Los kioscos mantuvieron la presencia de la revista El Gráfico durante casi 100 años. Colgada de algún gancho o apoyada en alguna pila, la publicación fue una referencia deportiva ineludible durante nueve décadas. En sus tapas aparecieron estrellas como Juan Manuel Fangio, Carlos Monzón, Guillermo Vilas, Diego Maradona, Lionel Messi, Emanuel Ginóbili y Luciana Aymar. Y también formaron parte de su tapa algunos deportistas más terrenales. Uno de ellos fue el exfutbolista Emiliano Romay, que contó su historia en una charla con LA NACION.
Nacido en Mar del Plata, irrumpió rápidamente en el fútbol grande. Un llamado al seleccionado argentino Sub 17 fue el trampolín para llegar a Boca… y su inmediato debut en la primera del Xeneize fue soñado. Después, su primera vez como titular le trajo el imborrable recuerdo de un fotógrafo que le pidió que posara a caballito del Mono Navarro Montoya -por entonces ya un emblema xeneize- para ser la tapa de El Gráfico: “No tomé dimensión del simbolismo que tiene esa tapa. Entiendo que es importante, pero también sé que no tenía que ver conmigo en particular, o sí”.
Se considera maradoniano y menottista. Tuvo la fortuna de tener al Flaco como entrenador, a quien le tenía afecto antes de conocerlo: “Era uno de mis ídolos”. Su carrera continuó en varios clubes. Sin embargo, se le presentó su peor rival: “Las lesiones fueron una constante en mi carrera”. Procesó su retiro con muchísima tranquilidad y siempre supo que tenía que salir a trabajar. Vendió chocolates, estuvo en una fiambrería y en una pizzería. Actualmente, Romay trabaja en una compañía multinacional de explosivos: “Estoy hace 11 años, tuvieron muchísima confianza en mí. Era mi primera experiencia laboral convencional”.
Amante de la lectura, la música y el entrenamiento en sus tiempos libres, es nieto de un importante exjugador, de quien contó una anécdota de color: “Un reconocido productor de televisión se llamaba de una manera, pero se cambió el apellido por mi abuelo Juan Manuel”. Se refiere al célebre Alejandro Romay.
Sus inicios en el fútbol y su salto inmediato
Emiliano Romay tiene 47 años y nació en Mar del Plata. En sus inicios se crio y se formó en el club Independiente de esa ciudad. Desde los 5 años vivió frente a la sede junto a su familia, la gran inspiración por la que eligió el fútbol desde muy pequeño: “Nosotros somos cuatro hermanos. Una mujer y tres hermanos varones, que jugamos desde chicos. Yo soy el segundo. Mi papá también jugó y mi abuelo, Juan Manuel Romay, también fue un jugador muy reconocido en su época a fines de los 40, principios del 50, jugó en Independiente y en Peñarol de Uruguay. Vengo de una familia de fútbol y desde que nací prácticamente estuve con una pelota”, cuenta.
Su salida de la Ciudad Feliz en busca de la ilusión de ser futbolista fue inmediata, pero también muy sorpresiva y diferente. Un día cualquiera le avisaron que tenía que presentarse en Buenos Aires para entrenarse con el seleccionado argentino sub 17: “Fue muy particular. Tenía 15 años, estaba terminando el tercer año del secundario. Era en octubre, noviembre, por ahí. Llegué un día de la escuela y me avisaron que al lunes siguiente tenía que estar en el predio de AFA. Es decir, de un club de Mar del Plata me tenía que presentar en la AFA porque me habían visto jugar y les había interesado. Además, en ese tiempo a finales de 1992 estaban queriendo hacer un equipo más federal y también con chicos del ascenso. Y así fue el salto directo a enfrentarme con monstruos de Boca, de River, de Argentinos Juniors. Pibes con los que que cada vez que nos cruzábamos en algún encuentro o torneo perdíamos por 4 o 5 goles de diferencia”.
Esa convocatoria significó mucho más que una “linda experiencia”, tal como la calificó Romay: “No te digo que fui a pasear, pero lo tomé con tranquilidad y sin mucha expectativa”. Sin embargo, las preselecciones avanzaban y cada semana que pasaba, su apellido era mencionado para seguir volviendo al predio de la AFA en pos de entrenarse con la selección argentina sub 17: “Finalmente quedé y terminé jugando el Sudamericano ‘93. Después, aquel Mundial en Japón el mismo año. Una vez que quedé en la selección ahí fue el año que me fui para Buenos Aires. Primero a Independiente, donde estuve un año en las inferiores”.
