Cuando Mirtha Legrand, durante el segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen, estuvo a punto de no nacer –”Pensaban que me iba a morir porque pesaba poquísimo, apenas 1 kilo 200″, explica ahora–, quién podía imaginar que casi 98 años después de una vida intensísima, con múltiples reconocimientos como gran estrella del espectáculo argentino y aún manteniendo plena vigencia, iba a ser distinguida, nada menos que como doctora honoris causa por la Universidad de Buenos Aires. Eso sucederá hoy, miércoles, a las 17.30, en el aula magna del Pabellón III de la Ciudad Universitaria. “Estoy impresionada porque la universidad tiene una sección de cinematografía y allí me votaron. Cuando Nacho [Viale, su nieto y productor de su programa] me lo contó, dije: “¡Dios mío!”. Me pareció que mi carrera no era lo suficientemente importante para que me dieran este título, pero me hizo entender que había sido por votación general. Así que desde ahora me tenés que llamar doctora. Soy la doctora Legrand”, dice muy feliz y con tono zumbón, desde el living de su casa.
Viajera en el tiempo, triunfadora en todas las épocas y en todos los formatos (cine, televisión, radio, teatro y hasta en las redes sociales, donde tiene millones de seguidores), hoy esta leyenda viva sigue tan vigente como siempre, ya que no hay semana en que no produzca un par de títulos en los portales de noticias con repercusiones de su programa, por algunas de sus infatigables y permanentes salidas nocturnas al teatro o por su activísima vida social y su participación incesante en cenas solidarias.
Rosa María Martínez Suárez, más conocida por su nombre artístico de toda la vida, Mirtha Legrand, abrió las puertas de su casa a LA NACIÓN +Cerca Protagonistas, el ciclo con charlas interesantes y amenas con personajes relevantes, exclusivo para los suscriptores del diario, quienes aportaron varias de las preguntas que la diva contesta en este artículo.
EXCLUSIVO PARA SUSCRIPTORES: MIRÁ LA ENTREVISTA COMPLETA A MIRTHA LEGRAND EN LN+CERCA PROTAGONISTAS
–¿Cómo está, Chiquita?
–Estoy muy bien, contenta de tenerte acá.
–Aclaremos ante todo por qué le dicen Chiquita.
–Mi hermana me había comido todo en la panza de mi madre y entonces nuestros padres, para identificarnos, yo era la chiquita, y como a mi hermana nunca le gustó que le dijeran gordita, en la adolescencia lo sofisticó y se puso “Goldie”. Mi madre no sabía que iba a tener gemelos. Y la partera le dijo: “Otro esfuerzo, doña Rosa, que viene otro”. Mi padre se desmayó. Creo que nacimos con una diferencia de 45 minutos.
–¿De dónde saca tanta vitalidad que pasan los años y tiene la agenda repleta, mucho más que la que puede tener una persona de 30 o 40 años?
–Porque soy sana y “gánica”. En la vida hay que tener ganas. Y, además, ser sana; gracias a Dios, me permite hacer esta cantidad de cosas que hago.
–Además de tener una intensa vida social y de ver todos los espectáculos, usted creó un formato nuevo cuando al final de las obras, micrófono en mano, hace la crítica en vivo.
–Es un clásico que nació en Mar del Plata y siguió acá: me acercan un micrófono para que elogie la obra y yo lo hago encantada. Es un placer. Aunque no me guste mucho la obra, igual me arreglo de alguna manera y la elogio.
–Llama la atención que ya no solo personas adultas quieran acercarse a saludarla. Ahora, los chicos también la buscan.
–Sí, sí, últimamente los chicos se acercan y me saludan. Me emociona muchísimo. Me gusta que se acerquen.
–¿Alguna anécdota que recuerde ahora mismo de tantas décadas de su programa?
–Cuando vino René Favaloro estudié todo, tanto que él me preguntó si había estudiado medicina. Me encerraba en el baño porque a Daniel [Tinayre, su marido, importante director cinematográfico] le molestaba que de noche estudiara. Un personaje encantador, Favaloro.
–Ha atravesado todas las barreras del Guinness, con 56 años en el aire. ¿Cómo hace para irse aggiornando a lo largo del tiempo con tantos cambios?
–Yo me informo. Leo dos diarios y veo mucha televisión. Me gusta estar informada. Leo de todo, hasta quiebras y convocatorias. Y escucho muchísima radio. Duermo con la radio puesta.
