El auge del cuidado de la piel entre adolescentes, impulsado por redes sociales e influencers, lleva a rutinas inadecuadas y, en algunos casos, peligrosas. La cosmeticorexia está presente entre los jóvenes. Deberíamos preguntarnos si es normal que un niño de 13 años, que dedica varias horas por semana a “la play” o a jugar fútbol o rugby, mantenga una cotidiana rutina de cuidado de la piel.
Entre muchos de los casi sórdidos discursos de influencers, algunos innominados y otros muy reconocidos, se propone, con sorprendente ligereza, que a los ricos no les gusta el colegio porque este está diseñado para formar empleados, no empresarios: “Si estudias y obtenés un título, lo único que vas a hacer es trabajar toda la vida y vivir endeudado”. Ejemplos ficticios, a medias o sesgados sobre personalidades y millonarios que no terminaron la escuela secundaria son lo que se presenta en Instagram y TikTok.
Según estos discursos, ningún profesor de escuela o universidad puede enseñarte cómo crear un negocio, administrar una empresa, o, menos aún, cómo hacerte millonario, ya que ganan un sueldo miserable. Para triunfar en el mundo de los negocios, afirman, es necesaria una mentalidad distinta a la que se propone en el colegio: tomar riesgos, adoptar posturas desafiantes y pensar de otra manera; no seguir las reglas, sino romperlas. “Crear riqueza y pensar como un rico es fácil, ¡no te lo pierdas!”
Para aquellos que, a pesar de esta prédica, eligen desarrollarse profesionalmente, algún atisbo de conexión con el confort digital está presente. Hoy, el éxito profesional se define como tener un trabajo flexible que permita un balance con la vida personal, más allá del dinero que se pueda ganar o la carrera corporativa. Esto es un dato, pero también un síntoma.
Jóvenes que dedican su vida a la comunión con la pantalla, sin salir de su casa, en pantuflas, interactúan únicamente con compañeros de Fortnite a quienes, no conocen ni conocerán. Sociabilizar es un borde. Las dificultades de comunicación e interacción con otras personas conllevan limitaciones a la hora de hablar sobre trabajo en equipo y liderazgo.
Las propuestas, además de flexibilidad y promesas de ser millonario instantáneamente, incluyen convertirse en un “trader” de criptomonedas tomando un curso en línea de solo un par de semanas, o comprando un libro para que seas tu propia marca. Ser ingeniero en ciberseguridad cuesta apenas 1,99 dólares al mes, o podes ganar dinero dando likes.
Además de los nuevos formatos de estafas piramidales, que incluyen “capacitación”, venta de cursos y libros, la estafa es moral y lacera el futuro de los interesados. El modelo de instantaneidad que sugieren las redes sociales lleva a que los usuarios crean que pueden trasladar esta dinámica a la vida real, convencidos de que con un clic obtendrán resultados mágicos.
La validación de contenidos y la fiscalización de la responsabilidad de los usuarios y sus ofertas no está en manos de nadie. Está fuera de control, pero permea en la voluntad de los jóvenes, quienes suponen que todo es posible, como en las redes sociales.
Situaciones como la ludopatía digital, la depresión adolescente, las dietas extremas o el entrenamiento fitness que promueven que “si no se ven las costillas, no sirve”, junto con la absoluta pérdida de intimidad, marcan una tendencia alarmante.
Las redes sociales establecen un nuevo “modelo” en el que prevalece la imagen. En plataformas como Instagram, Facebook y TikTok, los influencers representan el nuevo estándar de belleza con el que los adolescentes se comparan constantemente. El ideal de belleza y de sociabilización está ahora determinado por lo que proyectan las redes y cómo los usuarios lo decodifican, con especial énfasis en los menores de edad. La invitación constante tiene que ver con supuesta gente “común y corriente” con cuerpos esculturales, piel envidiable, cabellos largos y sedosos, bronceados perfectos y, sobre todo, una aparente felicidad y éxito.
La existencia de este ideal de éxito y belleza, establecido y compartido socialmente, supone una presión extraordinaria para las personas en el modelo social-digital que vivimos, especialmente para la juventud, quienes serán los líderes del futuro y a quienes debemos cuidar más que nunca. En aras de estimular el consumo, se siembra en la mente de niños y jóvenes una percepción de la realidad basada en un registro efímero, comparable a una historia de Instagram: corto, instantáneo, poco natural, editado y que apenas dura 24 horas.