Sus pasos hacia el fútbol grande estaban cada vez más cerca y para el joven que venía de la Feliz todo fue muy rápido: “Al año siguiente, con 16 años, con el tema de mi paso por la selección hubo interés de Boca. En ese momento estaba el Flaco Menotti y fue sorpresivo, porque pensé que iba a jugar en mi categoría. Yo tenía edad de sexta, pero así como llegué quedé en el plantel profesional. Nunca estuve las inferiores, directamente quedé con primera división”, recordó Romay. Por aquellos tiempos, el Xeneize tenía grandes futbolistas que formaron parte del plantel que se coronó campeón en 1992: “Estaban el Beto Márcico, el Mono Navarro Montoya, Carlos Mac Allister, Sergio Manteca Martínez. Después llegaron Alejandro Mancuso, Nelson Vivas, Néstor Fabbri, Chiche Soñora, el Vasco Arruabarrena”.
El debut con gol y la tapa simbólica
Y a sus 17 años, llegó el momento de su debut en la primera de Boca. Sobre aquel día, su recuerdo es imborrable: “Tenía muchos nervios. Me sentía confiado porque estaba muy bien desde lo deportivo y me entrenaba con el plantel, jugaba en reserva, pero la citación por primera vez fue una sorpresa”. Los pensamientos y sentimientos sobre lo que podía atravesar le sobrevinieron la noche previa al partido: “Me concentré con Sergio Zapatilla Sánchez, él es un poco más grande, pero tampoco lo habían citado nunca. Cuando estábamos en el hotel, nos reíamos y nos sacamos los nervios un poco. Nos acompañamos porque estábamos en la misma situación. Todo eso hizo que para mí sea más llevadero todo, como diciendo ‘OK no estoy solo, hay alguien más en mi situación’. Encima al otro día, entramos juntos”.
Transcurrían 15 minutos del segundo tiempo. Aquel 24 de junio de 1994, Boca caía con Ferro por 1 a 0 en Caballito. Menotti llamó a Romay y a Sánchez, los dos jóvenes que iban a debutar esa tarde. Con camiseta de mangas largas por el frío y la número 16 en su espalda, reemplazó al uruguayo Marcelo Tejera. “Los ánimos con el Flaco en Boca no estaban bien, había murmullos y con Sergio nos tocó entrar en ese contexto. Yo era muy chico y más allá de los nervios lógicos estaba lúcido y entendía que las responsabilidades no pasaban por mí, sino por otro lado. Entré y traté de hacer lo mejor posible en esa situación”. En el último minuto del partido llegó la jugada clave: “Entro al área, justo me da un pase ‘Zapatilla’, que me habilitó, y me hicieron foul. El árbitro cobró penal y… dejémoslo ahí, ¿se entiende?”, contó riéndose, como sabiendo que no iba a ser el encargado de la ejecución. “Patea Manteca Martínez, se lo atajan y no me preguntes más… yo veo los videos y es increíble. Fui con la certeza de que la pelota me iba a quedar; en toda mi carrera no me volvió a quedar nunca”, explicó la jugada, mientras se reía. “Me quedó el rebote y de primera la meto… 1 a 1 y terminó el partido”.
Su primer gol en primera
La celebración del primer tanto en primera, con la casaca de Boca, en su primer partido y en el último minuto, no podía ser de otra manera: “Me acuerdo que corrí como 60 metros, fue una locura, no entendía nada, besé la camiseta, saltaba. Increíble. Yo no era hincha de Boca en mi infancia, pero un poco ese año estando ahí, viendo los partidos, yendo a la Bombonera, estando adentro del plantel queriendo que las cosas salieran bien, te terminás de hacer hincha por todo lo particular que se vive. Haber besado la camiseta fue por la emoción, por ver a toda la gente. Nada. Salió. Me di cuenta después. Mis amigos de la infancia después me cargaban porque besé la camiseta, pero fue un momento de mucha emoción”, recordó.
