A fines del lejano invierno de 1844 se celebraron las exequias del cacique principal Painé Güor (Zorro Celeste). Este era jefe de la parcialidad aborigen Rankulche, quienes establecían por entonces sus tolderías en la actual provincia de La Pampa. Todavía eran libres y soberanos, hallándose enemistados con el mandamás porteño Juan Manuel de Rosas. Por entonces, la muerte de un cacique importante determinaba la realización de un complejo y bárbaro rito mortuorio que incluía el asesinato de mujeres, así como la ultimación de los caballos de pelea del muerto y de un grupo de ovejas, en este caso para que sirvieran de alimento al cacique en su vida en el “más allá”. La creencia de que diversas mujeres de la tribu, al actuar como hechiceras, eran las culpables de propiciar que un espíritu maligno (Gualicho o Gualichu) se introdujera en el cuerpo y fuera el causante del deceso del personaje, las sentenciaba a muerte.

“Agujero negro”: la inquietante predicción que con La Niña podría golpear a cuatro provincias

El sangriento ritual fue descrito por Santiago Avendaño, quien de niño fuera cautivo de los Rankulches o Ranqueles, hasta que se fugó, con la inestimable ayuda de otro cautivo, pero que no era un niño sino una pieza importante en la geo- política de la frontera: estoy haciendo referencia al coronel Manuel Baigorria. Muchos años después, viviendo en el Azul, y actuando de secretario del prestigioso cacique amigo Cipriano Catriel, amparado con el título oficial de “Intendente de Indios”, Avendaño efectuó un relato muy vívido acerca de las exequias de Painé Güor en la denominada Revista de Buenos Aires, que se publicó en el año 1868.

En el escrito, destacó lo más impresionante de la ceremonia fúnebre, que era la cruenta matanza de mujeres. Estas, lo dicho, rápidamente fueron consideradas brujas que habían inoculado el mal, el temible “gualicho”, en el cuerpo del cacique principal, causándole la muerte. Calvaiú el hijo de Painé y sucesor de la dinastía, fue muy claro al respecto, cuando barbotó con la voz cascada y los ojos cenagosos por el llanto y el dolor: “Todo hombre que en aquella reunión de mujeres tuviera dos, dejaría matar una, el que tuviera tres dejaría matar dos, y el que tuviere una la perdería”.

La sentencia recorrió la toldería como un reguero de pólvora haciendo que los engranajes del tremebundo ritual se pusieran en funcionamiento. Mientras un grupo de indios cavaban la fosa, a unas seis cuadras de distancia del toldo principal, sobre una pequeña lomada guarnecida por dos frondosos algarrobos otros preparaban los cinco caballos de pelea del cacique, ensillados con sus mejores prendas de plata que serían sacrificados para que el muerto dispusiera de sus caballos en la otra vida. En tanto, un grupo de mozalbetes, se encargaba de agrupar las ovejas que servirían de alimento en el más allá. El balerío lastimero de estos animales era aterrador, parecería que estuvieran adivinando la fatalidad de su destino.

Después, todo se cubrió con el negro manto del espanto más absoluto. Cual una especie de vía crucis bárbaro se establecieron una serie de paradas o estaciones, en las que algunos participantes del cortejo ultimaban a golpes de bola o a simple y aterrador degüello a las mujeres. En los oídos del niño Santiago Avendaño retumbaban los alaridos de las elegidas, así como su lucha infructuosa para escapar de la muerte, junto con el sonido de los cráneos aplastados, y el borboritar encabritado de la sangre bullendo en torrentes ávidos de las gargantas.

Escenas de una feroz ceremonia en las exequias del cacique Painé Güor

Pero, la pesadilla no terminaba allí. Poco a poco, los cuajarones de sangre derramada principiaron a teñir de furioso carmesí los pastizales de los llanos, para ser con posterioridad, suculentamente devorados por la perrada de la toldería una vez que el cortejo abandonaba la estación para dirigirse hacia la próxima parada. Por último y ya frente a la fosa en donde se depositó a Painé, el rostro de pómulos inflados y el tajo sibilino de la boca, se sacrificó a su mujer más joven para que lo acompañara en el “Alhue Mapú o tierra de la eternidad”. A esta pobre desdichada le arrancaron el bebé que estaba amamantando y ante el calor de su aliento, los aullidos desgarradores y el llanto de ambos, fue sacrificada y colocada a la izquierda del cacique, quien había sido cuidadosamente vestido con sus ropas de mayor lujo.

Los “autos de fe” eran rituales en los que la iglesia católica abrasó en la hoguera a miles de inocentes considerados “herejes pecadores”. Lo de siempre, aquella cultura que esté libre de salvajismo y sangre, que arroje la primera piedra.

Cultura

La Antropología argentina se ocupó del ritual aborigen descripto por Avendaño, comparándolo a los de otros grupos étnicos de la India, Egipto o la China, en donde también se sacrificaban mujeres. Fueron escritos algunos artículos, como el clásico de Alberto Rex González, publicado a fines de la década del 70′ del pasado siglo, cuyas conclusiones fueron revisadas y criticadas en dos trabajos recientes, uno de Graciela Hernández y el otro de Joaquín García Insausti. Más allá de la simbología presente en la ceremonia fúnebre, debe destacarse que al estrecharse el contacto con los invasores “huincas”, el proceso de cambio cultural se intensificó entre los indígenas de las llanuras. La demostración lógica de este argumento se evidencia en que veinte años más tarde, cuando fallece el cacique principal Juan Calfucurá, en el ritual mortuorio no se sacrificó la vida de ninguna mujer.

La profanación de la tumba de Calfucurá por los vencedores de la “Conquista del Desierto”, el saqueo y la posterior exposición de los restos mortales del cacique, con supuestos fines científicos (lo dicho, la barbarie no era patrimonio exclusivo de los aborígenes) demostraron la ausencia de esqueletos humanos en la fosa. Únicamente los restos del gran “emperador de las Pampas” yacían en una sepultura pletórica en ajuar de repujados aperos de plata y botellas de bebidas, pero carente de cuerpos de féminas.

Ni Painé Güor, ni la feroz ceremonia acaecida en su nombre existen hoy en día. Sobre el suave relieve de la Pampa campean innumerables hileras de cereal genéticamente domesticado, envuelto en el runrún monocorde de motores de tractores y cosechadoras, mientras que, de tanto en tanto, el trueno de los aviones ensordece sus cielos. Pero, por debajo de todo eso, cobijados en el seno de la madre tierra, subyacen, como dormidos, los vestigios de aquel mundo fantástico y brutal, los auténticos testigos mudos de nuestra Historia.

Por Prensa Pura Digital

DIARIO DE VILLA LA ANGOSTURA Y REGIÓN DE LOS LAGOS. NEUQUÉN.