Él sabe que quiere hacer cine. Está por cumplir 13 y lo tiene claro desde hace rato. Como ese día en que, unos años atrás, en una sala también llena de otros niños, vio La sirenita. Por supuesto que ya había estado frente a la gran pantalla con otras pelis para chicos, pero con ésta quedó fascinado. “Una gracia que tienen esas imágenes en movimiento”, dirá décadas después al recordarlo, como también contará que, aún hoy, el mundo de la pelirroja Ariel le sigue gustando.
Por aquellos días de la infancia, el cine estaba siempre entre sus prioridades, y por eso los regalos soñados se pedían bien clarito. Como el del año en el que recibió un libro sobre la historia del cine argentino. Así, los cumpleaños le traían esas otras formas del cine, aunque no quería solo ver o leer sobre el séptimo arte. Y así llegó a los 13, y el chico que está en plena pubertad, quiere hacer cine. Filmar. Como los grandes, a los que admira. Entonces aparece el abuelo con un objeto de madera. “Una especie de carro de trávelin para que yo pudiera hacer las cosas”, dice Francisco Lezama al recordar la tarde en la que recibió lo que más quería.
Para este hombre que nació en Palermo (1987), y que tuvo muy de cerca el apoyo de un abuelo. “Me regaló todas las películas de Stanley Kubrick –cuenta–. La primera que vi de él fue La naranja mecánica”. También su abuelo le habló de lentes, ópticas, formas de ver. Quizá por esto, y a la medida de su deseo, a Lezama no le resulte complejo poder decir que su tercer corto, Un movimiento extraño, vaya camino al Oscar. Y esto es posible porque previamente ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín. El film entra como candidato al gran premio estadounidense, por el hecho de haber recibido el Oso, que es todo un respaldo. Pero este film de 23 minutos, el premiado, no es su primera historia. Tiene dos cortos previos, La novia de Frankestein, que es de 2015. y Dear Renzo (2016).
Suma kilometraje en recorrido por festivales y ahora podrán verse los tres de Lezama, en un ciclo en el Malba. Esto será los domingos de septiembre, a las 18. Todos con guion suyo; los dos primeros, codirigidos con Agostina Gálvez. Pero Un movimiento extraño lo dirigió solo.
Sobre el viaje de cada una de sus piezas, Lezama destaca que lleva tiempo en esto de hacer cortos. “Pasé por varias experiencias. Uno ganó el Bafici en 2017 (Dear Renzo, premio al mejor cortometraje), el otro (La novia de Frankenstein) estrenó en la competencia oficial de Locarno, Suiza, y estuvo en el Festival de New York. Ahora fue un poco más importante lo del Oso de Oro, que nunca se había asignado a una comedia. Muy pocos cortometrajes latinoamericanos lo habían ganado. Siempre estuve muy agradecido del recorrido que habían tenido mis cortometrajes, porque al ser comedia, es difícil encontrar el lugar en el circuito de festivales”.
Estar en carrera para el Oscar no es algo de todos los días. Ganar el Oso, tampoco. Para que eso sucediera, se necesitaron pilas de días –y noches– de preparación, estudio. El recorrido de Francisco Lezama hace pie en su formación, en sus trabajos, en ver cine. Hizo el secundario en el Colegio del Salvador, en Callao al 500, muy cerca de Av. Corrientes, ahí donde de adolescente se iba en el recreo largo para ver VHS, DVD, vinilos. Luego vino la Universidad del Cine, que dirigía Manuel Antín. Si bien tenía claro que era eso, barajó otras posibilidades como carrera.
“Estaba entre el cine, la actuación y la arquitectura. Con la actuación me sentía muy tímido en ese momento, ahora sí entreno actuación y lo hago, pero en su momento, no. Encontré el cine”. A la par de ver y ver películas, entendió la dinámica de lo que en la Universidad del Cine proponía. Y lo resalta así: “Hacer con lo que uno tuviera a mano. Es una universidad que entiende muy bien lo que es necesario para dar los primeros pasos como cineasta, que es esto: no vas a poder salir a filmar con grandes recursos. ¿Cómo hacés con lo que tenés a disposición? Es algo que venía de la generación del 60, en la que Manuel Antín fue punta de lanza. Tiene que ver con la modernidad del cine, un poco tomando la posta de las lecciones que había dejado el neorrealismo italiano, después la nueva ola francesa, los nuevos cines del mundo. Hay algo de eso que yo terminé de valorar ahí, con el plantel de docentes que tuve”.
En el presente, Lezama es docente de la institución. Sobre eso de hacer con lo que hay cerca, en Un movimiento extraño se comprueba que, entre lo que dice y lo que hace, no parecería haber cortocircuito. El film que ganó el Oso es una historia que empieza en un museo. Hay planos de cuadros. Gente que circula por las muestras. Es que el propio Francisco Lezama trabajó en el Malba durante ocho años como asistente de sala. “Uniendo un poco lo de Antín, yo lo filmé en mi trabajo, en el Malba. Y mi primer corto, en Barrio Parque, porque era lo que quedaba cerca de mi trabajo”. Contar con lo que se tiene a mano. O aprender a mirar de otra manera, con detenimiento y extrañeza, sin naturalizar, por caso, la ciudad en la que se vive.
En relación con esa ampliación de la mirada, Lezama dice: “Tratar de encontrar la riqueza de lo que uno tiene a mano, que es siempre rica. Solo que uno siempre está en uno mismo. Uno siempre quiere agregar algo, como si no bastara con lo que uno tiene”. Además de sus ocho años en el Malba, está su otro trabajo en el Museo del Cine, desde 2013. Ahí sigue, actualmente, en el área de edición e investigación. Ese hacer pie en museos, también parece venir de raíces de infancia. “A mí de chico siempre me gustó ir a ver museos, a ver artes visuales en general: del diseño gráfico de los afiches, hasta saber de chico quiénes eran los pintores argentinos”, señala Lezama.