Los días posteriores fueron diferentes a lo que Romay vivía en el día a día. La exposición era mayor, sin embargo, supo manejarla: “Fue una locura. Me hicieron notas en televisión, diarios y demás, pero gracias a Dios estuve súper centrado, siempre supe que fue una situación fortuita, que tenía que seguir metiéndole”. Tras el gol llegó una larga transición en la que no jugó en primera, pero alternaba presencias en la reserva y a veces en el banco de suplentes del primer equipo. Meses después, Boca comenzó a avanzar en la Supercopa, por lo que el plantel dirigido por Menotti debía disputar los dos frentes. A raíz de esa situación, Romay hizo su presentación como titular.
Aquel domingo 16 de octubre de 1994 se iba a lucir. Emiliano Romay iba a vivir otra tarde muy especial. Marcó dos tantos en el triunfo de Boca por 3 a 2 ante Talleres en la Bombonera y, cuando terminó el partido, todos los flashes se posaron sobre su figura. A los pocos días le significó estar en la portada de una de las revistas más icónicas del deporte argentino: “Mucha gente todavía me recuerda eso: ‘Vos fuiste tapa de El Gráfico’, me dicen”. Recuerda cómo sucedió todo: “En ese momento de mi vida estaba muy tranquilo, muy centrado y no tomé dimensión del simbolismo que tenía, porque fue más simbólico que otra cosa. Entiendo que ser la tapa de El Gráfico es importante, pero también sé que no tenía que ver conmigo en particular, o sí. El momento fue muy divertido. Se acercó una persona, que me dijo: ‘Subite arriba del Mono (Navarro Montoya), que salís en la tapa de El Gráfico’. Imaginate todo: partido, habíamos ganado 3 a 2, hice dos goles, pero esto te lo digo ahora como parte de la anécdota, el que sacó la foto no tenía un aspecto de un fotógrafo de El Gráfico; parecía que recién bajaba de la tribuna. Estaba todo desarreglado, era medio bohemio y entonces no le creí. Aparte me dio vergüenza porque yo era muy tímido. Después me lo repitió y en ese momento el Mono me puteó, me dijo: ‘Dale, nene, dale, pendejo, subí’, me subí a caballito medio desconfiando, había una montonera de fotógrafos, entonces sacó la foto y el martes, que era el día que salía El Gráfico, salí en la tapa”. En alusión a la imagen, el título decía: “Boca se trepa a la ilusión”.
Su interacción con la revista viene desde su niñez en Mar del Plata: “Era bastante curioso por todas las cuestiones del deporte y era un fanático de El Gráfico. Leía las notas, los resúmenes, miraba las puntuaciones a los jugadores, por eso lo de la tapa fue muy anecdótico y a la vez sorpresivo”. Esa imagen, que quedó inmortalizada todavía está presente en su vida: “En aquel momento mi vieja la hizo encuadrar. También está guardada la revista entera. Yo no soy de juntar esas cosas, pero sé que está la revista. Y unos años más tarde mi vieja me regaló el cuadro con la foto de la tapa”, contó.
El gran recuerdo de Menotti y el Sub 17
Ser dirigido por César Luis Menotti está dentro de los recuerdos más lindos dentro de su carrera. Las anécdotas vividas en su paso por Boca junto al Flaco le dejaron enseñanzas deportivas, pero también de vida: “Haberlo tenido fue una locura. Era increíble, trataba de absorber todo lo que podía. Unos años más tarde entendí que si lo hubiera tenido de más grande lo habría disfrutado mucho más, me hubiese dado cuenta mucho más de su contenido. Con todo el plantel en general sentíamos de parte de él y de su cuerpo técnico un gran afecto y un cariño casi paternal. Era un pibe de 17 años y lo sentía de ese modo”.