–¿A quién le hubiera gustado tener en su mesa?
–Han venido todos, en general. Rodolfo Bebán no quería comer frente a cámaras. Nunca quiso venir en su época de esplendor cuando era el galán de la Argentina. Curiosamente cuando me reemplazó [Alejandro] Romay [director de Canal 9 y autor de la idea de los almuerzos televisados], cuando falleció Daniel, él fue. Se ve que se sentía más cómodo con Romay que conmigo.
–¿Fue alguna vez al programa su hermana?
–Nunca quiso ir. Tampoco le insistía porque no quería mortificarla. Pero yo terminaba el programa y la llamaba enseguida. Goldie era observadora, inteligente, rápida, memoriosa. Se fijaba en todo y yo le hacía caso. Nunca lo hacía para mortificarme, siempre me lo decía en un tono muy cariñoso, para que no me enojara, porque yo soy una persona de genio rápido. Goldie era más detallista que yo. Los tres hermanos nos reuníamos acá una vez por mes, o cada 15 días, y recordábamos nuestra infancia.
–¿Quién les puso “Legrand” a las dos hermanas?
–Un representante que teníamos. Pero yo en una época me llamé Rosita Luque. No querían que llevásemos el mismo apellido por si una tenía más éxito que la otra. Entonces a Goldie le pusieron Silvia Legrand y a mí, Rosita Luque. Nadie sabe esto. Es una primicia que le doy. Pero después mamá dijo que mejor que las chicas llevásemos el mismo apellido.
–El programa hoy en día es una suerte de medio de comunicación familiar. Aparte de producirlo su nieto Nacho Viale, ahora hay una continuidad con su nieta Juana Viale, que conduce los almuerzos de los domingos.
–Está muy bien, la veo a Juanita. La observo. A veces le digo algo, pero me parece que mucho no le gusta que le dé algún consejo. Lo hace muy bien, tiene su estilo, su personalidad. Creo que ella quiere diferenciarse mucho de mí y lo consigue.
–Otra de sus características es que formula sin anestesia aquellas preguntas que todo el mundo quiere escuchar, pero que al invitado por ahí le incomoda.
–A veces se enojan y otras veces la dejan pasar, pero sí, soy brava, soy tremenda. Pero lo hago suavecito, le pongo un poquito de pimienta para hacer más pícaro el programa, si no se torna aburrido. Por eso algunos no quieren venir. Y a veces he tenido disgustos también. Dos se levantaron de la mesa. No es nada en tantos años.
–¿Va a seguir de largo este verano? Porque cada vez que en los últimos tiempos su programa ha salido del aire, las negociaciones para volver fueron más arduas y lentas. No sé si es porque el canal quiere pagarle menos o porque la familia la cuida mucho.
–No, en diciembre paro. Hacerlo en Mar de Plata se torna muy costoso. Así me lo hicieron saber. Pero a mí me encantaba hacerlo en Mar del Plata. Era un éxito.
–Cuando usted visita Villa Cañas, el lugar donde nació, ¿vuelve a ser Rosa María Martínez Suárez?
–No, no, no. Soy Mirtha. Algunos me dicen Chiquita, pero son los menos. La gente es muy cariñosa. La última vez que fuimos los tres hermanos fue una apoteosis, porque nos pasearon por el pueblo. Saludamos a todo el mundo. Ahí éramos los Martínez. Fuimos nombrados ciudadanos ilustres. Fue muy emotivo.
–¿Qué últimas noticias tiene de la estatua tan fallida?
–No supe más nada. Quedó la estatua, creo. Marcela [Tinayre, su hija] me decía: “Mamá, esa no sos vos; no tenés esa boca ni esos dientes”. Es impresionante la gente que va a verla. A unos les gusta, a otros no.
–¿Qué impresión le causa la frase de Carlos Rottemberg: “los argentinos, tenemos que plantearnos qué país le vamos a dejar a Mirtha Legrand”?
–Me encanta esa frase de un querido amigo y productor excelente. Trabajé tan bien con él, se hizo íntimo de Daniel. Parecían dos amantes porque se hablaban por teléfono de noche y se contaban todas sus vicisitudes. Es un ser adorable y cuando me ha pasado alguna desgracia, el primero en estar a mi lado era él.
–¿Cuál es el secreto de la genética familiar? Porque, si bien partieron, sus hermanos también tuvieron una vida larga. ¿Sus padres también?