Los tres cortos son comedias. Pero tiene un humor particular. Sí, se puede definir qué tipo de humor llevan en sus costillas esas tres piezas, pero alcanza con decir que en las tres se habla de la economía argentina y de la especulación con el dólar. Por tanto, la secuencia que resonará en el espectador puede ir del impacto hasta la aceptación de lo que haya tocado en suerte. Y finalmente reír, por reconocimiento. Un humor con muchos puntos de giro. Sobre la hechura de su pieza, Francisco Lezama subraya: “Son artilugios que uno va a aprendiendo como guionista, en esto que Hitchcock llamaba sorpresa y suspenso. A mí me interesa, quizá no tanto el conflicto, sino cómo articularlo. Es un poco que la vida también es eso. El tipo de humor que se podría inscribir dentro de una tradición. Se llama Getpan. Esta cosa mecánica uno la podría encontrar en Buster Keaton, en Kaurismäki. Las de Martín Rejtman, acá. Me parece interesante”.
Pero también está esa búsqueda de la forma con los actores. ¿Cómo acompañar, desde el trabajo con los cuerpos en la comedia, esa angustia contenida que termina produciendo risa? De la manera en que dirigió a los actores, Lezama señala que esa cosa más neutra permite ver los pequeños destellos, mucho más que si un actor gesticula demasiado. “Me gustan las actuaciones que muestran a los personajes como si tuvieran electricidad en sus ojos. Siento que está vivo y muerto a la vez, feo y lindo a la vez. Elegante y muy grosero al mismo tiempo, tratar de estar siempre en tensión. Eso hace que uno pueda volver a ver la obra en un tiempo. Eso es lo que yo veo en los directores que me gustan del cine clásico, que puedo volver ver”.
Ante la pregunta de con qué se van a encontrar quienes vayan a ver sus cortos al Malba, el director presenta este punteo: “Con un programa de tres cortos, que tienen muchas similitudes entre sí y que arman una especie de trilogía sobre los vaivenes del dólar en la Argentina. Con el cambio del dólar del 2014 al 2024. Con elementos que tienen que ver con la realidad de cada momento histórico en que se filmó cada corto y con un tono general, que tiene que ver con la comedia de enredos, con un dejo agridulce, melancólico. Son comedias, pero también un poco tristes”.
En La novia de Frankenstein, la protagonista trabaja para una agencia que alquila departamentos a extranjeros. Su tarea es la de recibir inquilinos, traducir de inglés a español y cambiar dólares por pesos. Toda esa red de traducciones e intercambios termina construyendo un mundo en el que la realidad y la ficción se vuelven indistintos en la vida de Ivana.
En Dear Renzo, tres argentinos que se encuentran por azar en Nueva York, deambulan por sus calles perdidos en una red de intercambio de roles, dinero y traducciones fallidas. Las oscilaciones en torno a la economía nacional son comunes a las piezas.
En la última, la que hace su viaje al Oscar, hay un condimento que también podría ser una variable. Así como en el corriente se suele hablar de un gurú del dólar (flota la idea de la premonición para referir al comportamiento de la divisa), la protagonista de Un movimiento extraño le consulta a un péndulo místico. “En mi familia había prácticas esotéricas como con el péndulo y a veces esas prácticas tenían que ver con lo económico. Algo que parece que no está asociado, que es la especulación esotérica con la especulación financiera. Al mismo tiempo, también en mi familia son todos economistas”.
Sobre lo místico como variable en su último corto, Lezama agrega: “Los argentinos tenemos una cosa con el tema del tarot. En Ladrones de bicicletas (Vittorio de Sica) hay una escena muy linda. Todos en crisis, Italia destruida por la Segunda Guerra y hay una vidente a la que todo el mundo consulta. Para mí hay algo de eso”.
El próximo proyecto es un largometraje, que está pronto a competir en el foro de coproducción de San Sebastián. “Viajo este mes ahí”, anticipa. La película se filmará en Córdoba. “Tiene que ver con cómo los rituales tradicionales del catolicismo van desapareciendo, en contraste con cómo se está imponiendo el evangelismo. Es una ficción. En vez de dólares, irá algo más con las hostias. Ahí entrará parte de mi formación jesuita”, asegura. Y no es un dato menor lo del viaje. Las posibilidades de pedir financiación para la preproducción o de acompañar a las películas que se presentan en competencias en los diferentes festivales, no suelen ser recurrentes. “Si yo no hubiese ido a Berlín, no hubiese ganado, porque uno ahí defiende el trabajo. La representación del país afuera es muy importante”.
Conseguir financiamiento, poder viajar a los festivales. “El cine –sostiene Lezama– es de esas disciplinas que tienen trascendencia, digo, el cine argentino llegaba al Festival de Cannes. Lo que siento que está sucediendo, es que no se está entendiendo al cine como una expresión cultural. Y las expresiones culturales tienen que ser apoyadas por el estado. Sobre todo en una instancia inicial”.
Entonces, Lezama se detiene, y ordena lo que está por decir: “El Incaa muchas veces sirve para que el Estado le dé un visto bueno a un proyecto. Se sortea un grupo de calificación, de cinco personas, que van a decir si es de interés o no es de interés para el Incaa. Lo que hace es habilitar un fondo que no es el total de la producción de la película, pero también lo que habilita es legitimación de ese proyecto para que vaya a buscar fondos de otros Estados para traerlo a la Argentina y que se pueda filmar en el país. Eso, de apoyo”.