Vivió momentos muy particulares con Menotti, un entrenador que le daba muchas libertades para jugar el fútbol: “Una vez en un partido me llamó y me dijo ‘venga, Romay. Entre y gambetéeselos a todos’, así fue la indicación que me dio”, recordó Romay riéndose. “La invitación para conmigo siempre era así, a darme libertad de jugar. También, su confianza hacía que no tuviera que preocuparme por cuestiones más allá del juego en sí”. Recordó otra anécdota: “Su ayudante era Omar Larrosa, y en una práctica hice una jugada individual con algún amague, alguna gambeta… no sé qué hice. Después de la práctica me llamaron a mí solo y me dijeron que repita la jugada, me hacían repetirla y me preguntaban ‘¿a ver qué hiciste?’, cosas así de juego, me imagino que entre ellos riéndose del nene que jugaba a la pelota”. Romay tiene un recuerdo maravilloso del DT campeón con Argentina en el Mundial 78: “Imaginate que le tenía afecto antes de conocerlo, era uno de mis ídolos, me encantaba escucharlo hablar. Además, soy maradoniano y menottista, estoy de ese lado del fútbol, del buen juego, más vistoso”.
Sus dos goles a Talleres
En su inmediato salto al fútbol grande, la selección argentina sub 17 formó parte del inicio de su trayectoria. Tuvo la posibilidad de disputar el Sudamericano de 1993, que se disputó en Colombia y en el que se enfrentó a una estrella: “Me acuerdo que sufrimos, pero nos clasificamos al Mundial, le habíamos ganado a Brasil, que tenía a Ronaldo”, relató. Luego llegó la Copa del Mundo, que se jugó en Japón: “Toda esa época fue muy linda porque se trataba de empezar a viajar. El Mundial fue una experiencia hermosa, lamentablemente no nos fue bien porque quedamos afuera”.
La selección argentina compartió la zona B con Nigeria, que se impuso 4 a 0; hubo un empate 2 a 2 ante Australia y una goleada por 5 a 0 frente a Canadá. Con esos números, la Albiceleste finalizó con la misma cantidad de puntos que los oceánicos, pero con menor diferencia de goles. “Recuerdo que transmitían los partidos de madrugada acá y después medio que se fue derrumbando la ilusión, se fue complicando de entrada, nos duró poco. Como experiencia personal resultó hermoso, pero nos faltó en lo deportivo”. En ese seleccionado compartió con futbolistas que luego tuvieron su recorrido: “Tuve compañeros como Leo Biagini, que jugaba en Newell’s; la rompía, quedé deslumbrado cuando lo vi por primera vez. También, Federico Domínguez, Nicolás Diez, Fabricio Fuentes y Mostaza Merlo de DT”.
Su trayectoria y su combate permanente
La carrera de Emiliano Romay continuó en muchos otros clubes. Sin embargo, durante todo el trayecto sufrió muchas lesiones, que le impidieron tener la continuidad deseada. En 1995 pasó de Boca a Huracán: “Fue con mucha irregularidad, me lesioné antes de jugar el primer partido. Me venía molestando el pie derecho y en una jugada antes de la última práctica me fracturé el pie izquierdo, me hice los estudios y tuve fractura bilateral en ambos pies, los quintos metatarsianos. Fue algo extraño. Me operé los dos pies a la vez para ganar tiempo, pero se complicó la rehabilitación. Tuve tres cirugías en los pies y estuve todo el año parado”. En ese punto de inflexión en su carrera, con tan sólo 18 años, reacondicionar su físico se le hizo cuesta arriba: “Ese año parado lo pagué carísimo, porque después me lesionaba la parte muscular y las lesiones fueron una constante en mi carrera. Era súper profesional y me cuidaba, pero mi paso por Huracán lo recuerdo peleando con mi cuerpo. A partir de ahí fue un combate permanente contra las lesiones”, expresó.
Luego fue a Rayados de Monterrey, en México, donde también tuvo problemas extrafutbolísticos: “Un mes antes me lesioné y se demoró mi llegada, entonces firmé con la filial. Ahí estuve seis meses, no me fue bien y me quisieron estafar”, rememoró. De allí pasó a Niza de Francia: “Una muy linda experiencia, me fui en pareja, nació mi primera hija, pero de nuevo con las lesiones. Me operé de pubalgia, una lesión que prácticamente no me dejaba vivir”. En su memoria, a pesar de la dificultad, quedó la posibilidad de vivir en un lugar “mágico”, según describió. Luego se fue a Santiago Wanderers, de Chile: “Ahí salimos campeones del torneo del 2001, algo histórico, porque hacía muchos años que el equipo no ganaba y en aquel año hacían un paralelismo con Racing, que desde 1966 no era campeón. Me fue bien, hice goles, pero me volví a lesionar y al título lo festejé en muletas porque me había roto la rodilla”. En el horizonte de Romay apareció Deportivo Saprissa, de Costa Rica. “Un proyecto muy lindo. Después, al club lo gerenció el dueño de Chivas de Guadalajara, que implementó la política de jugar solo con futbolistas nacionales. Entonces, a los seis meses nos desafectaron a los extranjeros”. Lo más lindo que vivió en el país caribeño fue su paternidad: “Con mi mujer viajamos embarazados de seis meses; siempre digo que a Costa Rica fui a tener a mis mellizas”.
