La causa universitaria presenta dos riesgos y una ventaja competitiva. También una oportunidad para la sociedad, que nunca llega a realizarse. El primer riesgo tiene su antecedente en la causa de los derechos humanos o la del feminismo, que después de años de instrumentalización por el relato kirchnerista, quedaron cooptadas por la política facciosa. La causa universitaria puede caer en ese lugar. La marcha federal universitaria fue voluminosa en participación ciudadana, pero en su escenario nacional, la ciudad de Buenos Aires, hubo mucha más presencia del aparato político, sindical y de organizaciones sociales. El kirchnerismo en pleno y el mismísimo Pablo Moyano encontraron una plataforma para su regreso.

Cristina Kirchner tuvo su bolo. Saludó a los manifestantes desde el balcón del Instituto Patria y planteó sueños de regreso: “Esa es la universidad, el ascenso social que nos permitió ser una Argentina diferente, otrora… pero que vamos a volver a conquistar”. Sergio Massa reapareció con eslogan universitario y todo: “Proteger a la universidad es proteger el sueño de millones de jóvenes”, dijo. También cantó y soñó: “Vamos a volver”.

Los principales dirigentes que movilizaron la marcha universitaria están entre los políticos con peor imagen en la opinión pública. Desde Massa, que quedó fuera de juego político luego de la derrota electoral de 2023, a Horacio Rodríguez Larreta, también con baja imagen, además de Martín Lousteau, uno de los grandes promotores de la movilización por la agenda universitaria. La última encuesta de Opinaia de principios de septiembre mostró bajísima intención de voto para “el radicalismo de Lousteau y Pujaro” para la elección legislativa de 2025: ese espacio quedó anteúltimo entre los seis espacios políticos considerados. No lo votaría el 68% de la gente. En el último puesto quedó la izquierda, también muy presente en la marcha universitaria con un 70% de rechazo para 2025.

Fuerte pedido por más fondos en una masiva movilización al Congreso

La lógica política en relación a la causa universitaria mostró a esa dirigencia como chupados detrás de una ambulancia, listos para subirse a ese envión. Para la causa universitaria, ahí hay un riesgo: en la medida en que cae en la lógica facciosa, corre el riesgo de achicar su alcance y reducir su legitimidad. El estudio de la consultora Monitor Digital, de Diego Corbalán, que analiza la conversación en redes sociales y medios digitales, detectó diferencias relevantes entre la marcha de abril y esta versión primavera. “En cuanto al sentimientos de las publicaciones sobre las convocatoria a las marchas, la movilización de octubre tiene un componente negativo mucho más pronunciado”, detalló Monitor Digital. El clima de la conversación sobre la marcha de este martes tuvo un puntaje negativo de 52. En abril, había sido de 18. La de abril tenía un componente “menos partidizado” y mostró conversaciones “más enfocadas en la defensa de la educación pública” mientras que la de este martes estuvo “más perfilada hacia la oposición al gobierno de Milei”.

La causa universitaria y la universidad como institución tiene un nivel de imagen positiva que ningún político o partido alcanza. Como fue la defensa de los derechos humanos a la salida de la dictadura y el regreso a la democracia. O las reivindicaciones feministas, que por décadas conservaron su legitimidad. El riesgo que corre la causa universitaria es que parte de la sociedad empiece a identificarla como una defensa de la corporación política: la puja por recuperar poder frente a Javier Milei y también, la puja por las cajas universitarias, con el protagonismo de los partidos y dirigentes más consustanciados con la vida universitaria.

El otro riesgo nace en el Gobierno. La simplificación sesgada para llevar agua para su molino programático traba la revisión interesante de cuestiones estructurales y necesarias de la universidad pública. Como le pasó a Cambiemos, Milei carece de una política universitaria y de una visión potente sobre el rol del capital humano en el crecimiento. El tablero de control de su gestión, con el monocomando del déficit fiscal, reduce la cuestión universitaria a una cuestión de caja. No logra todavía articular el largo plazo del crecimiento con la variable educativa y la profesionalización de la fuerza de trabajo. La posibilidad de discutir la universidad pública en profundidad vuelve a convertirse en una oportunidad perdida: la dispersión del poder universitario impide la consolidación de una visión de Estado sobre el tema y la explicitación de una política de largo plazo.