–Mi padre murió muy joven, a los 36 años, de una mala praxis en una operación. Siempre me acuerdo de que mi madre nos vistió a los tres hermanos con trajes impecables y fuimos al escritorio del doctor Jáuregui, que lo había operado y que vivía en la calle Lavalle, en pleno centro. Y le dijo: “doctor, aquí le traigo a tres niños que usted convirtió en huérfanos”. Pero no hizo ninguna demanda. Parece una película, pero fue realidad. Fue un golpe tremendo para nosotros. Éramos muy chicos. Era tan buenmozo mi padre; un hombre alto, flaco, elegante.
–¿Y su mamá vivió muchos años?
–Sí. Fue a visitar a Josecito [José Martínez Suárez, gran director cinematográfico], mi hermano, y murió allí de un infarto.
–¿Qué tipo de actividad física e intelectual realiza usted para mantenerse en forma?
–Hago kinesiología dos veces por semana y en la cama levanto las piernas. Este living que usted ve lo hago tres o cuatro veces por día caminando porque yo no estoy mucho en la calle. Cuando salgo, lo hago en auto, porque si no tendría que pararme a conversar con todo el mundo. Hago gimnasia con pesas de dos kilos en los tobillos. También me gusta leer, pero ahora los libros vienen con letras muy chiquitas; me cuesta, pero sigo leyendo igual.
–¿Se cuida en las comidas?
–Como de todo, pero muy poco y he adelgazado bastante. Siempre tuve tendencia a engordar. Pero me gusta comer rico. Tengo una balanza y una vez por semana me peso.
–¿No le resulta demasiado esfuerzo un programa semanal y qué la motiva a hacerlo?
–No, ningún esfuerzo. Me encanta, estoy deseando que llegue el día para ir a hacer mi programa. ¿Qué me motiva? Mis ganas de seguir gustando, de seguir teniendo éxito. Uno se acostumbra al éxito y es muy difícil dejarlo. No es ni por dinero ni por tener más fama. Trabajo porque me da enorme placer.
–¿Qué filosofía de vida tiene como para no hacerse tanta mala sangre si es que se hace?
–Sí, me hago, pero trato de tomar las cosas con calma. No me enojo mucho.
–¿Qué la enoja?
–Me enoja la maledicencia, la gente que habla mal sin conocerlo a uno. Me enoja la envidia de los demás. La envidia es terrible. Me hace daño, pero lo supero.
–¿Cuáles son sus secretos de belleza natural?
–Cuido mucho mi piel. Me maquillo, me gusta estar arreglada. Me gusta gustar y soy coqueta. Los tres hermanos hemos tenido un físico privilegiado. Tuvimos padres lindos.
–Se ha destacado mucho en el cine y en la televisión. ¿Cuál es su relación con el teatro?
–A mí no me gusta mucho el teatro, porque uno va a trabajar en los horarios en que los demás vuelven a sus casas. Me encanta ver teatro, pero no me gusta hacerlo. Tenés que acordarte de la letra. Si te olvidás es terrible. Me da miedo enfrentarme al público, aunque me fue muy bien cada vez que hice teatro. Pero no soy un producto teatral.
–De las películas que protagonizó, ¿cuál es su preferida?
–La patota, una película jugada, muy arriesgada. Me ha dado muchas satisfacciones.
–No se guardó nada con los presidentes de la Nación: desde “se viene el zurdaje”, a los Kirchner, a “ustedes no ven la realidad”, que le dijo a Macri y a Juliana Awada; o el “son raros ustedes”, a Milei y Fátima Florez.
–Mi madre diría: “qué impertinente”.
–Tiene que actualizar la pareja del presidente e invitarlo ahora con Yuyito González…
–Pero ya estuvo el Presidente. No creo que venga nuevamente. A Yuyo también la tuve sola, cuando todavía no salía con el Presidente. Qué rara esa pareja también, ¿no? Cuando el Presidente se iba con Fátima escuché que decía: “¡Qué preguntas hace esta señora!”. Yo le dije que no quisiera irme de este mundo sin ver a mi país floreciente y me dijo que lo iba a ver floreciente. Me emocioné y él también.
–¿Cómo está viendo la realidad?