Luego llegó el momento de regresar a la Argentina. Tras dos años inactivo por lesión, Romay se sentía un exjugador. Sin embargo, apareció una propuesta de Mendoza para continuar con su carrera: “Me fui a jugar a Luján de Cuyo en el Argentino A, ahí empecé otra vez. Fui a probar suerte con mi rodilla, les expliqué mi situación y terminó saliendo muy bien; hice varios goles”. El momento del final estaba llegando. Vistió la camiseta de Ben Hur de Rafaela en el Nacional B. También de Unión de Sunchales en el Argentino A, para luego empezar a cerrar su ciclo como jugador: “Tuve en un paso breve y no feliz en Alumni de Villa María y unos cuatro meses en Guaraní Antonio Franco, donde tomé la decisión de no jugar más. Esas dos últimas experiencias fueron malas en todos los aspectos, en lo deportivo, en lo económico, en el trato personal, en el cumplimiento. Me cansé y ahí dije ‘chau, no juego más’. Para ese momento ya estaba radicado en Rafaela con mi familia y decidí quedarme acá a buscar trabajo y a jugar en la Liga rafaelina”.
Sobre sus lesiones y su carrera discontinuada, la desilusión fue uno de los sentimientos más fuertes que sintió: “Fue difícil dedicarme a algo y no poder ejercerlo por algo involuntario”. La salud mental no era un tema muy tratado en aquellos tiempos y Romay explicó cómo manejó siempre la psicología personal: “Mis familiares me preguntaban si quería tener algún tipo de asistencia y yo me negaba, decía que no era necesario. Viéndolo hoy estoy convencido de que estaba equivocado, hubiese sido bárbaro tener un acompañamiento. En aquel momento en la medida que me iba recuperando físicamente me levantaba anímicamente, pero era levantarse, asomarse y volver a caer. Ojo, nunca se me ocurrió ninguna locura, siempre trataba de hacer todo lo posible para estar bien”. Nunca tuvo miedo, pero sí sensaciones de frustración y de vergüenza: “Ir todas las mañanas a entrenarme, compartir con un grupo, ver que todos se cambiaban e iban a la cancha y yo al gimnasio, con el kinesiólogo o vestido al costado de la cancha o trotando, me daba ganas de que no me vean porque encima la broma y la cargada siempre estaba, y ahí hay mitad humor y mitad verdad. En fin, me afectaba”, reveló.
El retiro y su trabajo “explosivo”
El fútbol dejó de ser parte de su vida, y el día después del retiro muchas veces puede convertirse en un trastorno para un jugador. En cambio, Romay se tomó el final de su carrera con muchísima naturalidad y recuerda el día en el que empezó la decisión: “Lo maduré súper tranquilo, ya lo venía dejando, mi carrera fui decreciendo porque pasé todas las categorías, desde un Mundial a primera división, estuve en extranjero y fui bajando”. En 2014, en un partido de la Liga rafaelina, llegó el momento de la decisión: “Me acuerdo que era julio o agosto ¡un frío!”, agregó entre risas. “Estaba sentado en el banco, miré a un compañero, que también era grande y le dije ‘¡¿qué hago acá!?’. Estaba cagado de frío, la cancha toda pelada, mi señora y mis hijas en casa esperándome. Terminé el año y no jugué más. En mi cabeza siempre estaba pensando en resolver lo que venía por delante. Gracias a Dios nunca tuve nada de nostalgias o melancolías con respecto a dejar el fútbol, lo tenía muy claro”.