Marcha federal: la manta corta y la ventaja competitiva de la causa universitaria

La comunidad universitaria pone su granito de arena en esa frustración. Ante la crisis salarial, copa la agenda y la calle pero esquiva deudas estructurales de la universidad pública, que ya son endémicos: poca presencia de sectores pobres, ingreso irrestricto pero abandono creciente, baja graduación, falta de transparencia y acceso fluido a todo el tablero estadístico de las universidades. Si el orgullo es la gratuidad, la transparencia del manejo de esos fondos debería ser absoluta. Pero es todo lo contrario: en la mañana del martes, el desconocimiento del presupuesto de la UBA por parte de su rector, Ricardo Gelpi, fue todo un dato en ese sentido. Las estadísticas que suele citar el vicerrector de la UBA, Emiliano Yacobitti, tampoco están al alcance de la mano ni para las familias argentinas que toman sus decisiones educativas ni para los contribuyentes que sostienen la universidad pública.

La insistencia emotiva en “el orgullo” por la universidad pública y en la actitud defensiva pospone eternamente una mejora necesaria de la vida universitaria.

La causa universitaria tiene una gran ventaja competitiva frente a otras causas más urgentes y serias, pero eso también es un arma de doble filo. Ni la causa de los jubilados, que no logró esquivar el veto presidencial, ni la causa de la educación inicial y básica tienen la potencia de la causa universitaria. El contraste entre el grado de movilización de la clase media universitaria en relación a ese tema y la falta de movilización en relación a la agenda de la educación de la infancia, la niñez y la adolescencia de la escuela secundaria es todo un dato político y también social.

Mientras que las clases medias creyeron salvarse enviando a sus hijos a las escuelas privadas, y desatendieron esa agenda, todavía conservan una expectativa en la vida universitaria pública. La última movilización de la clase media por la escuela básica se vio en la pandemia. Padres Organizados es el ejemplo claro. Se hizo cargo de un reclamo transversal: el de las escuelas cerradas que impactaba en la vida de pobres, de clases medias y ricos, tanto en escuelas privadas como públicas.

La caída de los salarios universitarios dispara memorias emotivas generalizadas de ascenso social vía la universidad. Pero nadie salió a marchar por la caída estrepitosa de los salarios docentes de primaria y secundaria: una pérdida de 100 por ciento respecto de 2015 en siete provincias argentinas, según el especialista en financiamiento educativo Alejandro Morduchowicz. En las últimas cuatro décadas, el financiamiento educativo aumentó más en educación superior que en la educación obligatoria: entre 1980 y 2022, creció 226 por ciento para las universidades y un 163 por ciento para el ciclo básico que abarca la educación inicial, primaria y secundaria, según un trabajo de Morduchowicz y otros investigadores para Argentinos por la Educación.

En 2023, el Ministerio de Economía de Sergio Massa redujo el gasto educativo en 70.000 millones de pesos. Afectó la infraestructura de jardines de infantes y al programa Conectar Igualdad. En cambio, el gasto universitario aumentó un 5,4% en términos reales: a lo largo de todo el año electoral, nunca cayó por debajo de la inflación. Sin embargo, en medio de esa mejora, no se decidió a encarar sus problemas estructurales.

La Argentina es una manta cortísima. Cada vez que la comunidad universitaria se moviliza por la universidad pública, gratuita y de libre acceso, se acorta todavía más el lado de la manta de los más pobres, que intentan salir a flote al menos terminando la escuela básica. La argumentación universitaria debería salir de la nostalgia de su ascenso y abrirse a una revisión más profunda de los dilemas argentinos. Hay una vida que queda fuera de la universidad. Y es todavía más dura.

Por Prensa Pura Digital

DIARIO DE VILLA LA ANGOSTURA Y REGIÓN DE LOS LAGOS. NEUQUÉN.