Más allá de los títulos que acumula desde hace años como “rey de los hoteles”, Gabriel Oliveri camina su palacio con serenidad, el ojo siempre atento al detalle, e invita, misterioso, a conocer las novedades del espacio que lo tiene como anfitrión. “Cuidado con la pintura fresca, mirá lo que son estos espejos”, señala entusiasmado ante las flamantes suites que desbordan de geranios. Y cuenta de corrido las novedades del Four Seasons Buenos Aires: el éxito sostenido en el tiempo, los nuevos bocados y carros dulces de primavera, la hamburguesa dry age de 45 días con trufas que se hizo viral por ser la más cara de la Argentina.
Aunque esta es la vida que siempre soñó, la conversación muta, inexorablemente, hacia su otra realidad. “Desde hace tiempo comencé a coquetear con la televisión y tuve varias nominaciones para los Martín Fierro. Este año vamos con Pasaplatos. La faceta artística me produce mucha alegría porque me conecta con lo que siempre quise ser, lo que soñaba en mi Concordia natal. Ya viajé mucho, hoy mi descanso es hacer lo que me provoca placer. En eso estoy: ahora empecé en LN+ todos los domingos, y hago teatro, que es lo que siempre me desveló”.
–Pero estudiaste abogacía. Era el deseo de tu padre, ¿no?
–Y sí. “M’hijo el dotor”, del maravilloso dramaturgo Florencio Sánchez, estaba presente en mi familia. Y me vine desde mi ciudad natal para cumplir ese sueño, aunque todo lo que quería era ser actor. Mi padre falleció cuando yo tenía 20 años. No me vio en esto, pero mientras vivió hice lo que él quería. Después comenzó la otra historia, que ya conté muchas veces. La pensión, mi primer trabajo en el Supercoop del barrio de Once y los mediodías comiendo sándwich de mortadela y vaso de leche con unas chicas amorosas que después supe que trabajaban de prostitutas. Hasta que un día pasé por una obra, hablé con un obrero, me enteré de que estaban construyendo un hotel. Al tiempo di con el gerente, me probaron como maletero y fui feliz. No sé si ya intuía que podía crecer en ese mundo, pero mi trabajo lo hacía con unas ganas y un profesionalismo alucinantes. Me encantaba estar en un lugar repleto de mármoles italianos, comida rica, un sueldo fijo. Y encima tuve un primer jefe que resultó ser el hijo de Joséphine Baker. Esa persona, maravillosa, me enseñó un poco de inglés, de francés, y me despertó la curiosidad, esa desesperación por estudiar y cultivarme en todo sentido.
–Y de ahí los viajes, cursos y metas hasta llegar a ventas y, finalmente, a director de marketing y comunicación de uno de los hoteles más lujosos del mundo.
–Sí, yo quería aprender. Era tanto lo que expresaba al respecto que ellos mismos se ofrecieron y me pagaron másters y estudios en diferentes partes del mundo. Amo entrenarme y soy muy curioso. Puedo hacer muchas cosas a la vez; por ahora soy incansable.
–¡Lograste lo del teatro!
–Bueno, esa era la idea original cuando vine a esta ciudad. Tuve la oportunidad de entrenarme con Lili Popovich, la coach teatral de Vicuña, Sbaraglia y Chávez, que es maravillosa. Y en un momento le dije: ‘Por favor, necesito saber si sirvo para esto o no’. Me contestó que soy actor por naturaleza. Terminé haciendo una obra en el Microteatro, personificando a Hemingway. Ahora voy a dirigir La chica del buffet, otro desafío apasionante. Y en enero y febrero me quedo en Buenos Aires para actuar en el Picadero, con una biografía de Truman Capote.
–¿Te queda algo pendiente? ¿Ser padre, por ejemplo?
–No, eso sí que no. Para mí los padres, todos aquellos que tienen hijos, directamente son héroes. Es muy complicado. Los hijos juzgamos demasiado a los padres y los padres quieren de sus hijos muchas cosas. Las relaciones no siempre son fáciles. Yo el año pasado perdí a mi mamá y realmente me sentí Bambi. Teníamos una linda relación. La cuidé mucho. Porque nunca fue fácil ser jubilado en la Argentina.
–Tema muy actual…
–Sí, pero no quiero contextualizar ni ahondar en la depresión del país. Soy naturalmente optimista y crecí en un lugar donde nunca la situación económica fue buena. Jamás sentí que en la Argentina se pudiera vivir bien con un solo trabajo. Vengo de una familia donde jamás sobró nada. Mi papá fue camionero y almacenero; crecí con las frutas y las verduras en la puerta. Cuando era maletero salía a las ocho de la noche y me iba directo a una empresa de seguros para liquidar sueldos. Me quedaba hasta las 12. Tengo la sensación de que el país nunca va a estar a tu favor y que solo vos podés salvarte.
–Trataste con Menem, Macri, Clinton, Bush. ¿Qué te pareció Milei?
–Vino a varias conferencias en el hotel y fue muy correcto. Me preguntan muchas cosas sobre él, pero a esta altura no me detengo en detalles ni me importa con quién sale o qué come. De hecho, no come. Por lo menos cuando asiste a reuniones, nunca se queda a almorzar.
–¿Qué anécdotas atesorás de otros presidentes?
–Había uno que venía especialmente a comprar helado de pistacho. Bill Clinton solo comía ensaladas. Menem me escuchó cuando conté que jamás me había sacado una foto con un presidente y, ¿qué hizo? Se acercó y me dijo: “Si quiere hagamos una foto ahora, querido”.
–¿No te resulta difícil cambiar el chip hotelero para convertirte en actor o periodista?
–Mucha gente se obsesiona con eso y hasta me lo cuestionan. Prejuicios. Yo soy superorganizado y metódico. Llego a las siete de la mañana al hotel. Lo primero que hago es recortar los diarios, ya que recibo todos en papel. Después me sumerjo en los portales de noticias y bajo a mis reuniones de ventas con toda la información en la cabeza. Y así todo el día, hasta las cinco de la tarde, que es la hora en la que me voy a trabajar al Canal de la Ciudad. Los sábados ensayo y veo obras. Y los domingos estoy en el canal con Horacio Cabak, unas tres horas. Me encanta porque me dejan ser yo. La idea era contar noticias blancas, pero a veces termino opinando sobre la situación de Venezuela, el escándalo de Fabiola o el llanto de Angelina Jolie.
–¿Te aburrieron los eventos?
–Ya no me interesa ir a lugares que no me aportan nada. Cada vez soy más consciente de que el tiempo se nos va. A fin de cuentas sos lo que hiciste en el día. Lo mismo cuando termina un mes, un año. Entonces, ¿en qué querés que se transforme tu vida? En las cosas que hacés.
–Muchos te conocen como el amigo de Pampita.
–Y está bien. Es mi amiga, la adoro. Y nos une ser del interior, haber conquistado esta ciudad con esfuerzo. Nos miramos y ya sabemos lo que piensa el otro. Y nos reímos mucho.
–El último famoso que vino al hotel fue John Travolta…
–Sí, estuvo en Bariloche junto a sus hermanas e hija. Paseó por Buenos Aires, comió sushi en lo de Narda Lepes, fue por ricas carnes, escuchó tango y jazz en San Telmo. Y se llevó la flor que yo tenía en el ojal, creación de una amiga. Siempre que alguien me dice “me gusta”, yo tiendo a regalar.