadas”, se lee en otro fragmento del libro.
La escena que describe el autor corresponde a las primeras décadas del siglo XIX, pero es posible deducir que en tiempos coloniales las cocineras también ofrecían un panorama similar. Todo indica que, incluso en aquella época, la Plaza de Armas de Lima habría estado colmada de aromas y sabores.
“En 1822, el viajero Gabriel Lafond señaló que el comercio ambulatorio convertía dicha plaza ‘en una verdadera cloaca’. El general San Martín trasladó este mercado a otras plazas contiguas, cercanas a las principales iglesias y conventos. Sin embargo, otros ambulantes como los fresqueros y heladeros continuaron situándose en la Plaza Mayor”, se lee en el libro “La comida popular ambulante. De antaño y hogaño en Lima”.
Finalmente, en la década de 1840, el principal mercado de Lima fue trasladado a la Plaza de la Inquisición, cerca de las antiguas instalaciones de la Universidad de San Marcos. Según relata el libro consultado, este nuevo centro de abasto era apenas una “pálida sombra” del que existió en la Plaza Mayor, ya que el comercio mostraba signos de decadencia debido a la escasez de ciertos alimentos.