–Está complicado, difícil. Yo pienso mucho en la gente necesitada. La clase media también se ha venido bastante abajo, pero pienso en los humildes, y no es demagogia. Habría que dejar a los políticos sin comer 48 horas a ver qué pasa, qué sienten. Debe ser terrible tener hambre. Pienso mucho en los niños. Insisto: no es demagógico. Lo siento, lo observo, lo estudio. También me aterra la cantidad de despidos.
–Un suscriptor le pregunta si cree que el presidente Javier Milei terminará su mandato.
–Los presidentes deben terminar su mandato. Así lo dice la Constitución.
–Raúl Alfonsín dijo que se había enamorado de usted “a lo lejos”. ¿Le confesó que se había enamorado de usted?
–Antiguamente las películas argentinas se estrenaban en el interior del país. Eso es el estilo muy americano y fuimos a Chascomús a estrenar, creo, que Los martes, orquídeas y él dijo que me conoció ahí. Yo no recuerdo haberlo visto.
–Hace poco, en su programa, Laura Di Marco le preguntó si, en la época del terremoto de San Juan, le hubiese gustado ser seducida por Perón y usted dijo que sí.
–No, no, no.
–Pero lo dijo…
–Sí, lo dije, pero yo también me arrepiento de cosas que he dicho también. Lo dije sin pensar. Perón era un hombre simpatiquísimo. Cuando el terremoto de San Juan, una cantidad de actores fuimos a hacer colectas al interior y juntamos muchísimo dinero. Yo fui a Córdoba. Era un hombre agradable, simpático.
–En cambio tuvo un episodio muy grave cuando le levantaron el programa en 1974, cuando quien presidía el país era Isabel, ya viuda de Perón, y usted tuvo una entrevista en la Casa de Gobierno.
–Primero me recibió [José] López Rega. Tenía una mirada muy fuerte. Yo bajaba la vista y pensaba: “lo tengo que mirar a los ojos” y lo volví a mirar. Me acuerdo que lo llamaban “El brujo”. Me dice: “Espere que la presidenta la quiere saludar”. Ella fue muy agradable conmigo y me dijo: “Señora, yo quiero saber por qué la han prohibido a usted”, y yo le respondí: “Creía que usted me iba a dar las explicaciones, no que me las iba a pedir. Pregúntele a su ministro por qué me sacaron”. Me dijeron que yo había hablado mal del gobierno y no era cierto. Fueron dos actores, que no voy a nombrar, los que lo hicieron [alude a Soledad Silveyra y a Antonio Gasalla].
–¿Qué consejos le daría al Presidente?
–Que les diga ratas a los diputados me molesta. Es grosero y no me gusta. Que maneje bien el país, que se acuerde de los pobres, que no despidan tanta gente que no tienen adonde ir a trabajar. Es terrible el costo de la luz, ¡las expensas! ¿Se darán cuenta de lo que está sucediendo? Los sueldos no alcanzan.
–¿Le gustaría que se hiciera una serie sobre usted ahora que están tan de moda?
–No he pensado en eso.
–¿Quién le gustaría que hiciera de usted?
–No me gustaría.
–Su nieta Juana sería la más parecida.
–Sí, Juanita.
–En cualquier momento llega la serie sobre Mirtha…
–Jaja, veremos qué pasa.
–¿Cómo la vio a Juana en el teatro?
–Fantástica. Hace un monólogo de media hora hablando ella sola, que no sé cuándo lo estudió y memorizó. Extraordinaria, me gustó muchísimo. Me emocionó hasta las lágrimas.
–Cuénteme algo de los “tesazos” de los domingos que hace aquí en su casa.
–Yo soy muy amiguera. Todos los domingos vienen nueve o diez personas. Primero conversamos acá en el living, después pasamos al comedor y hablamos de todo: política, teatro, cine, chismes. Nos gustan los chismes.
–¿En qué invierte su dinero?
–Tengo algunos departamentos que he comprado, una casa en un country; teníamos con Daniel una casa muy linda en José Ignacio, que le regalé a Marcela y después, como diría mi madre, me lo echo todo encima. Y soy generosa con gente que lo necesita. Colaboro mucho con el hospital Materno Infantil de Mar del Plata, y aquí con el Hospital Fernández.
–¿Le queda algún anhelo por concretar?
–No, no. A mí me gusta ser famosa, ser artista. ¿Habrá sido interesante esto?
-Muy interesante.
EXCLUSIVO PARA SUSCRIPTORES: MIRÁ LA ENTREVISTA COMPLETA A MIRTHA LEGRAND EN LN+CERCA PROTAGONISTAS