Tras cerrar su carrera como futbolista profesional, el marplatense no tenía mucha idea de qué podía hacer en su futuro: “Tenía ganas de estudiar y formarme, pero se fue dando de tal manera que fui siempre del día a día. Decidí radicarme en Rafaela y empecé a buscar trabajo. Mientras tanto como changa, digamos, jugaba en la liga de acá, donde me daban unos mangos”. En ese momento fue cuando empezó a insertarse en el mercado laboral. “Mi primer trabajo lo empecé solo. Mi viejo me tiró data de unos chocolates y empecé a distribuirlos en Rafaela. Todo lo hacía muy intuitivo, no tenía estructura, no tenía nada. Tenía unos mangos, compré las golosinas y empecé a vender, pero la realidad es que era más para ocupar la cabeza que para otra cosa. Me tenía que vestir bien, ponerme una camisa, salir a hablar, vender, generar clientes. Todo medio tirado de los pelos. Eso no funcionó. Entonces empecé a tirar líneas y empecé a trabajar en un negocio, en una fiambrería, hacía atención al público. Después estuve en otro negocio, con un conocido, que me dio una mano en un negocio de pizzas, también en atención al público”.
Tiempo después apareció en su vida su actual trabajo: “Estoy hace 11 años en una fábrica de explosivos. La empresa se llama Austin Powder, es una compañía multinacional, de Estados Unidos, que existe desde el siglo XIX. Tiene una sede en la ciudad de Rafaela, Santa Fe y están en la Argentina desde 1993. La compañía se dedica a las voladuras para ingeniería civil, como por ejemplo apertura de caminos. También realiza voladuras para la minería a cielo abierto y subterráneas”. Su manejo de idiomas y la experiencia de haber vivido en el extranjero fueron claves durante la entrevista laboral: “Cuando quedé habían abierto una planta nueva y me pusieron como supervisor encargado del sector y enseguida entré a trabajar con gente a cargo. Me pusieron a liderar un grupo con objetivos comunes. Creo que vieron en mí ese valor importante y una ventaja competitiva de mi persona, pero me tuvieron una confianza enorme, imaginate que era mi primera experiencia laboral convencional. Después pasé a otra línea de producción y más tarde se liberó otro espacio en el que necesitaban gente y me pasé, que es adonde estoy ahora. Es un puesto más administrativo como coordinador en la parte de la producción”, detalló el exjugador.
Entre otras actividades, Romay estudió administración de empresas y tiene una tecnicatura: “me faltan cinco materias para terminarla”. Este año se recibió de coach ontológico, carrera que lo ayuda a perfeccionarse. En sus ratos libres le gusta entrenar, leer y escuchar música: “Salgo mucho a correr, voy al gimnasio. También me gusta la lectura, tengo muchísimos libros. Hace poquito leí “El poder del ahora”, de Eckhart Tolle, y Los cuatro acuerdos. Después, de toda la vida soy fanático de la música, me gusta escuchar y también toco la guitarra”, contó. El fútbol todavía forma parte de sus días, sin embargo no se declara un apasionado: “Miro poco. Me gusta el fútbol de elite. Miro los mundiales, miro a la selección y la Premier League. Si juega la B Metropolitana no me quedo. Fútbol argentino, poco. No me conozco a todos los jugadores”.
Su familia está conformada por sus padres Néstor y Mónica, ambos viviendo en Neuquén. También sus tres hijas Sofía, Lucía y Pilar. Y por su abuelo Juan Manuel, una gran historia lo acompaña: “Él tenía un cuaderno de fotos con recortes de su época de jugador y yo, cada vez que iba a la casa cuando era chico, lo debo haber hojeado miles de veces, era como un El Gráfico de la prehistoria, enfrentándose a la Máquina de River y jugando en el Independiente de los años 40, con futbolistas como Vicente De la Mata y Arsenio Erico. También con los uruguayos Juan Alberto Schiaffino y Roque Máspoli, que a veces lo llamaban por teléfono. Él me trasladó el cariño y afecto por Peñarol de Montevideo, aunque era hincha de Lanús”. Sin embargo, tiene una mejor anécdota con quien fuera su abuelo: ”Alejandro Romay, aquel dueño del Canal 9 y gran productor de la televisión argentina, se llamaba Alejandro Argentino Saúl. Pero una vez contó que, como era hincha de Independiente, se cambió el apellido a Romay por mi abuelo…”.